Pasas por el cine de tu ciudad (que no tiene porqué ser una mega cadena de cines), ves el cartel de la película Rush, te llama la atención y entonces cuando llegas a casa, enciendes el ordenador y te pones a buscar información acerca de la película.

Ves que trata sobre una de las mayores rivalidades que ha habido en la formula uno (deporte para unos, espectáculo y desdén para otros). Y si tú eres un aficionado a este “circo” (como lo denominan ellos mismos). ¿Qué haces? Exacto, al día siguiente sales pitando por la puerta de tu casa para poder ir a verla.

Te sientas en la butaca de la sala del cine. Las luces se apagan y a medida que avanza la película, avanza también la vida de sus dos protagonistas. James Hunt y Nikki Lauda.
Lo único que tienes que hacer tú es seguir sentado disfrutando de la película y de sus muy conseguidos efectos a la hora de ambientar las carreras y los coches en aquellos maravillosos años 70.

Así que no dudes en apretar el pedal del acelerador hasta abajo, sin olvidarte de aminorar en la primera curva (ya que es cerrada de derechas), para luego ir encadenando una marcha tras otra hasta poder llegar al objetivo que no es otro que el de ser campeón del mundo de la Formula 1.

Al principio de nuestro camino no tenemos nada alrededor. Pero en cuanto ponemos el primer pie en el camino, comenzamos a darnos cuenta de muchas cosas. Unas cosas serán buenas, otras serán menos buenas, y habrá otras muchas de las que ni siquiera sepamos su existencia en ningún momento de nuestro gran camino.

A lo largo de este recorrido nos vamos formando a nuestro alrededor una especie de defensa natural contra todo lo que no deseamos que este cerca. Ya sean situaciones o sean personas las cuales no queremos a nuestro lado durante el trayecto.

Pero a medida que vamos avanzando, la delgada fila de pequeñas y redondeadas piedras que no llegaba a las rodillas en un principio, se han convertido en bloques de piedra robusta que no deja que nada atraviese el camino que ante nosotros se nos presenta. No entran personas nuevas, ni nuevas situaciones a las que enfrentarnos. Apenas entra la luz del sol, así que todos los días parecen ser grises y sombríos en nuestro camino.

No nos damos cuenta del Muro que se ha formado en los lados del camino, hasta que un día alzamos la mirada en busca del desaparecido sol, y vemos que encima nuestro tan solo hay piedra, que no deja pasar ni un rayo de esperanza.

En este punto del recorrido, hay personas que agachan la cabeza y siguen su camino. Por el contrario hay otra gente que al ver el muro que, él mismo, ha formado a su alrededor, se detiene. Se aparta del camino y empieza a dar patadas, a empujar, o lo que haga falta para poder salir de ese muro y encontrar otro camino que seguir.

Nunca sabemos que hace falta para salir del muro.

Aunque lo primordial sea, jamás crear un Muro.

El lado oculto de la luna. Esa parte que nos es tan desconocida como amada de nuestra fiel compañera en las rotaciones como es la Luna.

Cada uno de los seres humanos que pisamos este planeta y paseamos por la noche, alzamos la mirada al cielo y vemos como la luna nos mira detenidamente desde su pulpito imaginario, pero sin juzgar a nadie. Tan solo observa. Mientras que nosotros, pobres humanos, divagamos y teorizamos sobre que oscuro secreto nos guarda la luna en el lado que jamás nos enseña.

Pero, si no lo enseña por alguna razón será. No querrá que todos sus secretos sean desvelados en una sola noche. Así, que al despuntar el sol, desaparece para dejarnos esa incógnita. Y emplazarnos de nuevo a la noche siguiente para ver si en esa ocasión nos enseña lo que aun no ha enseñado a nadie. Su lado oculto.

Las personas, al igual que la luna, también tenemos nuestro lado oculto. Nadie quiere desvelar sus secretos en la primera cita, o la primera vez que conoce a alguien. Queremos mantener a salvo esos secretos para crear el misterio suficiente para que, al despedirnos, quieran otro poquito más de nosotros. Como la luna cuando se despide hasta la noche siguiente.

En ese lado oculto, ocurren cosas. Aunque nosotros no podamos verlas. Algo en nuestro interior nos dice que pasan. En esta película, nos cuentan una de esas pequeñas historias que transcurren en el lado oculto de nuestro satélite favorito.

Una tarde de verano, hace ya algunos veranos. Subiendo a casa con mi bici. Entro en casa y dejo la bicicleta en mi habitación. Llego al salón y pregunto que hay para cenar, me siento en el sofá y veo allí, una cinta de video. La cojo y veo la caratula, tres chicos con bicicletas.

Mientras cenamos ponemos la película y me imagino todas esas piruetas y acrobacias que hacen a lo largo de la película. Debo tener los ojos muy abiertos. Apenas pestañeo mientras veo la película, estoy como hipnotizado por las bicicletas y las acrobacias.

Una vez terminada la película, y ya metido en la cama, cierro los ojos y comienzo a visualizar los saltos y acrobacias que con las bicis hacían los tres protagonistas. Me quedo así hasta que me quedo dormido.

Al día siguiente, me despierto con una energía renovada. Me levanto como un rayo, desayuno deprisa, y apenas tienen tiempo en casa para despedirse de mí. Pues cojo la bici y me bajo a pedalear con ella.

Ni que decir tiene que casi todo lo que vi en la película lo intente imitar con un amigo. Y creo, que tampoco habrá que decir que no conseguimos ganar a los malos, ni nada por el estilo. Lo único que conseguimos fue, casi cargarnos nuestras bicicletas y unos cuantos raspones en piernas y brazos.

Pero mereció la pena intentarlo, por el mero propósito de aquel día de verano, de ser un autentico bicivolador.

Guardo un buen recuerdo de esta película. Ya que, siempre que la veo o hablo de ella con mis amigos, vuelvo a ser el niño aquel que intentaba bajar un tramo de escaleras con la bici y que casi termina empotrado en el cristal de un coche.

Y aunque la nota sea baja, se la he subido por los buenos momentos que me hace volver a vivir. Y ser de nuevo un bicivolador.

Volver a amar el cine.

Pero no solo el cine, sino todo lo que rodea a este maravilloso mundo. La esencia de las antiguas (y extintas) salas de cine. Con sus aglomeraciones en la entrada, con sus palcos para los nobles, con los eternos problemas de las copias que distribuían. Esos asientos, que si alguien se te sentaba delante, tenias que hacer verdaderos esfuerzos para poder intuir mínimamente la película que se proyectaba. Esa es la esencia que se está perdiendo en nuestros.

La película, forma parte de todos y cada una de esas personas que amamos el cine. Que disfrutamos en las salas de cine a la antigua usanza, y que tanto echamos de menos el ruido del proyector al pasar la película.

Cuando terminas de ver esta película, sientes como esa lágrima de emoción intenta salir de tus ojos para darte a entender que te encantaría estar en la sala de proyección del Cinema Paradiso, o del Nuovo Cinema Paradiso. O, incluso entre la gente que se sentaba en el suelo para poder ver la película que tocara esa semana.

Pero, cualquier tiempo pasado fue mejor, y jamás volverá. Pero siempre nos quedara la magia del cine para recordarlo.