SINOPSIS: Brauth y Katze son dos ángeles de la muerte que viven en una desastrosa casa perdida en el bosque. Una noche, invitan a unirse a ellos a dos jóvenes asustadizas, Melanie y Bianca. Una vez allí, se suma al extraño grupo Heinrich, un excéntrico pintor, y su musa inválida, Clarissa. Rodeados de violencia, sexo y drogas, son introducidos en el submundo de la muerte. Heinrich y Clarissa saben lo que es el dolor, pero las dos jóvenes nunca habían vivido nada así, por lo que la primera reacción es huír. Sin embargo, para convertirse en ángeles deben conocer el dolor, pues solo de esa forma dejarán de ser humanos.

En resúmen, estos dos ángeles de la muerte van destruyendo la pureza de todo ser viviente y convirtiendo su inocencia en sadismo, lujuria y destrucción (sadismo grotesco, lujuria sucia y destrucción total).

Tampoco quiero destripar toda la película, pero un claro ejemplo de todo esto es una escena en la que aparece una monja andando por el campo perseguida por uno de estos ángeles, el cual va pudriendo todo lo que toca, matando pequeños insectos y creando una atmósfera insalubre. Al llegar a un antiguo convento, la monja no para de rezar y pedir clemencia porque está siendo víctima del pecado carnal y la lujuria se está apoderando de ella. Siempre acompañada, aunque a distancia, por este ángel que, entiendo es quien provoca esta perversión. El director nos mezclará varias imágenes de esta monja masturbándose en un altar, con la matanza (real) de un cerdo y una violación. Todo un cruce de sensaciones de lo más vomitivas y despiadadas.
Lo que yo le saco en claro es que todos somos víctimas y verdugos, que somos una plaga, que somos fáciles de dominar y que siempre estamos al servicio del mal. Tal vez el director se exceda con la crudeza de sus imágenes, pero yo, personalmente, quiero creer que nada es tan gratuito.