Video arte, documental, cine de ficción, todas estas categorías se mezclan en El espacio entre las cosas, film que se propone, desde el inicio, como una experiencia (viaje) que apela a las sensaciones en oposición a la razón: "no piensen, sientan". Es esta premisa del viaje bajo la cual se configura este registro a veces documental, a veces ficción, guiado a través de una voz en off que justifica una narrativa en la que predominan el sueño, la irrealidad y la fragmentación, y que permite al autor (director) presentar esta serie de secuencias discontinuas en tiempo y espacio. Es esta voz, pero también el buen ritmo del montaje y el muy buen trabajo de sonido, la que le da cohesión a lo filmado. Es bajo la aparente ficcionalización que se presenta el documental.

En este film, la cámara, ajena a cualquier deliberación previa, parece registrar intuitivamente un fragmento de la realidad; da la sensación de que el camarógrafo, inconsciente todavía de lo que está filmando, intenta ver la forma de capturar ese instante: de allí los constantes reencuadres, ajustes de foco, movimientos zoom, que plasma el asombro del que registra ante lo visto. Esta misma falta de deliberación genera que uno de los elementos más flojos del largometraje sea la fotografía, de la que adolece en muchos momentos. Y no obstante, el autor -director- hace de estas carencias un estilo, un lenguaje. El espacio entre las cosas es una gran película, que logra hacer de las deficiencias una virtud y que consigue, como se propone, llevarnos en un viaje turbulento y por ello mismo placentero.

Siempre es agradable encontrar un cine que apueste por algo distinto. En el caso de Vía Láctea, la apuesta es bastante alta. En la película, no hay ninguna acción propiamente dicha. Conformada por un número de secuencias grabadas en un solo plano largo y estático, el director apuesta por una fotografía excepcional, donde cada plano es una obra de arte por sí misma y donde hace gala de una excelente composición. En realidad, son fotografías en movimiento. En su mayoría panorámicas, estas imágenes -secuencias- retratan situaciones en algunos casos inverosímiles o incomprensibles, pero siempre bellas.

No hay acción, es cierto, pero en el film ocurren cosas: cosas aparentemente insignificantes como salir a orinar al campo, hacer piruetas en bicicleta, inflar un juego portátil, caminar llevando un coche de bebé, bailar a la luz de la noche, etc., pero que, en conjunto, parecen intentar resumir la cotidianeidad de la vida, su simpleza y sencillez, exaltando por eso mismo el valor de ella y de su insignificancia.

Es año nuevo, y Jafar Panahi, director iraní de películas como El espejo y El círculo, cumple arresto domiciliario en su hogar a la espera de un juicio. Impedido de filmar la película que había escrito, decide contar de qué se trata desde la reclusión en su casa. Debido a la prohibición impuesta de no dirigir películas ni escribir guiones, Panahi llama a su camarógrafo y se propone documentar la situación de un director que no puede dirigir. Sin locaciones, actores ni equipo técnico, se la ingenia para convertir su hogar en un set que le permita recrear la historia dentro de su casa, actuar en el papel de la protagonista y contar la historia que necesita contar. Poco después de empezar, se pregunta decepcionado: "Si podemos contar una película, para qué filmarla" y sin embargo, no tiene otra cosa que hacer. Abandonado por su camarógrafo, toma el celular y se propone continuar la labor que empezó: la de no hacer una película. Con Esto no es una película, lo que Panahi termina haciendo es cuestionar su labor como director, desfigurar los límites entre ficción y documental, y recordarnos el rol social del cine.

No hay que confundir cine experimental con cine simplemente mal hecho. Esta película presenta errores groseros de fotografía, edición y guion. Molesta sobre todo los planos quemados, los movimientos de cámara abruptos y que no aportan a la narrativa, el montaje a dos pantallas.