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España España · Marte
Críticas de Gort
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Críticas 32
Críticas ordenadas por utilidad
9
23 de septiembre de 2008
21 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
1.

Martin.

Un tanto cohibido, se abrochó los botones de la chaqueta. En cuanto le dieron la señal atravesó el humo y el polvo de la calle y abrió la puerta del bar. Sus atributos, así como los del día en el que rodaban, serían los de las imágenes de la película.

No estaba muy seguro, se sentía como en una farsa, en un teatro.


2.

Robert.

La vio por un momento, como si estuviera concentrada. Pero era siempre en vano. La imagen, toda ella, se velaba y sólo un movimiento voluntario la desplegaba iluminando alguna de sus partes, siempre bajo una luz forzada. Ya no trataba de imaginar el rostro de él, le daba igual quién lo interpretara, se lo podía proponer a quien fuera. Y para serle más fiel aún decidió hacer abstracción de todos aquellos detalles en los que debía fijar su atención para que existieran, para que no se evaporaran en la sombra. Sólo lo que adquiría entidad aunque no se lo contemplara debía perseguirse. Con luz propia brilla la imagen que busca, totalmente diferente de aquélla que permite ver a los ojos.

Después venía la gran traición, poner la cámara. ¿Desde dónde se ve una imagen como aquélla, dédalo reversible igual a sí mismo en todas sus partes?
Poco importaba eso cuando entendió que debía desplegar temporalmente (*) aquello que concibió como estático, desmenuzar narrativamente la yema de huevo: cada vez más lejos del origen, como la verbalización del recuerdo borroso de una pintura vista en el otro mundo, antes de nacer.


3.

Tras el rodaje la dejaron apoyada sobre su trípode. La lente de su enfoque traslucía aún una especie de inteligencia animal. En ella convergían mundos inconmensurables. Misterio de la transfiguración.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Gort
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8
20 de julio de 2008
37 de 57 usuarios han encontrado esta crítica útil
1.

-Prosigue por favor con tu relato, amable extranjero –dijo Kublai Kan.

-Tras seis noches de travesía por el desierto –continuó Marco Polo- se acaba divisando, como un espejismo, una fastuosa ciudad a lo lejos. Esta ilusoria sensación se acrecienta cuando descubrimos que, a pesar de su aislado emplazamiento, ya habíamos estado antes en ella. En la hora en la que sale el sol la sensación se desvanece, la ciudad se recompone y acaba pareciéndose a cualquier otra, jamás vista antes por nuestros ojos.

-¿Quieres decir que esa ciudad es objeto de algún encantamiento?

-Quiero decir que en esa ciudad ya habíamos estado antes porque, de hecho, la llevamos siempre con nosotros.

2.

Ver según qué películas de niño nos hace envidiar al adulto: poder salir a cualquier hora de la noche, con todos los misterios y tesoros de la ciudad a su alcance, pues le pertenecen. Ojala no tardemos mucho en ser también dueños y señores de ese reino de libertad…
Ahora que somos adultos, sin embargo, sabemos dónde nos lleva el asiento trasero del taxi de Travis. Creemos ir a algún sitio, al acecho de mujeres o persiguiendo esa última copa que nunca termina, en cualquier caso a un lugar que largamente anhelamos, quién sabe si como nuestro término. En realidad no vamos a ninguna parte. Aún y así son muchos los que sucumben a su canto de sirena. A más de uno me he encontrado atrapado en el asiento trasero al entrar en un taxi, fingiendo que no sabe que no vamos a ningún sitio, dando tumbos como un barco desorientado en alta mar.

Es más, ahora que hemos visto ‘Taxi driver’, sabemos dónde lleva el asiento delantero del taxi de Travis. Pilotando su nave, observando los afanes nocturnos de los hombres desde su castillo de popa, Travis pule su alma, concibe una acción abstracta que constituye su destino.

3. Pertinencia de una pistola.

De entre todos los objetos cinematográficos la pistola es con el que mantenemos una relación más viciada, con tanto tiro ni la vemos. Es una falta de tacto que el cineasta asuma en el espectador este vínculo desvirtuado con un objeto tan interesante.

La cámara se deleita en un primerísimo plano que recorre el largo cañón de una 44. Travis empuña uno de los revólveres y encañona a través de la ventana un punto de la ciudad bulliciosa. La pistola concentra y proyecta su ira.

Viendo un programa por la tele en el que las parejas bailan dulcemente, felices, la pistola, forma metálica ya de su ser, se encoge, no apunta a nada: el demonio del odio da un respiro a Travis, quizá lo está probando.

El énfasis con el que el Sr. Scorsese nos muestra el arma puede parecer una fascinación morbosa pero en realidad es la presentación pertinente de un objeto que, como todos los que creamos, nos pertenece y es una parte de nosotros.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Gort
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4
21 de noviembre de 2007
29 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muchas veces lo que parecen detalles sin importancia de la trama revelan las intenciones de los creadores de series: en uno de los capítulos uno de los protagonistas es invitado a jugar a una timba de póker. En ésta hay personajes de lo más tópico y variopinto (¡hasta está Dennis Rodman!, aunque ese día se dejó su vestido de novia en la tintorería), normal si consideramos que estamos en Las Vegas, tierra de crápulas y turistas con sandalias y calcetines. En el punto más caliente de la partida, cuando más de un jugador está jugándose todo lo que lleva en el bolsillo, descubrimos que el protagonista lleva, nada más y nada menos, que ¡una escalera de color!, la mano imbatible. Y es que cada vez que veo en alguna película que el protagonista gana con una mano como ésa (¿es que no se puede ganar con otras cartas?) sé lo que están intentando hacer conmigo: están intentando impresionarme. Y no es esto algo que se manifieste en ese tipo de detalles, sino que es más bien la tónica general de la serie: las chicas están estupendas y lucen escotazos de vértigo; los chicos son guapos y tan apañados que harían sonrojarse al mismísimo McGiver; para pillar a los malos se recurre a la tecnología más molona y disuasoria que se le pueda ocurrir a uno: no importa los sofisticados que sean los malos, no sólo los van a pillar sino que hasta van a saber qué hacen cuando creen que nadie les ve; ríos de dinero, lujo a doquier y 24 horas diarias de farra descontrolada. ¡Esto es Las Vegas!
Precisamente en esto último radica otro de los puntos débiles de esta serie, en sólo mostrar la cara amable de lo que significa Las Vegas, hasta llegar al punto de que le da a uno la sensación de que aquella ciudad es un Disneylandia del pecado: el tequila y el vodka de Las Vegas, no importa en qué cantidad se ingieran, no producen resaca, la sífilis fue extraditada del estado de Nevada, nadie codiciará tu buena fortuna en Las Vegas ya que sólo hay que salir ahí, a la calle, y cogerla a manos llenas: en definitiva, ninguna lluvia de azufre parece amenazar a esta ciudad pecaminosa.
Gort
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9
27 de marzo de 2008
23 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
A lo largo de toda una vida un hombre puede llegar a ser muchos hombres. Aún y así, no importa en qué etapa de su vida se encuentre, cuál de esos hombres sea, ya que en cualquier momento le puede sobrevenir la presencia de ella.

De joven, Clive Candy es un valiente y atolondrado oficial británico que ha luchado en Sudáfrica contra los ‘boers’, capaz de contraatacar mandando a un camarero con una jarra repleta de cervezas a la par que compromete los intereses diplomáticos de su embajada en un país extranjero, capaz de forjar una amistad insospechada. En definitiva, un adalid de ese Imperio británico que extendió su civilización a lo largo y ancho de todo el planeta. Y sin embargo, en el momento de la verdad, es incapaz de reconocerla.

Ya en el umbral de la vejez, Theo Kretschmar-Schuldorff, huye de la vorágine del nazismo. Él, que se ha batido en duelo con otros hombres, que luchó en la gran contienda que cambiaría el mundo y que tuvo que sufrir la derrota y destrucción de su país, cree no poder ir lo suficientemente lejos. Lo que nunca podía sospechar era que un corto trayecto en coche de vuelta a casa pudiera llevarle tan lejos.

Si bien es cierto que la película destila un inevitable aroma británico, y que en ciertos momentos utiliza líneas del guión para hacer referencia a motivos coyunturales (la Inglaterra a la expectativa de principios de la II Gran Guerra), el valor de ésta no se resiente lo más mínimo. Narra la historia de un hombre que consigue ser fiel a sí mismo (esa magnífica y sobria escena final), de la soledad ante los momentos más importantes de la vida de un hombre, y de cómo el encuentro ante ella es el más misterioso e inexplicable de todos ellos. ¡Larga vida al Coronel!
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Gort
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7
31 de agosto de 2008
18 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
1.

Tras el mostrador de recepción ha trabajado durante mucho tiempo del otro lado, viendo a las parejas llegar cohibidas o tal vez desenvueltas, esperando a que su gestión se resuelva en la llave de una habitación pisos arriba.
Sabe lo que vienen a hacer. Incluso, debido a su ventaja de anfitrión, es capaz de conjurar por anticipado el escenario –colores y formas- de lo que para ellos será delicias y paraíso. Eso es todo lo que llega a vislumbrar, el resto queda en la penumbra.

Sin embargo, toda breve iluminación, incluso un chispazo, es un umbral.


2.

Tras pagar la habitación suben por las escaleras. Nosotros les acompañamos. Recorremos junto a ellos el pasillo enmoquetado. Conocemos las circunstancias en las que se han conocido, sabemos de sus propósitos. Él abre la puerta de la habitación cediéndole gentilmente el paso. Antes de que entren en ella el plano comienza a abrirse, alejándose la cámara. Entran y cierran la puerta. Quedamos del otro lado.

Se suceden los encuentros en semanas posteriores, citándose siempre en la misma cafetería. Hemos asistido a sus charlas, al marcado ritual de la cortesía y, al igual que ellos, cómplices, sobreentendemos la mesura de muchos de sus gestos. Sin embargo nos hemos quedado siempre fuera de esa habitación, incluso alguna vez tras la cristalera de la cafetería, interrumpida la conversación, viéndoles alejarse.
En un momento que sabemos central de la película, de nuevo ante la misma puerta, los dos amantes penetran en la estancia pero, esta vez, damos un –tímido- paso con ellos, quedándonos dentro sin osar avanzar.
Da igual ya que estemos dentro. Entre esas cuatros paredes siguen minutos de opacidad para el espectador.

3.

Las entrevistas por separado a los dos protagonistas van desplegando su historia. En un primer momento los leves matices de cada versión, las divergencias, nos ayudan a caracterizarlos.
Ante la pregunta de cómo se conocieron, él explica que respondió a un anuncio en una revista erótica, incluso va al cuarto a buscarla, blandiéndola posteriormente ante su entrevistador; ella, por su parte, elude hacer mención a este origen, probablemente pudorosa.
Cuando ambos son preguntados por cómo fue la primera vez, él, mucho más natural, reconoce que los nervios pudieron malbaratar el encuentro pero que finalmente pudo recomponerse la situación; ella, simplemente, dice que estuvo bien y sonríe.

A medida que se va acercando el final nos vamos dando cuenta que tales divergencias van más allá del carácter de los protagonistas. Ambos nos revelan lo que quedaba velado para el otro, esa porción de sombra que guarda el sentido de sus acciones y palabras que da pie al malentendido.

El uno, con respecto del otro, queda del otro lado.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Gort
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