Cuando se paga el precio de una entrada para ver una propuesta cinematográfica vilipendiada por público y por crítica hay que reconocer que sólo se espera la banalidad como respuesta.

Pero este largometraje ofrece mucho más de lo que cabía esperar.
Quedarse con la anécdota de lo sensiblero, de lo deliberadamente provocativo o de lo políticamente incorrecto implica una visión pacata y restringida del asunto.

Abrir los ojos significa aceptar la seducción, dejarse atrapar por lo sugerente, por lo incisivo, por lo a veces desconcertante pero también por lo romántico, por lo ingenuo, por lo curioso, por lo original y por ese cierto humor inteligente que no hiere ni escandaliza y que dice su mensaje con sencillez y sin ambages.

El ritmo narrativo resulta intenso, la trama psicológica intimista, la banda sonora cómplice y hasta la fotografía se delinea en los trazos de lo comedido.

Abrir los ojos es el único camino para desprenderse de lo superfluo y no caer en la condena de los prejuicios.