Una de la razones por las que particularmente me ha gustado esta película es, tal vez, porque finalmente es un buen vaso de agua en medio del desierto del género de la comedia; naturalmente, sin dejar de lado el plus de las valiosísimas actuaciones de Meryl Streep y Hugh Grant (el papel que más me ha gustado de este hombre). Esta cinta cuenta con sobriedad, pero con chispa, la historia de un personaje de esos que pareciesen predestinados para ser carne de cine. Se trata de Florence Foster Jenkins, una mujer excéntrica que estuvo convencidísima de su grandeza musical, para lo cual, ciertamente, también se preparó.

La dirección de la película es sencilla y sutil (primera película que veo de Stephen Frears y esto es un buen augurio), y eso es una ganancia teniendo en cuenta que el personaje mismo, y la temática en general de la historia, podría dar para empalagamientos, sobreactuaciones o el chiste pretencioso, como suele suceder en gran parte de la comedia norteamericana de los últimos años. Pese a la sobriedad, la historia tiene picos y momentos que despiertan sentimientos que van desde una extraña empatía con los personajes hasta una buena carcajada con media lagrima a bordo, como sucede, por ejemplo, en escenas como la primera práctica de canto con Cosmé McMoon (Simon Helberg) y la antesala del concierto en el Carnegie Hall.

A lo que voy, finalmente, es que esta película no es LA película. No obstante, tiene la no desdeñable virtud de lograr sorprender y de conservar una gracia genuina. Si está saturado de la comedia facilona, se la recomiendo.

Con Moonlight no se garantiza la espectacularidad y tampoco es un filme que esté bañado de grandilocuencia. La grandeza de esta película radica en su simpleza. A Moonlight hay que valorarla porque es simple, sutil, desinteresada y apartada del sentimentalismo fácil. La historia, si se resume de manera reduccionista, puede ser una harto conocida: una persona marginal con carencias de todo tipo y un entorno hostil. No obstante, lo que nos cuenta Jenkins trasciende este tópico, que de todas formas sí está presente; aquí nos encontramos, además, con la cuestión de la identidad, de la fragmentación de un individuo que lleva una lucha interna por llegar a Ser, un individuo que está atrapado en sí mismo y por los demás. Aunque habrá quien quiera hacerlo parecer así, Moonlight no tiene un énfasis político (sin embargo, tampoco se ha de negar que a muy pocas cosas en este mundo, inevitablemente, no se les termine endilgando un tono político en su recepción), el centro de la película jamás llega a ser la condición del personaje y por ningún lado asoma algún intento de denuncia social a modo trillado. En el filme hay momentos silenciosos (literalmente y sentido figurado), pero también diálogos que perduran, como el que sostienen Little (Alex H. Hibbert) y Juan (Mahershala Ali) en el comedor de la casa de este último. En términos audiovisuales tampoco es impresionante, pero la narrativa, y la misma segmentación de la que está compuesta la película, es la que le otorga personalidad.

Al ver esta película recordé una película de Fatih Akin, que ví ya hace varios años, llamada "Auf der anderen Seite" (Al otro lado, en su versión en español); en ella, hay seis personajes, todos frágiles, buscándose a sí mismos y buscando sentimientos que ellos a veces desconocen. Ambas son películas que se acercan a sus personajes, los esculcan, los someten a una radiografía. Estas son el tipo de películas que me dejan más de lo que se llevan, es decir, no se llevan mi emoción momentánea, sino que me dejan en un proceso paulatino de entender de dónde sale su grandeza. Y creo que la respuesta es, al menos para este caso, que las historias austeras ciertamente logran desarmarnos más que aquellas que tienen la pretensión demasiado evidente de hacerlo, y de una manera sutilmente bella.