Cinta de espías donde un veterano Robert Redford recibe en su día de jubilación la noticia de que su pupilo favorito se ha metido en problemas. Aunque anunciada como un duelo actoral, Brad Pitt no pasa de mero secundario, un simple reclamo para el gran público. La película es de Redford, el más listo de los agentes, la leyenda, el artista de la Agencia, que entra en una habitación y les mira a todos como diciendo "me voy a reír en vuestra cara". Y lo hace, se ríe en sus caras. Es el mito viviente al que unos niñatos modernos, aficionados a la tecnología, dan por acabado. No saben con quién están tratando, señores.

Trama de despachos, aligerada con flashbacks, que funciona a pesar del montaje acelerado y toda esa dirección grandilocuente de Tony Scott. Más que de Ridley, parecía hermano de Michael Bay. En la escena de la azotea, momento de confrontación entre los personajes, donde se escupen verdades y afloran los dilemas, Scott se empeñó en utilizar un helicóptero. ¿Por qué, Tony? En esa misma escena, Pitt, no se sabe si por exigencias del guion o para demostrar que es actor de método, va y, visiblemente alterado, tira una silla al vacío (una silla que podría haber caído encima de una persona). La conversación que mantienen resulta muy interesante, instructiva, pero yo no pude dejar de pensar en el vuelo de esa silla. Se supone que los espías están encargados de protegernos, que hacen todo el trabajo sucio a cambio de mantener el orden en la sociedad, que son nuestros salvadores... y van y tiran una silla al vacío. No te puedes fiar de esa gente.

Un octogenario es contratado por un detective para infiltrarse en una residencia y obtener pruebas de un supuesto maltrato a una anciana; en poco tiempo hace muchas amistades, conquista a todos gracias a su carácter.

“El agente topo” sorprende y golpea al espectador, emociona. Es tan real que da miedo. Con sencillez, con humanismo, se nos muestra el día a día en la residencia, los momentos de alegría y de añoranza. Nos enseña a querer a esas abuelitas llenas de ternura, abandonadas por sus familias, con las capacidades mermadas, enfrentadas al último tramo de vida en soledad. Imposible no conmoverse ante su dolor, sus recuerdos fragmentados, su necesidad de afecto.

Pasa el tiempo, y se sigue esperando una visita que no llega.

¿Quién no ha tenido a alguien al que ha dejado al cuidado de extraños?, ¿quién no se ha arrepentido, aunque sólo fuera un segundo?

¿Se trata de una película de espías?, ¿de un documental? Hay obras que asombran, por no haber cosa con qué compararlas, por su naturaleza compasiva, por descubrirnos una realidad difícil, por existir.

Martín queda a cargo de la casa de una familia que marcha de viaje a París. Él, un pariente lejano, es inmaduro y egocéntrico, está lleno de inseguridades, pasa sus horas aburrido, no parece interesarse por nada, hasta que por casualidad conoce a una chica.

Un drama con toques de comedia que sigue los pasos de un protagonista desencantado que inventará una realidad paralela. Se trata de alguien que sufre depresión, siente un gran desapego, pero todo cambia cuando encuentra a Pachi, una madre soltera con la que inicia un romance. A partir de ahí se multiplican las mentiras, los esfuerzos de Martín por mantener una ficción.

Rodada mayoritariamente en una casa, la película plantea un juego de espejos entre la familia burguesa propietaria de la vivienda y los dos marginados sociales que se ilusionan con la idea de formar parte de una familia acomodada. Un relato sencillo, elegante, que observa con ternura las acciones de sus personajes, y posee un fondo triste.

Un vídeo donde se da muerte a dos gatitos provoca la furia de Internet y propicia la creación de un grupo de Facebook que se marca el objetivo de identificar al responsable. Los miembros más importantes de ese grupo, convertidos en detectives aficionados, nos relatan los resultados de sus pesquisas en una trama que a medida que avanza se va tornando grotesca y aterradora, a través de tres episodios que se devoran rápidamente y que dejan al espectador helado.

El criminal, producto de estos tiempos, obsesionado con la imagen, la fama, las redes sociales, las películas y los asesinos en serie, no sólo se conforma con colgar vídeos repulsivos, sino que invita a que le persigan, deja una hilera de pistas. Queda la duda de si los protagonistas de esta historia, buscando a este individuo, evitaron que se produjeran más desgracias o, por el contrario, dieron alas al monstruo, alentaron su conducta enfermiza, le otorgaron la fuerza necesaria para llevar a cabo su macabro plan.

Este "true crime" merece mucho la pena; narrado como un thriller, cuenta con valiosos testimonios de policías y gente implicada en el caso, retrata a la perfección una mente trastornada, alerta de los peligros de las personalidades narcisistas y psicópatas en el mundo de hoy.

Una afamada escritora de novelas románticas mantiene un affaire con un joven playboy. Durante una entrevista en televisión confiesa su deseo de casarse con él. A la mañana siguiente aparece muerta.

Colombo se enfrenta a un crimen aparentemente sencillo que se complica cuando ya parecía resuelto. Los personajes principales son la hermana de la víctima, una mujer impetuosa, de modales bruscos, muy arrogante; y el novio, un mujeriego empedernido. El caso, a pesar de giros imprevistos, no plantea excesivas dificultades para el más brillante de los policías. La resolución al misterio se encuentra en la ropa interior de la víctima, más concretamente en sus bragas, objeto desde el principio de la sagaz mirada de nuestro teniente.

Las actuaciones son horribles, en particular la de Andrew Stevens; la trama no engancha demasiado; el humor, si se le puede llamar así, no resulta excesivamente gracioso. Pero al menos puedes observar la vida de los ricos en Malibú, con sus imponentes mansiones, sus habitaciones con vistas al mar, sus paseos por la playa, sus gustos caros, sus joyas, su esnobismo. Lástima lo del asesinato.