Además de los grandes y alabados trabajos de los actores Thomasin Harcourt McKenzie y Ben Foster, el drama conmueve y absorbe desde el primer minuto de metraje.

La película no manipula, no opina, sólo cuenta la historia de dos personajes que viven en el límite de la sociedad.
El padre, inadaptado, por las secuelas psicológicas de una guerra vivida como soldado, y su hija, arrastrada por éste a una vida fuera de lo que la sociedad marca como normal y aceptable.

El coste de las guerras, a menudo medida en daños materiales y muertes, pero que olvida a los soldados, que devastados, tienen que reincorporarse como ciudadanos a una sociedad que ya no pueden soportar y que tampoco les puede acoger. Finalmente solo encontrarán apoyo y comprensión por parte de otras personas con situaciones marginales similares a la suya.

Una película delicada, emocional, y conmovedora, que recomiendo.

Temática de plena actualidad en una película de más de medio siglo y de un país tan alejado física y culturalmente de nuestra europa occidental.
El abandono de los mayores por parte de sus hijos, dedicados al trabajo y propias familias en una sociedad exigente y falta de humanidad y empatía. Pese a esto siempre existe una esperanza en este mundo gris y frío, en la película representado en la esposa del hijo muerto en la segunda guerra. La película está filmada y contada desde la objetividad, sin juicios, simplemente poniendo la cámara en el lugar en el que ocurren las conversaciones. El 90% es rodado en las habitaciones, en estancias cerradas. Los planos son estáticos dando a veces sensación de que el tiempo no pasa, que realmente no está ocurriendo nada.

En resumen, un retrato actual del desapego, despreocupación y desinterés en la sociedad que se tiene hacia nuestros mayores.