Interesante película que gana en posteriores visionados y dónde se aprecian algunas claves que pueden dar la sensación al principio de quedar obviadas o mal resueltas. Como por ejemplo la escena en la que hablan Paul Sorvino y Al Pacino por primera vez y donde puede adivinarse la ambigüedad sexual de éste último ante las incomodas preguntas del capitán; cuando en un principio se muestra sorprendido y niega haber mantenido relaciones con hombres, para después mostrarse dubitativo e indeciso en las respuestas, en ese momento Sorvino da bruscamente por terminado el interrogatorio y le encomienda la misión; o cuando Pacino está hablando por primera vez con su novia en la cama y ésta le dice que ha llamado su padre, la mirada perdida y ausente de Pacino lo dice todo mientras de fondo se oye un sonido en eco-sin duda su mente-dónde se escuchan inquietantes lamentos,gemidos y golpes. Este recurso es utilizado por Friedkin a lo largo del metraje para insinuar la conciencia torturada del protagonista. Así mismo se produce un interesante nexo de unión entre el principal asesino y Pacino, ya que ambos mantienen una relación al menos complicada sino traumática con su padre. Ya digo que estos aspectos son más apreciables en posteriores visionados de la película. Para mi, el final es sin duda de los más conseguidos e inquietantes de la historia del cine, porque como bien dice Friedkin: A quién vemos realmente cuando nos miramos en el espejo?

Fabulosa película llena de mensaje y con un gran contenido emocional. Sobre todo para aquellas personas que entre otras cosas miden su existencia en base al tamaño de su piscina. Al margen de esto y semejante al bañador del protagonista, la película hace un ceñido y ajustado repaso a los principales temores del ser humano; la pérdida de la juventud, el transcurrir de los años, la soledad y como no, el fracaso. Burt Lancaster, ya por entonces consagrado mito del celuloide, se permitió la licencia que le daba su merecido prestigio para empezar a rodar los trabajos que en realidad le gustaban y se comenta que ésta era una de sus películas preferidas. A pesar de que ya no era un jovencito, se muestra en plenitud de forma, y nos deja una estupenda interpretación en su papel de naúfrago en aguas residenciales. En el debe de la película habría que reseñar algunos recursos sesenteros tipicos de la época; como los contraluces o las imagenes superpuestas sobre primeros planos repetitivos, aún así, aguanta muy bien el paso del tiempo porque los temas que trata son universales y nunca pasarán de moda. La decadencia y amargura que va desarrollando la historia, pareció traspasar el guión e impregnar de cierto fatalismo la propia película, ya que el director inicial abandonó el rodaje y esto debió causar problemas de post producción; como un plano del protagonista alejándose lastimosamente por el bosque y en el que se nota la figura del doble, pero lo más curioso es que este fallo se repite en montaje y volvemos a ver ese plano. Otro detalle de dichos problemas denota el hecho de que la película tardó dos años en llegar a las pantallas una vez terminada, con lo que sería logico pensar que pudo peligrar su estreno. De igual manera, parece ser que el propio Lancaster estaba inmerso en plena separación conyugal e incluso poco después la guionista y el director que eran matrimonio acabaron separándose. Pero esos pequeños fallos de la película, como si fueran nuestros, la hacen sentir más cercana y nos llevan de la mano del protagonista siendo condescendientes. Es muy posible que la escena más lograda sea aquella en la que el nadador llega a la piscina de su amante despechada y se produce un esclarecedor y psicológico diálogo lleno de violencia emocional. Pero para mí, el plano que mejor define el espíritu de la película, es aquel en que se ve a Lancaster y al niño sentados al borde de la piscina vacía, cargado de simbolismo. También acompaña perfectamente la bonita y triste banda sonora de Marvin Hamlisch, que nos pone en la piel de Ned Merrill y su circunstancia. Cuando el verano agoníce y las nubes de tormenta pinten el mar de color grisáceo, todavía algunos no se habrán enterado que tampoco es azul el agua de las piscinas. Pero por encima de todo, queda el bello y cruel dilema de la vida, que nos obliga a tirarnos a la piscina todos los dias.
Una delicia para gozarla durante su visionado y una vez concluida, porque permite el enriquecedor ejercicio de la reflexión...

El miedo, incluso teniendo una raíz psicológica, es irracional. Me encanta la psicología, sobre todo aplicada a un relato tanto si es literario como cinematográfico, pero entiendo que en el género de terror, todo lo que no venga desde un enfoque o desarrollo del miedo como concepto psicológico está infravalorado. Esto es lo que ocurre con el cine de fulci y paradójicamente ahí es donde reside todo su mérito. En sus películas, sobre todo las de terror-aunque ésta es más bien de suspense-introdujo el concepto del miedo desde un punto de vista visual, así; literalmente, el miedo que entra por los ojos. De esta forma, en su cine, el recorrido psicológico del miedo se hace a la inversa y va de fuera hacia dentro, y eso desde mi punto de vista es muy difícil lograrlo, ahí está el mérito. Pero este concepto de horror visual no está basado únicamente en la brutalidad o truculencia-como algunas mentes estrechas o estómagos encogidos quieren resaltar-es en la gran habilidad para crear atmósferas angustiosas y terroríficas que tiene el maestro, donde reside el mérito para que el miedo cause su efecto. No es solo repulsión y rechazo a la sangre y la violencia, es miedo bajo un estímulo visual-impactante pero visual al fin y al cabo-y eso es lo que molesta a la crítica oficialista; que alguien te asuste, te cause inquietud y te deje mal cuerpo sin utilizar recursos psicológicos, es difícil admitir. Y en la simplicidad, en lo elemental, es donde reside lo complejo. Pondré un ejemplo ilustrativo; cuando alguien ve por primera vez un asesinato en una película de fulci, ya sea cometido en un despacho, un dormitorio, o un sótano, no solo se le queda grabado en la mente el asesinato, sino también; el despacho, el dormitorio, el sótano...eso es a lo que me refiero. Además, fuera de la brutalidad y la violencia, hay otros aspectos interesantes en sus películas que van más allá del suspense o el horror. La escena en la que la chica libertina se insinúa al pobre niño...hay que tenerlos muy bien puestos para atreverse a rodar eso ¡ojo en 1972! tremendo. Algo así en el cine de hoy día sería del todo impensable. En cuanto al apaleamiento de la ermitaña en las ruinas del cementerio, hay un plano en el que se ve a la desdichada retrocediendo ante el avance lento pero inexorable de los aldeanos; el siniestro encuadre muestra a las cuatro figuras recortando un horizonte de cruces y lápidas, y ese plano recuerda al menos simbólicamente a un duelo de spaghetti western, tratándose pienso yo de un sucinto homenaje a otro de sus géneros preferidos. Lo que viene después, es una página dorada en la historia de la fulciología; cuando empieza a sonar de fondo una canción preciosa que se te queda grabada en el alma...para siempre. En medio de toda esa crueldad, cómo es posible un ejercicio de tanta belleza. Grande fulci, poeta de lo macabro y el último romano eterno en el olimpo de los dioses. Hasta siempre, maestro.

El tiempo, juez implacable de todo-curiosa metáfora en lo que se refiere a esta película-se encarga de impartir justicia. No sé si en lo que se refiere a crítica y público, se ha hecho justicia con estos diez negritos, me da la sensación que no. Ignoro cuál fue su acogida en una época en la que proliferaban las coproducciones de este estilo, supongo que pasó con más pena que gloria. En mi opinión, debido a su valía y calidad artistica, injustamente. Otra vez; es curioso como lo justo y lo injusto se dan la mano en esta película, en la que diez desconocidos y un misterioso anfitrión se encuentran atrapados en un desierto de remordimientos...No cabe duda que la estética setentera-sobre todo en lo que se refiere al vestuario y peinado de algunos personajes-lastran la película afeando su envoltorio, pero al fin y al cabo como todo en la vida, lo importante no es el envoltorio sino lo que está en su interior. La atmósfera envolvente y con el suspense in crescendo debido a una gran ambientación, supone uno de los mayores logros de la cinta; logrando en todos los casos actuaciones solventes y creíbles, teniendo en cuenta la singular historia de la que son protagonistas; haciendo bastante verosímil toda la trama, hasta llegar a ese formidable desenlace que me puso los pelos de punta y me dejó anonadado en el sillón. Mención especial para la música, con una bella sintonía melancólica y triste; además de una deliciosa canción de Aznavour evocando los placeres antiguos. La arena del desierto conserva aún tesoros ocultos para mayor gloria del género cinematográfico, este es uno de ellos, injustamente olvidado por el paso del tiempo; eso sin contar las mal intencionadas omisiones y críticas despiadadas que ésta película tiene que soportar. Pero de vez en cuando, vuelvo a aquella casa en el desierto; a la llanura almeriense, a las dunas iraníes, a esos encantadores años setenta...Yo no me enamoré del desierto con Lawrence de Arabia, ni con Poirot en Egipto, ni con las ruinas de Petra; yo me enamoré del desierto con Peter Collinson y sus diez negritos. Arqueología cinematográfica de la buena. Un diez sobre diez.