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España España · Madrid
Críticas de keizz
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Críticas 241
Críticas ordenadas por utilidad
6
8 de octubre de 2015
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película libanesa que supone el debur cinematográfico del director Amin Dora. Este novel cineasta utiliza la voz en off para introducirnos en los rincones de la ciudad libanesa de Matroun y nos presenta uno a uno a los protagonistas de la historia, los vecinos de Leba, todos ellos con peculiares imperfecciones pero a los que Dora trata con una ternura que llega al espectador.

Está la puta del barrio, una solterona que hace conservas cuyo hermano la prohibió casarse con su novio y luego su fue a Brasil, el tonto del pueblo, el policía que siempre está investigando a quien roba el dinero del cepillo del santo, el peluquero con pluma, el carnicero que estafa al pesar la carne, el barbero que siempre cobra de más, los hermanos que echan la partida de cartas cada día bajo la ventana de Leba… en fin, un montón de variopintos personajes que parecen salidos de una película de Berlanga a la libanesa.

La película profundiza en nuestras imperfecciones y en el modo en que éstas nos afectan a nosotros y a los que nos rodean. También en la irracionalidad de la masa y el peligro que esto tiene. Una irracionalidad que a su vez aprovecha Leba para, convirtiendo la necesidad en virtud, manipular a su vez a esa masa que quería sacar a su hijo del pueblo. Y, por supuesto, la película es un canto al amor incondicional. El inmenso amor que siente Leba por su hijo Ghadi. Un hijo discapacitado, vulnerable, despreciado por los demás, cosas que solo hacen que acrecentar aún más el amor de su padre por él.

Esta fábula que Dora nos presenta en el pequeño marco de este pueblo libanés es extrapolable a un ámbito mayor, el de la sociedad en general, con su hipocresía, su egoísmo, y las dificultades que tenemos para aceptar a aquellos que son diferentes o que no entendemos.

El principal problema de la película es la falta de credibilidad. La pantomima es demasiado evidente como para tener engañado a todo un pueblo. Por eso, hay que plantearse que uno está ante un cuento, una fábula, y no tomarse las cosas al pie de la letra. Me gusta mucho la idea y las intenciones del director, pero el resultado quizá no es tan brillante. Me gustó la película, pero es evidente que no estamos ante un peliculón.

Lo mejor son sus personajes y las interpretaciones. Georges Khabbaz, un cruce entre Jordi Évole y Robbin Williams, está magnífico tanto en su faceta de persona alegre e ilusionada como en la más dramática. El resto también rayan a gran altura, especialmente los secundarios, los vecinos de este curioso pueblo que terminan metiéndose en el corazón del espectador por su candidez.

La música es otro punto a favor, tanto los fragmentos de música clásica que suenan (no olvidemos que el protagonista es profesor de música) como los de la música tradicional de esa región de Oriente Medio. No es que sea gran protagonista de la historia, pero tiene importancia. También me gustaron los escenarios naturales donde está rodada, especialmente ese pueblo tan peculiar.

“Ghadi” desprende humanidad por los cuatro costados. Pero eso, que debería ser su gran virtud, se termina convirtiendo en casi defecto, por su exceso de “buenismo”. El exceso de almíbar y la falta de verosimilitud lastran el resultado de la película que, de un posible notable alto, se termina quedando en un simple bien. Eso sí, la película es simpática y se disfruta, por eso sabe mal que no llegue más alto.

En definitiva, un cuento cinematográfico, costumbrista y surrealista, que nos retrotrae inevitablemente a Berlanga y al cine italiano de los 50, que no gustará al consumidor de comedias tradicionales, algo previsible en su trama, pero que rezuma cariño por los cuatro costados. Y eso no puede ser malo. Si hay que pecar, que sea por exceso de cariño.

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keizz
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La sal de la Tierra
Documental
Francia2014
8,1
9.867
Documental, Intervenciones de: Sebastião Salgado
8
20 de noviembre de 2014
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado (hijo de Sebastiao Salgado) codirigen este documental en el que las fotografías de Salgado y las imágenes de video que Juliano tomaba acompañando a su padre en algunos proyectos sirven para iluminar las palabras del propio fotógrafo, quien nos va explicando detalladamente lo que ha sido su vida a través de las imágenes que tomó con su cámara.

En realidad, la mayor parte de la película ya estaba hecha, son las fotos de Salgado. La labor de seleccionarlas y darles forma narrativa con las palabras de su protagonista es el trabajo de Wenders, que ya ha demostrado sobradamente su habilidad para los documentales en trabajos anteriores.

Salgado, en sus conversaciones con Wenders, nos va explicando los detalles que rodearon la realización de sus fotografías, de modo que al ilustrarnos sobre ellas y las circunstancias que rodeaban al momento de hacerlas, hace que las entendamos de otra manera, que las contemplemos con los ojos con los que él las captó en ese momento, dándoles de este modo una dimensión distinta que si simplemente las viéramos en un libro.

La belleza de las imágenes que vemos en la pantalla es deslumbrante. La mayoría de las fotografías que aparecen son extraordinariamente buenas (desde mi incultura fotográfica lo digo), pero igual de extraordinarias son las historias que se esconden detrás de cada foto. En cada instantánea reside una historia concreta y determinada que sucede en un momento concreto que queda atrapado en esa imagen para siempre.

En el documental se denuncian a través de las fotos de Salgado las peores miserias de los seres humanos. La deforestación, las guerras, el hambre, las desigualdades, se nos muestran de un modo crudo y bello a la vez, pero siempre tratando de dejar un hilo de esperanza al que agarrarse, una especie de promesa de que la exposición de fotografías como esas son necesarias para que la Humanidad sea testigo de las cosas que pasan y se puedan cambiar.

Personalmente, me impresionaron las primeras fotos, esas que muestran la fiebre del oro brasileña en las minas de Serra Pelada. Y mi debilidad: las imágenes del Ártico, cuando se va a la isla Wrangel, al norte de Siberia, a fotografiar a las morsas. También me impresionaron mucho las de los niños muertos en los ataúdes chiquititos con los ojos abiertos. En fin, todo impresiona, porque las fotos son impresionantes, y las historias que explica también lo son.

Salgado se va de casa a hacer un reportaje fotográfico que igual le lleva dos años, y yo creo que no acude a esos lugares solamente buscando fotos. Creo que acude también buscando su vida, ávido de experiencias que el corazón le demanda. Entiendo que para él desarrollar su profesión es al mismo tiempo desarrollar su vida, que persona y fotógrafo son la misma cosa.

“La sal de la Tierra” es un gran documental que nos introduce en la vida de Sebastiao Salgado, una vida intensa repleta de viajes y aventuras en la que nos hace partícipes de su pasión por la fotografía, una pasión que se contagia, incluso para alguien como yo que nunca ha sentido especial interés por ese arte.

Me quedé con ganas de saber más de Salgado como persona y padre de familia. Tuvo un hijo con síndrome de Down al que vemos cuando es muy pequeño y después no volvemos a saber de él, pero yo me quedé pensando en el modo en que eso debió afectarle y me habría gustado más información sobre el tema puesto que es un hecho que supongo que debió ser decisivo en su vida.

La película acaba con un llamamiento a la solidaridad del ser humano con la naturaleza. Con una visión optimista del tema, con el mensaje de que siempre estamos a tiempo de recuperar aquello que perdimos. Que siempre podemos renacer, y que siempre podemos hacer que las cosas renazcan, incluso después de haberlas destruído.

Recomendable para todos, e imprescindible para los amantes de la fotografía.

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keizz
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7
16 de octubre de 2014
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque es imposible sustraerse a la situación terrible que se vive en Palestina, el film no versa sobre el conflicto político y militar que se vive en esa zona. Pero claro, hagas la película de lo que la hagas, si la sitúas en Palestina tiene que mostrar miedo, dolor, guerra, ejército, terror y muerte. Es inevitable, y hasta conveniente.

Me gustó la película, aunque no es redonda. Empieza muy bien, acaba muy bien, pero la parte central no me termina de convencer. Tiene momentos en los que creo que baja el nivel. Personalmente, encuentro más interesante la historia de amor y la relación de amistad que el tema del espionaje. Como “thriller”, creo que está bien pero no me petrifica en el asiento. No obstante, la trama nos brinda un par de sorpresas que agrandan la intriga, y realmente la película se ve con interés hasta el final.

Abu-Assad no elude el tema del conflicto, lo que ocurre es que se centra más en las personas que lo padecen que en el conflicto en sí mismo. No entra tanto en los motivos como en las consecuencias. Y la verdad es que produce cierto sonrojo e indignación ver cómo vive esa gente, el modo en que luchar por sobrevivir se convierte en algo cotidiano y la manera en que siguen adelante con sus vidas sabiendo que la muerte acecha en cada esquina.

No obstante, la película defraudará a quienes busquen respuestas al conflicto o una explicación del mismo. No es un documental ni una película-denuncia. No es un film que indague abiertamente en el tema. No es una película muy comprometida políticamente, aunque hay denuncia, porque no elude exponer la realidad, pero no es ése el objetivo de la cinta. Lo cual, personalmente, agradezco.

Inevitablemente, te hace pensar en la situación que viven allí, pero es una historia humana. Habla del amor, de los celos, de la amistad, de la traición, de la lealtad, de la ilusión, de la comunicación, de un montón de cosas que son globales, que serían extrapolables a otra sociedad distinta de la palestina, aunque en ese contexto adquiere una dimensión especial, claro.

Omar vive en su mundo, tiene sus sueños y su vida gira en torno a dos o tres cosas que para él son todo. La situación con los israelíes la tiene asumida y es una de las cosas con las que lidia cada día con total normalidad. Por encima de todo, para él la relación con Nadia es lo que ilumina su vida. Por tanto, cuando surgen los celos y la traición, todo se derrumba. Su mundo se viene abajo y la vida deja de tener sentido para él. Pierde la ilusión, la esperanza. Y quien pierde la ilusión y la esperanza, lo pierde todo.

Abu-Assad dirige con sabiduría y buen pulso esta película interpretada por Adam Bakri y Leem Lubani como principales actores, y consigue de ambos un perfecto desarrollo de los personajes que interpretan.

Las escenas de acción son otro de los puntos fuertes de la película en los que se luce Abu-Assad. Son excelentes. El trabajo que hace el realizador palestino por las callejuelas imposibles de Cisjordania deja bien a las claras que estamos ante un señor que conoce su oficio.

Los protagonistas de Omar terminan por no saber muy bien quién es el enemigo. Los israelíes les sitian, les torturan, les hostigan, les amenazan; pero a pesar de ese gran enemigo común, la vida les conduce inexorablemente a terminar luchando contra ellos mismos, a pesar de ser amigos desde la infancia, a lastimarse entre ellos, aunque el enemigo principal sea otro. Y no hay nada peor que un amigo transformado en enemigo.

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keizz
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7
28 de marzo de 2019
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Una vez más, Clint Eastwood. Dirigiendo y protagonizando con la efectividad de siempre. A punto de cumplir 89 años, uno no puede evitar el doloroso pensamiento de que tal vez acudo por última vez a un estreno de una película de Clint Eastwood, lo que ya de por sí convierte a esta tarde en un posible día histórico para mí.

“Mula” tiene pinta de ser el epitafio del inigualable cineasta. Eastwood crea un personaje que es en realidad el personaje de siempre, y tras tanto viaje, tras tantos kilómetros recorridos, tras tantos errores cometidos, su personaje intenta redimirse y hallar la paz. Y debe ser algo así lo que trata de alcanzar Eastwood con esta película que puede ser su testamento cinematográfico y en la que nos brinda una lección de vida, desde su experiencia y la de su personaje, mediante un trabajo honesto, emocionante y tremendamente coherente con lo que ha sido su filmografía.

La película transcurre con un ritmo ligero y un aire distendido hasta la última media hora, en la que todo se vuelve serio, denso y conmovedor. Igual que la vida de Earl, que ha sido un continuo derroche en la que no se ha tomado nada en serio, salvo las flores que planta en su jardín, que es lo único que realmente cuida. En cambio, con su familia no ha tenido el mismo celo. No supo regar el amor de su pareja, ni atender a su hija. Se alejó de su familia confundiendo sus fantasías con lo realmente importante. Por ello no le quieren a su lado. Solo su nieta Ginny parece tolerarle y quererle tener cerca.

Pero a pesar de ser un personaje claramente criticable y lleno de defectos, uno no puede evitar empatizar con él. Es inevitable con Eastwood. Su personaje es abiertamente egoísta e imprudente, y por supuesto tan testarudo como todos los que interpreta Eastwood, sin embargo su lado sentimental termina por garnarnos a todos irremediablemente.

Clint se siente como pez en el agua encarnando este personaje. No es un trabajo de riesgo para él, sino todo lo contrario, está en su salsa. Clint Eastwood haciendo de Clint Eastwood, era imposible que saliera mal. Además, se rodea de un elenco de actores y actrices de renombre como Laurence Fishburne, Andy García, Bradley Cooper o Dianne Wiest, pero todos ellos sirven solamente para escoltar al absoluto protagonista. Clint Eastwood, como suele ser habitual, acapara absolutamente la película, se hace dueño de la pantalla y asume todo el peso del film.

“Mula” está basada en hechos reales. Inspirada en un artículo periodístico que narraba la historia de Leo Sharp, un horticultor que terminó trabajando para el cartel de Sinaloa siendo un octogenario. En estos tiempos de lo políticamente correcto, llamarán la atención un par de escenas en las que el protagonista hace comentarios abiertamente racistas en plan de broma y otros de tipo homófobos cuando confunde con hombres a un grupo de motoristas lesbianas. Hechos por otro actor seguramente causarían revuelo. Pero le ves hacerlo a un venerable Clint Eastwood y no puedes evitar ser tolerante.

Desde luego, no es la mejor película de Clint Eastwood. Ni siquiera está entre las cinco mejores. Los personajes no están suficientemente desarrollados, salvo el del protagonista, pero qué más da. No es un dechado de virtudes y seguramente no pasaría de ser una película del montón si no estuviera el viejo Clint en ella. Por otra parte, duele verle tan mayor. Es todo huesos y pellejo, camina con dificultad y sospecho que le ponen kilos de maquillaje, pero derrocha carisma, como siempre. También me gustó personalmente la música, que consta de las canciones que escucha el protagonista cuando viaja con su cargamento de droga. Supongo que canciones escogidas por el propio Clint.

Total, que me ha gustado. Es una película de Clint Eastwood y creo que con eso lo defino todo. Un drama sensible con toques de humor y un ritmo adecuado. Espero que no sea la última vez que acudo a ver la nueva película de Clint Eastwood, pero si lo ha sido, me ha dejado un buen sabor de boca. Gracias por vivir en mi época Mr. Eastwood.

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8
28 de septiembre de 2017
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Nolan es un director reconocible, más allá de que te gusten o no sus películas, su estilo es peculiar. Eso es un punto a favor, para mí. Su sello de identidad es su espectacular destreza para las composiciones visuales y su querencia hacia las estructuras narrativas complejas. La grandeza de Nolan es el modo en que cuenta las cosas, mucho más importante que la historia que nos relata.

Ese gusto de Nolan por las narraciones rebuscadas hace que el espectador a menudo se pierda intentando conectar, tratando de situarse en el camino correcto del relato, y no pueda disfrutar como debería de las excelencias cinematográficas de Nolan y la exquisitez visual de sus propuestas.

En “Dunkerque”, Nolan se enfrenta por primera vez a una historia real, por lo que la narración tiene unos límites que no puede sobrepasar. Y sin embargo, es capaz de contar la historia sin renunciar a su estilo. Hay tres historias en paralelo: lo que pasa en el espigón (que dura una semana), lo que pasa en el barco (que dura un día) y lo que pasa en el avión (que dura una hora). Tres historias contadas en paralelo al más puro estilo Nolan y que convergen en la historia del avión haciendo que todo encaje a la perfección, pero que no libra al espectador de dificultad para seguir ese complejo entramado de secuencias que tan pronto corresponden a una subtrama como a otra.

La película nos atrapa desde el principio. Empiezas a verla, y a los dos minutos ya estás huyendo de las balas de los alemanes, ya estás dentro de ella. Y no sales hasta que no acaba. Vives ese tiempo literalmente dentro de la pantalla, compartiendo con los personajes ese afán por sobrevivir como sea. Apenas hay diálogos, no son necesarios. La brillantez con la que Nolan logra sacar la máxima expresividad a sus personajes hace que las miradas sean más elocuentes que las palabras. Es un espectáculo audiovisual (atencíon a la música de Hans Zimmer, una maravilla) en el que te sumerges que te hace vivir la película de verdad. Es imprescindible ver esta película en una sala de cine. En la pantalla de televisión se perderá toda su esencia.

Nolan no nos da respiro. Algunos dirán que la historia no queda clara, pero ¿a quién le importa la historia cuando están cayendo bombas a tu alrededor? Esta película no la ves, la vives. Y al vivirla, no importa que no entiendas lo que pasa. Solo quieres salvarte, sobrevivir. Así se siente el chico que representa el personaje principal de la película y así te sientes tú si has entrado en la pantalla. Esta no es una película de guerra, es la guerra desde dentro. No sabes de donde te llegan los disparos, si aquel que ves a lo lejos es un enemigo o uno de tu bando, solo importa sobrevivir, poder volver a casa.

Los actores están muy bien. No sorprende el buen trabajo de los actores consagrados como Kenneth Branagh, Tom Hardy, Mark Rylance o Cillian Murphy, lo que es admirable es el nivel interpretativo que alcanzan los jóvenes Fionn Whitehead o Damien Bonnard, quienes hacen que sus personajes rezumen credibilidad, a pesar de que el espectador no sabe realmente quienes son. Poco importa.

Para mí es un peliculón, a pesar de que sé que mucha gente estará en contra de esta opinión. Para ellos el cine es otra cosa, una película de guerra tiene que tener buenos y malos, muchas escenas de batallas, y una gran victoria final, a ser posible con moraleja. Para ellos eso es el cine. Pero para mí el cine es esto. Pasar un rato dentro de la pantalla, sentir cosas, y que mis ojos y mis oídos se den un festín audiovisual tan sorprendente como reconfortante.

No es perfecta, por supuesto. Defectos hay unos cuantos: no hay un retrato de los personajes, por lo que nos cuesta empatizar con ellos, hay un toque de patriotismo con el discurso de Churchill que me sobra, la trama es floja porque no cuenta nada que no sepamos, y tiene ciertos toques de “nolanismo” innecesario. Incluso la música de Zimmer, que es absolutamente maravillosa, quizá no está bien tratada. La música en el cine se suele usar para subrayar escenas o ayudar a narrar cosas, y en este caso hay algunas escenas en las que la música no cuadra mucho porque está muy por encima de lo que cuenta. Pero, con todos sus defectos, a mí me ha gustado mucho.

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