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Voto de Filiûs de Fructüs:
8
Drama Tomek es un joven de 19 años que vive obsesionado con Magda, una mujer treintañera a la que espía cada tarde con unos prismáticos. Ella es una mujer liberal y sin prejuicios que invita a su casa a muchos hombres. Tomek, celoso, decide trabajar como repartidor de leche para interrumpir sus citas amorosas... Esta película pertenece a la serie "Decálogo". (FILMAFFINITY)
5 de julio de 2010
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay muchos autores que utilizan recursos técnicos para hacer al espectador partícipe completo de sus películas. Uno de los más conocidos y aclamados cineastas que hacen uso de ello es Roman Polanski (compatriota de Kieslowski, por cierto). Polanski juega mucho con el espectador, un juego de vouyerismo. Mediante ventanas de un baño lejano, ojos de cerradura, mirillas, etc. consigue crear entre el público que visiona sus películas un cierto aura de malestar, un sentimiento unánime de fisgonería, que, por otro lado, también es atrayente. ¿Quién es el verdadero mirón? ¿El personaje ficticio de la película que mira a escondidas por la ventana o el espectador que sigue, paso a paso, el desenlace de la acción que lleva a cabo el personaje? ¿Quién no recuerda al personaje de James Stewart en 'La ventana indiscreta', con su escayola en la pierna, su silla de ruedas y sus tardes prismáticos en mano?

Kieslowski también quiere que nos metamos en el papel de Tomek, un joven de 19 años que está obsesionado, desde hace ya un año, con su vecina del edificio de enfrente. Controla todos sus movimientos, se pone el despertador a la hora en que ella llega a casa, la acosa mediante falso correo, e incluso trabaja de lechero para poder dejar la botella de leche delante de la puerta de Magda, su obsesión. El joven y tímido Tomek, armado con un pequeño telescopio se dedica a seguir la ajetreada vida de Magda, sigue de cerca sus desilusiones, sigue de cerca sus relaciones con una multitud considerable de hombres, sigue de cerca todo.

Con un pulso y una precisión magistrales, Kieslowski hace que vivamos cada suceso como si fuera en nuestra piel, casi parece que podamos tomar las decisiones del pobre Tomek, de mente frágil e insegura. Con un ritmo pausado pero para nada soporífero nos vamos introduciendo en un drama considerable, en la siempre triste desazón de aquél que ama sin ser correspondido. Finalmente, un buen día, Tomek, decide contarle a Magda su pasión desmesurada, aún sabiendo que ni para él tiene demasiado sentido más allá de la simple obsesión. Entonces empieza la truculenta y extravagante relación entre el voyeur y la víctima del observismo desmesurado. Ella también es una mujer débil, solitaria. Siempre ha tenido a los hombres que ha querido, pero siempre se ha sentido sola, desgraciada. Ello lo podemos constatar en la magistral escena de cuando se le cae la leche en casa, presa de la desesperación, dejando que se vacíe lentamente, pasando su mano lentamente por la leche derramada encima de la mesa. La extraña pareja ha entrado en un bucle difícil de analizar. Son dos personajes tremendamente complejos, tremendamente ambiguos, dotados incluso de cierta frialdad para con su entorno. A medida que avanza el relato, uno está enteramente metido en él, alienado de todo lo que le rodea, sintiendo incluso la constatable aceleración de los latidos de su corazón. Un final magnífico, aunque algo idealista y feliz, pone la guinda al pastel cocinado por Kieslowski.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Filiûs de Fructüs
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