A Sin compromiso yo sólo le pedía que tuviera un mínimo de gracia. Y tal vez un poco de química entre sus protagonistas, dado que el nombre de Natalie Portman me infunde respeto y solvencia. Además, Ivan Reitman es un veterano de la comedia, y daba por hecho que manejaría sus armas con mayor eficacia. Pues bien, todas mis esperanzas fueron frustradas.
Sin compromiso es como cualquier comedia romántica, pero con ración extra de sosería. Es una película que de comedia sólo tiene algún fogonazo esporádico, algún golpe de ingenio, pero para de contar. De química entre Portman y Kutcher, bien poco; es más, aún sigue preguntándome por qué Natalie Portman aceptó este papel, por mucho que quisiera desintoxicarse de Cisne negro. Y, para colmo, el guion es de traca; en ningún momento parece esforzarse por captar el interés del espectador, y deja vagar a sus personajes en un cúmulo de situaciones tontas y contradicciones en su comportamiento. Por supuesto, la resolución es más que previsible. Pero antes ya llevamos más de hora y media aburriéndonos.
En fin, no hay nada interesante que rascar en esta historia de "follamigos". Nada recomendable, en definitiva.

Según los científicos, solo usamos alrededor de un 15% del potencial de nuestro cerebro. Si lo lleváramos hasta el 100%, no podemos ni intuir de lo que seríamos capaces. El caso es que el protagonista de nuestra película, Eddie Morra (Bradley Cooper), tiene la oportunidad de comprobarlo, y pasa de ser un escritor fracasado a un broker que hace millones de dólares en Bolsa en muy pocos días. Pero un ascenso tan rápido, como es de suponer, le costará caro.
Sin límites tiene un punto de partida interesante, pero que necesita de mucha inteligencia para mantener ese interés. El director Neil Burger opta por caminar por la senda del thriller, y no le sale del todo mal, pero da la impresión de que la historia podría haber dado para más. El guion parece escrito a salto de mata, metiendo al protagonista en situaciones límite una y otra vez para sacarlo de ellas y luego meterlo en otra peor. Parece un guion de urgencia, que no termina de redondearlo todo, pero a pesar de todo sabe salir vivo de la quema. Con ingenio y astucia, Sin límites salva los muebles. Pero, repito, queda la sensación de que este simple entretenimiento podría haber sido algo más.

Con También la lluvia, Icíar Bollaín no solo vuelve a demostrar que es una auténtica maestra del cine social, sino que este subgénero puede ser poliédrico, puede abordarse desde muchas ópticas. En el fondo de esta historia subyacen cuestiones como la colonización, el espíritu de la revolución y la injusticia social.
El planteamiento de Bollaín es inteligente. Se sirve del metacine para fusionar ideológicamente dos mundos completamente opuestos (aparentemente): la América recién descubierta por Colón y la Bolivia del año 2000 en guerra por el agua. Es entonces cuando comprobamos que, desgraciadamente, no hemos cambiado mucho; las desigualdades siguen siendo una realidad palpable y sigue habiendo personas e instituciones que actúan como colonizadores, a veces incluso sin ser conscientes. Y al final, siempre salen perdiendo los mismos.
También la lluvia es una película hermosa, solvente, brillante en su filosofía y en su puesta en escena. Su espíritu crítico lo inunda todo de manera muy sutil y certera. Es una película para constatar la triste realidad de la injusticia, de los que la sufren a diario y luchan para que ellos y sus semejantes simplemente puedan vivir con dignidad.
Si la película cala hondo es en gran medida por el gran talento de sus actores. Tosar y García Bernal están inmensos. Aduviri, como novato de la función, con un papel intenso y complejo, aprueba con nota. Y los secundarios, también de lujo, sobre todo Karra Elejalde, que -confieso- nunca ha sido santo de mi devoción. Un reparto, en definitiva, excelente.
También la lluvia es un nuevo éxito de Icíar Bollaín y sobre todo un éxito dentro del cine social, que ya empezaba a estar un poco anquilosado y lastrado por los tópicos. Era un género que necesitaba un empujón, y Bollaín le ha dado uno muy grande. No esperaba menos de ella.

Rango puede que sea la película de animación que menos mire a las demás a la hora de plantear su historia y su tono. Ninguna película de este tipo se parece a Rango. El film de Gore Verbinski es una rara avis que reivindica una y otra vez su libertad, y se salta a la torera cualquier canon o lugar común del género de animación.
Rango comienza un tanto balbuceante, como si no acabara de centrarse, hasta que, pasados veinte minutillos, nuestro personaje encuentra una buena historia en la que participar. Una vez puestos en situación, Rango despliega todo su ingenio y desarrolla una historia no sólo emocionante, sino -sorprendente- con trasfondo incluso social. Es increíble, pero me atrevería a decir que Rango es la primera película de animación con conciencia social. Para comprobarlo, hay que verla. Hacedme caso.
En el apartado técnico, Rango es una gozada. Es vibrante y muy atractiva visualmente. Si le perdonamos algún ramalazo esotérico, su rareza congénita y algún balcuceo de guion, Rango es una buena apuesta. No es lo que estamos acostumbrados a ver, y eso puede desconcertar a más de uno, pero a cambio, Rango tiene muchos aciertos. La balanza le es favorable, sin duda.

Una de las cosas que más valoro en una película (por extensión, en cualquier manifestación artística) es su capacidad para descubrirnos nuevas historias o incluso parcelas de la Historia que son muy poco conocidas. En ese sentido, mi más sincero bravo para El discurso del rey. Porque, fuera de las fronteras inglesas, ¿quién conocía la historia del tartamudeo del duque de York?
Tal vez haya suscitado un entusiasmo desmedido, pero nadie puede negar que darle vida a esta historia es bastante difícil. El tema puede no parecer demasiado atractivo, al igual que los personajes. De ahí que el mérito por parte de Tom Hooper sea doble, al igual que el del reparto. No sé qué decir de Colin Firth que no se haya dicho ya; seguramente, que éste es el papel que ha venido mereciendo durante toda su carrera, y ahora que ha tenido la oportunidad, ha roto todos los moldes; está inmenso, brillante, dando vida a un personaje bastante gris, y aún así nos metemos en su piel desde el primer momento y sufrimos sus limitaciones.
Pero El discurso del rey encierra muchos otros aciertos. Es el retrato veraz y riguroso de un momento de crisis de la historia europea (la II Guerra Mundial) y cómo lo afrontaron los principales dirigentes, y por supuesto se nos detalla el papel de la monarquía inglesa. Y más concretamente, me gustó mucho El discurso del rey por la forma en que traza la psicología de un miembro de la monarquía, cómo asume sus responsabilidades y supera sus problemas en un momento en que el pueblo necesita más que nunca de una figura que les dé la confianza necesaria para afrontar las dificultades que se les vienen encima.
Son muchos los alicientes de El discurso del rey. Es una cinta rodada con elegancia, solvencia y mucho sentido de la narración. Es una película que nos seduce con el poder de la palabra más que con el de la imagen. Y eso no es nada, nada fácil. Y luego está Colin Firth, brindándonos una de las mejores interpretaciones de lo que llevamos de siglo XXI. En resumen: magnífica.