Cuando se paga el precio de una entrada para ver una propuesta cinematográfica vilipendiada por público y por crítica hay que reconocer que sólo se espera la banalidad como respuesta.

Pero este largometraje ofrece mucho más de lo que cabía esperar.
Quedarse con la anécdota de lo sensiblero, de lo deliberadamente provocativo o de lo políticamente incorrecto implica una visión pacata y restringida del asunto.

Abrir los ojos significa aceptar la seducción, dejarse atrapar por lo sugerente, por lo incisivo, por lo a veces desconcertante pero también por lo romántico, por lo ingenuo, por lo curioso, por lo original y por ese cierto humor inteligente que no hiere ni escandaliza y que dice su mensaje con sencillez y sin ambages.

El ritmo narrativo resulta intenso, la trama psicológica intimista, la banda sonora cómplice y hasta la fotografía se delinea en los trazos de lo comedido.

Abrir los ojos es el único camino para desprenderse de lo superfluo y no caer en la condena de los prejuicios.

Largometraje pretencioso y abstruso, onírico, poco convincente, deliberadamente provocador, escasamente artístico, aparatoso, grandilocuente y desmesurado.
A pesar de su explícita carga sexual, su sentido erótico resulta algo burdo y bastante forzado, su trama se desliza por la pendiente del recurso fácil, de la voluntad poco sincera y muchas de sus situaciones apenas resisten un mínimo análisis crítico.
Nos encontramos, además, ante una película larga, llena de información innecesaria, de propuestas poco explicadas y nada plausibles, contradictorias, inconsistentes y de entidad muy precaria.

No vamos a descubrir ahora la manifiesta irregularidad de Kubrick.
Lo que no puede dejar de sorprender es que el film goce de tanto aplauso y tanta popularidad.
Así son las cosas.

Impagable documental sobre unos The Beatles al natural, sin apenas artificio, en el que se muestran como unos tipos normales mientras realizan su trabajo.
Asistimos a sesiones de ensayo sin divismo, a conversaciones que parecen espontáneas, presenciamos actitudes que se manifiestan fluidas, conductas llanas, relaciones naturales y un ambiente general franco en el estudio de grabación y durante la celebración del controvertido concierto de la azotea.
Y también encuadres magníficos, escenas insospechadas, miradas significativas y un ritmo cinematográfico muy adecuado.

En definitiva, nos encontramos ante una crónica valiosa de los días en que se procedió a la grabación de aquel long-play que compramos temiendo que fuera el último.
"Let it be" está lleno de The Beatles.

Pero en aquellos estudios de grabación y en aquella azotea también estaba ella.
Yoko Ono.
Una presencia inquietante.

Revisar en la actualidad esta película de 1968 remite de inmediato a una brillante propuesta estética -visual, cinematográfica y artística- que mantiene su vigencia hasta nuestros días y por eso acrecienta el valor futurista de su planteamiento.
Menos reconocida en su momento que "A hard day´s night" (1964) o "Help!" (1965), especialmente por los seguidores de The Beatles, hoy no queda sino apreciar este film como una obra valiosa en sí misma al margen de que trate sobre los famosos músicos.

Su director G. Dunning maneja con solvencia una iconografía exquisita, un texto sugestivo cercano a la psicodelia, un juego de complicidades que implica fácilmente al espectador y un talante desenvuelto, en apariencia informal pero crítico, valiente y sincero.

Y a ello hay que unir la sublime banda sonora.
La obra en su conjunto resulta magnífica.
A los corazones solitarios les encantan los diamantes de Lucy.

Entre el relato biográfico y una anodina ficción argumental, Richard Lester coquetea excesivamente con la pifia cinematográfica y por eso su largometraje sólo alcanza cotas de discreción.
Nos encontramos ante una película de culto -curiosidad histórica- de estimable valor icónico. Hay que recordar que en su tiempo gozó de muchísima popularidad y que se proyectó durante décadas en centenares de cine-fórums de medio mundo.

Aunque hay que reconocer que posee ciertos gags ingeniosos y no exentos de gracejo, en nuestros días sólo la música de The Beatles es aval que justifica su visionado.
Sus canciones siguen siendo palabras mayores.