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España España · Barcelona
Críticas de polvidal
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Críticas 348
Críticas ordenadas por utilidad
6
8 de agosto de 2008
6 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por lo que yo sé, que es más bien poco, existen dos tipos de musicales: los que componen un conjunto de letras basadas en una historia y los que, por el contrario, adaptan el argumento a un conjunto de canciones ya conocidas, generalmente pertenecientes a un grupo de gloria pasada. Es el caso de ¡Mamma mia!, que no ha querido desaprovechar el tirón popular que todavía tiene ABBA a nivel mundial.

El problema está, y ya viene de origen, cuando a un grupo no se le ocurre otra cosa que componer un conjunto de temas inconexos que apenas puedan encajarse en una historia. Por entonces, los suecos no eran tan espabilados como ahora, Ikea todavía no había nacido, y a nadie se le ocurrió la idea de que, ya que estaban puestos, no estaría mal ponérselo fácil a los guionistas de una posible adaptación teatral de su repertorio.

De esta manera, Anni-Frid, Benny, Björn y Agnetha compusieron temas sin ton ni son, desde Waterloo y Money, Money, money a Take a chance on me, pasando por The winner takes it all. Faena tuvieron las guionistas de este tinglado para encontrar un mínimo hilo argumental. El resultado es esta historia en la que una chica a punto de casarse en una esplendora isla griega busca a su padre entre los tres amantes de su pendona madre. Y sorprendentemente, el resultado, al menos en forma de película, no resulta tan patético como amenazaba con ser.

Tener a Meryl Streep como cabeza de cartel es, sin duda, el gran privilegio con el que ha contado Phyllida Lloyd, la directora del musical en teatro y que ahora debuta en la gran pantalla. Su interpretación de la hippie trasnochada Donna no sirve sino para confirmar que esta mujer puede con todo. Streep no sólo es capaz de dar credibilidad a un personaje bastante inverosímil sino que también demuestra contar con una portentosa voz. Salir airosa de este embolado en el que se metió por capricho es todo un mérito, algo que no puede decir, por ejemplo, su compañero de reparto Pierce Brosnan. A su eterna y superficial sonrisa se le suman ahora unas increíblemente desafinadas cuerdas vocales.

El resto de actores asumen a la perfección su función en esta película: formar parte de ese mundo tan artificialmente feliz que sólo los musicales logran recrear. Desde la joven y bella Amanda Seyfried hasta la más veterana Christine Baranski, espléndida y graciosa en su papel de menopáusica devora hombres. Hasta los secundarios, ataviados como típicos griegos, añaden de forma eficaz esa pequeña dosis de sátira que todo número musical necesita. Sólo así se consigue no caer en el ridículo cuando una de las coreografías emerge de repente del mar en forma de un montón de chavales con gafas y aletas de buceo.
polvidal
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7
13 de septiembre de 2010
5 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ocho años ha necesitado Achero Mañas para reunir el presupuesto necesario y volver a la gran pantalla tras el varapalo de Noviembre. Y no lo ha hecho con un proyecto fácil. Como con su anterior cinta, el director corría el riesgo de estamparse de nuevo contra los caprichos de la crítica. Pero en esta ocasión la apuesta ha salido a su favor. Todo lo que tú quieras es una película arriesgada y, sobre todo, valiente que consigue salir airosa de su particular planteamiento.

Un padre en plena desesperación decide travestirse de mujer para ayudar a su hija a superar la muerte de la madre. Es evidente que la premisa corría un serio peligro de caer en lo grotesco e incluso lo bochornoso. En manos de Mañas, sin embargo, se consiguen momentos de auténtica ternura entre un padre y su pequeña tras quedarse en desamparo por la ausencia de la figura materna.

Porque la madre es un pilar insustituible, y porque al hombre no le queda otro remedio que resignarse a un papel menos trascendental, el filme ha querido reflexionar sobre la falta de ese referente común en todas las culturas. Juan Diego Botto encarna con absoluta brillantez, y con ansias de galardón, la impotencia de un padre descolocado que tomará medidas desesperadas, e incomprensibles, para suplir el vacío dejado por su mujer.

La decisión, un tanto bipolar, vendrá acompañada de otros momentos trascendentales del filme que incluso se alejan de la trama principal. José Luis Gómez se reserva el más importante y amargo de ellos, transformado en actor de variedades homosexual, cuando se humilla ante el protagonista en plena función. Sólo su interpretación es más digna de elogio que la del mismísimo Botto.

Un segundo instante sublime, de los más duros del filme, lo protagoniza Najwa Nimri, cuando se ve forzada a asumir el papel de la fallecida en pleno coito. Ni la muerte de la protagonista, a la que también asistimos, resulta tan dolorosa. Y con la misma intensidad asistimos a una última escena intachable, cuando la niña, excelente Lucía Fernández, se niega a aceptar la realidad distorsionada. Por esos tres momentos imborrables, Todo lo que tú quieras ya logra superar sus flaquezas, como la reiteración o el estereotipo, hasta alcanzar el notable alto.
polvidal
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8
11 de octubre de 2017
4 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
El amor y la muerte conforman un pack muy jugoso para el cine, que ha sabido retratarlo desde todos los ángulos posibles. Pero quién iba a decirnos que las reflexiones más desgarradoras y clarividentes sobre el vacío emocional llegarían de la mano de la ciencia ficción, de un relato imaginario que con una intencionada apuesta formal sitúa el punto de vista en un fantasma de sábana blanca. Una presencia sin expresión que observa la evolución de su entorno tras su fallecimiento. Una mirada sin ojos, un cuerpo sin forma ni voz que transmite más emociones que tantos otros intentos fallidos.

Es una lástima que esa apuesta formal lastre en cierta forma la apabullante evolución del metraje. A Ghost Story arranca petulante, encantada de conocerse, sometiendo al espectador a auténticos actos de fe, como vislumbrar a Rooney Mara en plano fijo degustando un pastel durante varios interminables minutos. Algunos lo han calificado de hipster en su sentido más peyorativo. Su formato cuadrado con bordes redondeados recuerda más a Instagram, aunque el ritmo sea el opuesto al que demanda la generación Youtuber. Pero más allá de tendencias más o menos justificadas, lo cierto es que la película traspasa esas barreras para convertirse en toda una emotiva experiencia.

Mediante un particular y surrealista sentido del humor, David Lowery nos sumerge en una historia de rotunda tristeza, melancolía y, sobre todo, mucha paciencia. La de un espíritu que asiste indefenso a la destrucción de su hogar, enclaustrado en un lugar y en el tiempo sin más opción de comunicarse que los objetos. Tras esa sábana blanca y esos ojos huecos que deambulan por la que fuera su casa, el espectador es capaz de empatizar a la perfección con la impotencia del protagonista. Una dolorosa reflexión sobre la pérdida, sobre el hueco de las presencias y de las ausencias, tras la que uno sólo puede terminar más reconfortado.
polvidal
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8
24 de febrero de 2023
3 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es curioso que la película no se haya promocionado con una frase del tipo “Si te gustó The White Lotus, te encantará El triángulo de la tristeza”. Y es que parece que mofarse de los ricos se ha convertido en el lúdico consuelo de los pobres. No hay nada como poner en duda su inteligencia, cuestionar sus valores y ponerlos en ridículo para sentirnos mejor a la salida del cine y acabar pensando que tampoco se está tan mal despertándose a las 6.30 de la mañana para levantar el país de una forma más íntegra y digna. Pero ojo, porque Ruben Östlund no se conforma y tiene dardos para todos. Como insiste en transmitir a lo largo de la cinta, todos somos iguales y, por tanto, susceptibles de caer en todo aquello que nos resulta tan ajeno desde la butaca del cine.

Una de las primeras escenas de la película es buen ejemplo de ello. Un joven modelo comienza a cuestionar sin pelos en la lengua la actitud tan poco feminista de su novia influencer, siempre dispuesta a que sea él quien pague la cuenta del restaurante. Ya solo la escena de una pareja sin intercambiar diálogo en la mesa de al lado podría resultarnos familiar. Pero la cuestión monetaria, que se va volviendo cada vez más violenta, también podría ser motivo de disputa en toda relación. Cada cual a su escala, todos somos esclavos de esa parcela de poder que nos confiere el dinero.

En todo caso, dado que la frivolidad parece acrecentarse con el tamaño de los bolsillos, es lógico que la diana de El triángulo de la tristeza se centre en los más pudientes. Es en el segundo acto de la película, ambientada en un yate de lujo, donde se suceden las situaciones más dantescas y despiadadas, como esa ricachona rusa que encuentra la diversión en forma de altruismo desalmado. Tampoco la tripulación se queda corta, nuevamente cegada por el “¡dinero, dinero, dinero!”. Pero son las imágenes de vómitos y diarreas ya previamente explotadas por la promoción del filme las que nos conducen al delirio, desternillándonos sin complejos de algo tan parecido al “caca, culo, pedo, pis”.

Lo más interesante de El triángulo de la tristeza probablemente recaiga en su capacidad para crear imaginario colectivo. Contiene gags y bromas recurrentes que lograrán superar el paso del tiempo, como ese In den wolken que despierta enormes carcajadas o mi escena de humor favorita de la película, que llega en forma de granada de mano.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
polvidal
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7
4 de junio de 2012
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por si quedaba alguien en algún rincón del planeta que no odiara a Blancanieves, la avalancha de estrenos de este último año sobre uno de los personajes de cuento más repipis de la historia habrá contribuido a aumentar la cifra de manera considerable. Primero fue la adaptación televisiva y actualizada de Once upon a time, luego la versión cómica de Mirror, mirror y esta misma semana el potente desembarco de Blancanieves y la leyenda del cazador. Por si fuera poco, los buenos resultados amenazan con mantener bien alta la fiebre por los relatos infantiles.

Sin embargo, conscientes del carácter pánfilo y bobalicón de la protagonista, todas estas revisiones de Blancanieves han tenido un rasgo en común. Todas ellas han convertido a la malvada en la única estrella del firmamento, en el elemento indispensable para salvar la función. No sabría decir con cuál de las tres actrices que han encarnado a la pérfida madrastra me quedaría (si con la Regina de Lana Parrilla, Julia Roberts o Charlize Theron) pero lo que está claro es que esta última se convierte en la única razón de ser de la enésima adaptación del cuento.

Kristen Stewart (Crepúsculo) no es la única tendencia a la que recurre de forma descarada la película. Además de subirse al carro de los cuentos clásicos, la Blancanieves del novel Rupert Sanders se desvincula de sus antecesoras bebiendo directamente de un género en auge, el de la aventura épica, y más concretamente del fenómeno Juego de tronos, al que emula sin demasiadas sutilezas (ahí está sin ir más lejos ese vuelo de cuervos con el que la serie de la HBO promocionaba su primera temporada).

Sabiendo, por tanto, que no acudimos al cine para presenciar una obra única e inimitable, lo cierto es que el filme funciona a la perfección como entretenimiento, como blockbuster sin una mayor pretensión que la de cautivar al gran público con un puñado de escenas bien paridas y una estética de videoclip que lidera ese magnífico primer plano de Theron emergiendo de un baño de leche de burra. El sueño de toda actriz.

Convertida ya en uno de los éxitos de la temporada, cubiertas ya las expectativas de la Universal, sólo cabe preguntarse cómo se las ingeniarán ahora para exprimir como es debido el fenómeno Blancanieves. ¿Se atreverán con una secuela de dudosa coherencia? ¿O explorarán el socorrido terreno de la precuela? Algo nos hace temer que el resto de princesitas Disney andan revoloteadas y entusiasmadas ante la idea de recuperar la gloria perdida. Pero ojo, que Caperucita Roja ya salió escaldada de la experiencia.
polvidal
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