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Críticas de Pepe Alfaro
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Críticas 98
Críticas ordenadas por utilidad
7
12 de marzo de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
"The Florida Project" constituye la carta de presentación en las pantallas conquenses del director y guionista norteamericano Sean Baker (New York, 1971), convertido en un icono del cine de espíritu indie, donde su obra ha conseguido un reconocimiento apreciable, habiendo obtenido varias nominaciones y premios. La película compone un veraz y conmovedor retrato de la sociedad suburbial de los Estados Unidos de la época Trump, con el sencillo recurso de situar la cámara tras la peripecia veraniega de unos pequeños de seis o siete años compartiendo juegos, correrías, trastadas y también carencias en el entorno de un motel barato pintado de color morado llamado Magic Castle, situado a las afueras de Orlando, la ciudad donde se levanta Disney World Resort, ese inmenso complejo turístico plagado de parques temáticos y de hoteles, el mundo de los sueños para cualquier niño.
Baker convierte la cámara en los ojos de los niños para ofrecer una perspectiva infantil de ese universo de colores que envuelve sus carencias más básicas: padre, hogar, cariño, educación, alimentación… que no consiguen privarles de esa felicidad enraizada en la candidez de la infancia. Madres y abuelas solas trabajando sin tregua para sacar adelante a unos retoños obligados a pasar solos la mayor parte del tiempo. Días que transcurre con aparente parsimonia punteados por el director con multitud de detalles descriptivos utilizados como elementos fundamentales de la narrativa. Detalles que se muestran, se sugieren o se salpican mediante una riqueza cromática y un naturalismo penetrante que convierten cada escena en un surtidor de emociones de las que no conviene despistarse, sobre todo para no perder ninguna pincelada de cada imagen.
En la película, el punto de vista adulto, el contrapunto visual a los críos protagonistas, se ofrece a través de la mirada del gerente del Magic Castle, interpretado por Willem Dafoe con esa profundidad humana escondida tras una máscara de corte quijotesco. El único actor profesional del reparto se convierte aquí en un modesto demiurgo destinado a amparar sus desamparados clientes, especialmente a los más pequeños. Sin embargo, a pesar de su novatez, cada uno de los intérpretes (incluso los más pequeños) irradia frescura y naturalidad, convirtiendo su propia historia en una ofrenda para los sentidos.
La mejor baza de "The Florida Project" consiste en que sin recurrir a ningún tipo de discurso facilón, ni mucho menos panfletario, consigue un retrato tremendamente efectivo de una realidad social, no por desconocida menos cierta, en la que se ven inmersas muchas personas casi invisibles obligadas por falta de medios a vivir en el límite de la marginalidad, casi en la indigencia, en moteles de mala muerte justo al lado del sueño americano representado por el mundo fantástico imaginado por Disney. Esperemos que se cumpla el mensaje esperanzador de la película y haya futuro para estos pequeños desheredados, y también este tipo de cine en las salas comerciales de nuestra ciudad. Merece la pena.
Pepe Alfaro
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8
19 de diciembre de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hubo un tiempo en que el cimiento para construir una película se basaba en la escritura del guion, considerado el armazón arquitectónico sobre el que un equipo capitaneado por el director edificaba la trama de unos personajes hasta completar la historia imaginada por aquellos especialistas en la escritura cinematográfica. Los tiempos de Ben Hecht, I.A.L. Diamond, Dalton Trumbo, o nuestro añorado Rafael Azcona, han pasado, y la mayoría de los directores actuales no se resisten a reafirmar su autoría estampando su nombre en el apartado de los créditos reservado para el guionista; y Woody Allen solo hay uno.
El tándem formado por Alex de la Iglesia y Jorge Guerricaechevarría ha encontrado la alquimia perfecta en la adaptación de la película italiana "Perfetti sconosciuti" (Paolo Genovese, 2016), que no conocemos por la sencilla razón de que no se ha estrenado en España. Desde las primeras escenas, donde con una concisión y precisión encomiables, deudoras del cine clásico, se presentan los detalles y las conexiones (con sus distanciamientos personales) de cada una de las tres parejas protagonistas, el guion adquiere un ritmo que mantiene el interés del espectador en todo momento, y eso que tras las presentaciones de rigor, toda la acción se concentra en un único escenario, conformado por el domicilio donde siete amigos de toda la vida han quedado para celebrar una cena tranquila, presumiblemente aburrida como siempre. La cosa cambia desde el momento que la más joven del grupo propone un sencillo juego para amenizar la velada, consistente en compartir cuanto llegue a los móviles de cada uno. Qué manera más ingenua de ratificar la amistad, de comprobar que nadie esconde secretos inconfesables. El guion avanza como un mecanismo bien engranado, sin fisuras, mostrando de forma progresiva las taras y virtudes de cada uno de los personajes, a los que los actores aportan una composición singular distinguida, entre los que sobresalen especialmente Eduard Fernández y Pepón Nieto. En una primera apreciación, la película puede resultar engañosa, pues aunque algún personaje sea un verdadero crápula, la mayoría simplemente ocultan pecados veniales, y algunos incluso conservan su integridad; como la vida misma. El director redondea el trabajo aportando su temperamento narrativo con la cámara, conteniendo los alardes y exhibiciones a que nos tiene acostumbrados en aras a la efectividad y, probablemente, al condicionamiento del limitado espacio donde se concentra la acción, aunque en algún momento intente sobrepasar los muros del decorado, más que nada para oxigenar el ambiente.
"Perfectos desconocidos" refleja de forma entretenida, utilizando dispositivos tragicómicos, el efecto de unos aparatitos llamados móviles que en unos años han pasado a determinar el devenir en cada instante de nuestra vida. Redondea el resultado el final propuesto por los autores, donde plantean al espectador la cuestión trascendental que culmina la trama: ¿es mejor vivir en la ilusoria felicidad que concede el desconocimiento, o es preferible saber las cosas aunque puedan naufragar amistades o amores presumiblemente firmes? Cada uno que elija su final.
Pepe Alfaro
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8
4 de octubre de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta verdaderamente extraordinario el estreno simultáneo en nuestra pequeña ciudad de dos obras cinematográficas fascinantes, lo que me ha ocasionado cierto titubeo sobre el objeto de este comentario. Por un lado la aventura de un Robinson Crusoe espacial naufragado en Marte, una empresa exclusivamente al alcance de los medios de la industria norteamericana, con la colaboración, eso sí, de la NASA, que al final se dedica a lo que Capricornio Uno (Peter Hyams, 1977) ya había vaticinado: la Agencia enviaba sus cohetes al espacio de un decorado de cine. Si prescindimos del peaje satisfecho por Ridley Scott, en forma de concesiones al populachero reality-show y a la “fraternal” colaboración chinamericana, estamos ante una propuesta merecedora de atención.
El mexicano Guillermo del Toro (Guadalajara, Jalisco, 1964) es un cineasta singular que ha dedicado la totalidad de su genio al cine fantástico, combinando las obras más personales en España (El espinazo del diablo, El laberinto del fauno) con otras producciones hollywoodenses de encargo (Blade II, Hellboy y Hellboy II). Tras varios años con el guion de Crimson peak (título original) en un cajón, el director regresa a sus orígenes, un universo de misterio y alucinación cargado de un potencial expresivo y narrativo alimentado en las fuentes del mejor relato gótico, cargado de romanticismo, de “amour fou”, sin desdeñar otros argumentos notoriamente Encadenados (Alfred Hitchcock, 1946) tanto a los grandes maestros del suspense (la sombra de Rebeca también es evidente) como a las brujas y fantasmagorías reflejadas en las pinturas negras de Goya.
Desde el primer instante, cuando la cámara nos acompaña por las calles de una Nueva York encharcada, abarrotada y embarrada (estamos en los albores del siglo XX) siguiendo los pasos de la joven Edith Cushing (Mia Wasikowska) comenzamos un viaje que se intuye seductor, a pesar de movernos por los transitados entornos de la alta burguesía urbana. El director utiliza un trávelin para adentrarnos de manera imperceptible en un ambiente descrito de forma fascinante, con un exquisito diseño de producción que genera escenarios y personajes de sensaciones casi hiperrealistas. La primera parte de la película, ambientada en la gran ciudad, apenas recurre a la fabulación fantástica, salvo algún flashback de ensoñación, a pesar de lo cual cada fotograma (sirva la referencia semántica a un concepto sin significado desde que el cine solo es software) se encuentra fuertemente impregnado de un aura etérea ligeramente fantasmagórica.
El registro cambia cuando la acción se traslada hasta Cumberland, en la campiña inglesa; sobre La cumbre escarlata se alza una inmensa, enigmática y sobrecogedora mansión que alberga en sus entrañas una mina de arcilla roja, el color que hace “sangrar” la tierra para convertir la nieve invernal en una metáfora perfecta del sufrimiento del Planeta. Hemos pasado de un drama de época a una tragedia de amor gótico con rasgos sobrenaturales, que en ningún caso se puede calificar como film de terror, aunque el personaje de Lady Lucille Sharpe creado por la pelirroja (aquí desafortunadamente tintada de negro) más perturbadora del cine actual, Jessica Chastain, nos produzca más de un escalofrío.
Pepe Alfaro
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5
4 de octubre de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las pocas personas que puede presumir de tener en sus estanterías el premio “Ciudad de Cuenca” otorgado por el extinto Festival de Cine Mujeres en Dirección hace justamente cinco años, es la productora de origen uruguayo Mariela Besuievsky; con su compañero Gerardo Herrero comparte el sello Tornasol Films, donde durante más de dos décadas han germinado algunos títulos clave de la cinematografía en lengua española y otras coproducciones con reconocidos autores del Viejo Continente.
Sin embargo, la obra como director del madrileño ha quedado bastante lejos de alcanzar un éxito y una estimación equiparables; lo ha intentado con la comedia (Que parezca un accidente, 2008) y el drama (Heroína, 2005), pero la mayoría de sus películas proceden de adaptaciones literarias, con cierta tendencia hacia el género de investigación policiaca. En este acercamiento al thriller, Gerardo Herrero se ha topado con la segunda novela protagonizada por Leo Caldas, un lacónico inspector gallego creado por el escritor Domingo Villar, que además ha participado directamente en la escritura del guion. Para dar vida al policía, el director ha recurrido a su actor más recurrente, Carmelo Gómez, al que solo falta ese inimitable acento gallego para mimetizarse indisolublemente con su personaje.
La trama de La playa de los ahogados empieza con la aparición del cadáver de un marinero en las playas de un pequeño pueblo; a partir de este momento la investigación confluye con el naufragio de un pesquero catorce años atrás, donde falleció el patrón del mismo. La rutinaria investigación llevada a cabo por el Inspector y su ayudante, con sus toscas diferenciaciones de caracteres y métodos, centra el grueso de una narración pausada, distante y fría, sin que el director consiga implicar al espectador en una historia solapada a la esencia de la tierra y el paisaje gallegos, con el mar, sus barcos y sus gentes conformando un entorno que por sí mismo debería no solamente envolver el relato, sino absorber las pulsaciones de una cámara ajena a cualquier atisbo de emoción. Tras un iterativo y perezoso interrogatorio de testigos, llegamos a la resolución del caso de forma algo previsible y precipitada, desbaratando las posibilidades de un interesante material que ofrecía buenos mimbres para haber conformado un estupendo cesto para albergar este presunto thriller a la gallega.
A la vista del resultado se puede inferir que Gonzalo Herrero no ha conseguido su objetivo de reflejar en imágenes el espíritu de la novela, la esencia de una entretenida historia, a través de unos personajes construidos a base de palabras, de referencias literarias; ambos extremos se desvanecen en el trasvase a la imagen cinematográfica. La consecuencia es que a pesar de haber llegado a un buen número de salas españolas, La playa de los ahogados ha pasado totalmente desapercibida por la cartelera durante la semana de su estreno; ni siquiera los lectores de Leo Caldas se han interesado por seguir sus pesquisas en la pantalla grande. Sin embargo, como productor ha demostrado sobradamente capacidad para encontrar el secreto de sus ojos (de los espectadores, se entiende).
Pepe Alfaro
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4
16 de octubre de 2017
6 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
La verdad es que viendo la película resulta difícil entender el abrumador éxito de público conseguido por la obra de teatro que sustenta el argumento de una película que no empieza mal; las primeras escenas sirven para presentar los trastornos obsesivos y compulsivos de cada uno de los seis personajes embarcados en la sala de espera de un doctor especializado en tratar este tipo de desórdenes personales. Cuando sabemos los males que padece cada individuo prácticamente se ha dilapidado casi toda la gracia de la historia, lo que viene después es una iteración de los mismos tics, por eso quizás debería haberse titulado "tic tic". El resto de la película carece de sentido, de interés y, lo que es más grave, de gracia; síntoma de los "trastornos ocasionados por comedias" que no lo son.
Pepe Alfaro
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