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Críticas de Filiûs de Fructüs
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Críticas 37
Críticas ordenadas por utilidad
4
17 de abril de 2012
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras el descalabro perpetrado por los Edison y Le Prince de marras en la conspiranoia anterior (véase 'El jardín de Roundhay'), mi ojo clínico y voraz no ha podido evitar realizar una comparación sesuda y terrible con el actual estado de la monarquía española.

Idénticas fuentes que con Le Prince me han dado el chivatazo. Nuestro Borbón favorito descubrió hace unos días un cortometraje danés, silente, titulado 'Løvejagten'. No sé si es necesario recordar el don de lenguas que tiene nuestro entrañable monarca (en este caso tiró de la didáctica Gomaespuminglish), pero le ayudó, y mucho, a la hora de entender que lo que ocurría en aquél cortometraje, sólo podía ser fruto del amor hacia los animales.

El argumento es sencillo y rezuma inocencia e ingenuidad por los cuatro costados: dos hombres blancos y vigorosos deciden ir de caza con un guía morenito. Se cruzan con hipopótamos, con cebras, con avestruces. Incluso tienen tiempo de adoptar un pequeño simio. El moreno les prepara la cama y se acuestan. Por la mañana un león irrumpe en esa zona, matando a su caballo y a otro bichejo que no logré discernir. Dos tiros y sin aliento. Aparece otro, dos tiros más y pa’l huerto. Se fuman un pitillo a la salud de los animalicos y los rajan para quedarse con sus magníficas pieles. Empalan sus cabezas y sonríen a cámara, mientras en un acto de filantropía y respeto al prójimo, ceden uno de sus cigarrillos al morenito.

Técnicamente no es un cortometraje que me interese. Ni es original ni ofrece ningún plano para el recuerdo. Su argumento tampoco va más allá, y el trato que se le da es de lo más convencional. Entonces, ¿porqué mis fuentes me han dicho que al finalizar el cortometraje, a nuestro campechano Juan Carlitos no le bastaban las palomitas y los aplausos para alabar con regocijo a los daneses?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Filiûs de Fructüs
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7
19 de mayo de 2010
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya de entrada, fijándonos en los intérpretes, nos entra cierta buena impresión. Y es que si juntas a Alec Guinness, a Herbert Lom y a Peter Sellers en una película puedes estar seguro que algo bueno saldrá de ello, y oiga, sí que sale.

Vamos por partes. Quizás el título (inglés) os suene de algo, ¿alguien recuerda el film “The Ladykillers” de los hermanos Coen y que contaba con Tom Hanks como protagonista? Pues bien, era un remake de ésta pequeña joyita del 1955; un remake bastante sosete y bastante inferior al cine al que nos tienen acostumbrados los Coen.

El film, gira alrededor de cinco atracadores (interpretados por Alec Guinness, Herbert Lom, Danny Green, Cecil Parker y Peter Sellers) que utilizan la casa de una anciana para planear un atraco, simulando que son un quintento de cuerda y tienen que ensayar cada día. En realidad, todo el film gira alrededor de la anciana. Aunque sería más apropiado decir que prácticamente toda la trama gira alrededor de la casa donde vive la ancina y se aloja el Coronel Marcus, el personaje interpretado por Alec Guinness, con unos personajes que rozan la caricatura, sobretodo los atracadores (cada uno interpreta a un personaje diferente pero llevándolo al terreno del “cartoon”, el Coronel interpretando un personaje vehemente y con “tics” que recuerdan a los genios del cine mudo, Lawson One-Rown un gigantón de pocas luces, Louis con una pinta de gangster de medio pelo, el mayor Courtney compone un ladrón asustadizo, y curiosamente el personaje de Peter Sellers es el que menos caracterizado está), prácticamente todos ellos interpretan una caricatura de ellos mismos.

Todo ello sazonado con una magnífica puesta en escena, en la que todo confluye a la perfección y con ése humor inglés tan negro y que tanto nos gusta. McKendrick nos muestra un retrato cáustico, corrosivo, de la Inglaterra victoriana, de un Londres típico, neblinoso. La mayor parte del film está rodada en interiores, ya sea la casa de la anciana Wilbeforce, como la estación de tren o la comisaría; pero es en los momentos clave y más interesantes de la película en los que el rodaje es en el exterior, por ejemplo, la genial media hora final, que pone la guinda a un proyecto muy divertido en su defecto -e infinitamente superior al remake de los Coen-.
Filiûs de Fructüs
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9
19 de mayo de 2010
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hablar de “¿Télefono Rojo?...” es hablar de palabras mayores. Y es que muchos al ver su género esperan ver una comedia de Abrahams y los hermanos Zucker, he visto a más de uno preguntarse porqué no se ha reído en esta película y es que no podemos juzgar algo sin haberlo visto y mucho menos sin haberlo entendido. Teléfono Rojo es mucho más que todo eso, es claramente una crítica a la política nuclear de dos de los países más poderosos sobre la faz de la tierra; una sátira política antibélica, que se ríe de todo y de todos.

Si bien en un principio la idea era hacer un proyecto serio, en el último momento Kubrick decidió dar al film un giro de 360 grados, introduciendo ironías, personajes esperpénticos, a cada cual más chiflado y excéntrico y algunas conversaciones que quedarán para siempre en nuestros tímpanos como algo magnífico y genial.
Entre ellas nos quedarán las conversaciones que mantienen Merkin Muffley (presidente de los Estados Unidos imperialistas) y Dimitri (presidente de la URSS comunista) o la cualquiera de las que dirige el general Jack D. Ripper (que también tiene cojones el nombrecillo que puede interpretarse como Jack the Ripper, oséase: Jack el Destripador) con su subordinado, el capitan Mandrake y su risilla nerviosa, hablando de mujeres, fluorización y fluidos corporales, realmente magistral.

El filme goza de un entretenido y enérgico duelo actoral entre Sellers y George C. Scott, este último interpretando al voraz General Buck Turgidson. Por ser una sátira, Dr. Strangelove puede parecer de lejos un filme inferior de Kubrick, una película en la que el maestro se salía de registro y desplegaba una perfecta plataforma para que Peter Sellers (con el que dos años antes había trabajado en Lolita) se luciera interpretando tres personajes: el disciplinado y nervioso Capitan Lionel Mandrake, al calvo presidente de los E.U. Merkin Muffley y al ex nazi Doctor Strangelove.

Fotografiada excelentemente por Gilbert Taylor, y musicalizada soberbiamente por Laurie Johnson, en la que destaca esa marcha militar, sugerente leiv-motiv que parece salirse del registro cómico del filme, Dr. Strangelove es un filme que termina destacando más por su gran contenido crítico, mordazmente dirigido al militarismo estadounidense, que por otra cosa.

Una bomba que dentro del avión parece que nunca llegará a buen puerto, por una serie de desdichas que hacen prever lo mejor para todos. Lástima para la humanidad que los aviadores norteamericanos hayan sido entrenados para cualquier situación, y pase lo que pase decidan lanzar la bomba aunque la vida vaya por ello. Una de las escenas más recordadas del film es justamente una de las finales, con ese grito tarzanesco y ese sombrero de cowboy que firman un desenlace fatídico pero necesario.
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Filiûs de Fructüs
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8
19 de mayo de 2010
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Corría el año 1967, cuando surgieron, entre otras, dos grandes obras de las cuales podríamos hablar de nuevo cine hollywodiense, eran, por una parte 'Bonnie and Clyde', de Arthur Penn y 'A sangre fría' de Richard Brooks. Hay en los dos films una especie de celebración de la violencia; los disparos y la sangre se despliegan sin censuras ante un público que necesita rebelarse. Eso sí, a diferencia de la primera, en 'A sangre fría' la violencia nace del corazón mismo de la hipócrita y competitiva sociedad norteamericana.
Nadie está seguro, nadie está libre de culpa y nadie puede confiar en nadie. 'A sangre fría' evidencia el fracaso del sistema y representa la revolución que todo lo cuestiona. Gracias a la fenomenal (recomendabilísima) novela de Capote, Richard Brooks puede trabajar sin tapujos, puede llevar a la gran pantalla una película que retrata la cara más sangrienta de esta super-nación. Quién sabe, quizá sin películas como ésta que nos acontece no habrían podido existir obras maestras del calibre de 'Taxi Driver'.

Lo más escalofriante del caso (ya sea de la novela-documental de Capote o del film que nos acontece) es que la historia de la tierna familia Clutter y de los excéntricos Perry Smith y Dick Hickock es totalmente real. En su novela, Capote describió, con un innovador estilo periodístico, la cruel y desgarradora historia de dos ladrones, antiguos compañeros de celda. En la prisión les informaron que la familia Clutter guardaba 10.000 dólares en su granja y decidieron robar ese dinero. Después de aterrorizar a los miembros de la familia, los asesisan brutalmente, para descubrir posteriormente que en realidad ese dinero no existía.
Capote confió su más célebre obra a Brooks, un director casi desconocido por lo cual defendería la integridad de la novela ante los estudios hollywodienses.
Brooks rueda en blanco y negro para ilustrar los claroscuros de los sádicos protagonistas y dar al film de ficción el realismo documental necesario. Igualmente eligió a actores del todo desconocidos por el público (aunque le propusieron trabajar con Paul Newman y Steve McQueen) para igualmente dotar de mayor realismo a su obra, en contra de la creencia de aquellos que creen que una película de estas características necesita estrellas para llegar al público generalizado.
El montaje en paralelo, también presente en la novela, adquiere en la película un aire como determinista, de manera que Brooks ya ha asesinado a la familia Clutter antes de que lo hagan los propios asesinos. Éste precisamente es uno de los aspectos más interesantes del film: la bondad de los inocentes, la familia tradicional aparece como una visión a la que se dirigen los criminales, un sueño americano, que, al fin y al cabo, no existe.

Sigo en spoiler, no cuento nada:
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Filiûs de Fructüs
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8
5 de julio de 2010
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay muchos autores que utilizan recursos técnicos para hacer al espectador partícipe completo de sus películas. Uno de los más conocidos y aclamados cineastas que hacen uso de ello es Roman Polanski (compatriota de Kieslowski, por cierto). Polanski juega mucho con el espectador, un juego de vouyerismo. Mediante ventanas de un baño lejano, ojos de cerradura, mirillas, etc. consigue crear entre el público que visiona sus películas un cierto aura de malestar, un sentimiento unánime de fisgonería, que, por otro lado, también es atrayente. ¿Quién es el verdadero mirón? ¿El personaje ficticio de la película que mira a escondidas por la ventana o el espectador que sigue, paso a paso, el desenlace de la acción que lleva a cabo el personaje? ¿Quién no recuerda al personaje de James Stewart en 'La ventana indiscreta', con su escayola en la pierna, su silla de ruedas y sus tardes prismáticos en mano?

Kieslowski también quiere que nos metamos en el papel de Tomek, un joven de 19 años que está obsesionado, desde hace ya un año, con su vecina del edificio de enfrente. Controla todos sus movimientos, se pone el despertador a la hora en que ella llega a casa, la acosa mediante falso correo, e incluso trabaja de lechero para poder dejar la botella de leche delante de la puerta de Magda, su obsesión. El joven y tímido Tomek, armado con un pequeño telescopio se dedica a seguir la ajetreada vida de Magda, sigue de cerca sus desilusiones, sigue de cerca sus relaciones con una multitud considerable de hombres, sigue de cerca todo.

Con un pulso y una precisión magistrales, Kieslowski hace que vivamos cada suceso como si fuera en nuestra piel, casi parece que podamos tomar las decisiones del pobre Tomek, de mente frágil e insegura. Con un ritmo pausado pero para nada soporífero nos vamos introduciendo en un drama considerable, en la siempre triste desazón de aquél que ama sin ser correspondido. Finalmente, un buen día, Tomek, decide contarle a Magda su pasión desmesurada, aún sabiendo que ni para él tiene demasiado sentido más allá de la simple obsesión. Entonces empieza la truculenta y extravagante relación entre el voyeur y la víctima del observismo desmesurado. Ella también es una mujer débil, solitaria. Siempre ha tenido a los hombres que ha querido, pero siempre se ha sentido sola, desgraciada. Ello lo podemos constatar en la magistral escena de cuando se le cae la leche en casa, presa de la desesperación, dejando que se vacíe lentamente, pasando su mano lentamente por la leche derramada encima de la mesa. La extraña pareja ha entrado en un bucle difícil de analizar. Son dos personajes tremendamente complejos, tremendamente ambiguos, dotados incluso de cierta frialdad para con su entorno. A medida que avanza el relato, uno está enteramente metido en él, alienado de todo lo que le rodea, sintiendo incluso la constatable aceleración de los latidos de su corazón. Un final magnífico, aunque algo idealista y feliz, pone la guinda al pastel cocinado por Kieslowski.
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Filiûs de Fructüs
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