Una de la razones por las que particularmente me ha gustado esta película es, tal vez, porque finalmente es un buen vaso de agua en medio del desierto del género de la comedia; naturalmente, sin dejar de lado el plus de las valiosísimas actuaciones de Meryl Streep y Hugh Grant (el papel que más me ha gustado de este hombre). Esta cinta cuenta con sobriedad, pero con chispa, la historia de un personaje de esos que pareciesen predestinados para ser carne de cine. Se trata de Florence Foster Jenkins, una mujer excéntrica que estuvo convencidísima de su grandeza musical, para lo cual, ciertamente, también se preparó.

La dirección de la película es sencilla y sutil (primera película que veo de Stephen Frears y esto es un buen augurio), y eso es una ganancia teniendo en cuenta que el personaje mismo, y la temática en general de la historia, podría dar para empalagamientos, sobreactuaciones o el chiste pretencioso, como suele suceder en gran parte de la comedia norteamericana de los últimos años. Pese a la sobriedad, la historia tiene picos y momentos que despiertan sentimientos que van desde una extraña empatía con los personajes hasta una buena carcajada con media lagrima a bordo, como sucede, por ejemplo, en escenas como la primera práctica de canto con Cosmé McMoon (Simon Helberg) y la antesala del concierto en el Carnegie Hall.

A lo que voy, finalmente, es que esta película no es LA película. No obstante, tiene la no desdeñable virtud de lograr sorprender y de conservar una gracia genuina. Si está saturado de la comedia facilona, se la recomiendo.