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Voto de Gort:
9
23 de septiembre de 2008
21 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
1.
Martin.
Un tanto cohibido, se abrochó los botones de la chaqueta. En cuanto le dieron la señal atravesó el humo y el polvo de la calle y abrió la puerta del bar. Sus atributos, así como los del día en el que rodaban, serían los de las imágenes de la película.
No estaba muy seguro, se sentía como en una farsa, en un teatro.
2.
Robert.
La vio por un momento, como si estuviera concentrada. Pero era siempre en vano. La imagen, toda ella, se velaba y sólo un movimiento voluntario la desplegaba iluminando alguna de sus partes, siempre bajo una luz forzada. Ya no trataba de imaginar el rostro de él, le daba igual quién lo interpretara, se lo podía proponer a quien fuera. Y para serle más fiel aún decidió hacer abstracción de todos aquellos detalles en los que debía fijar su atención para que existieran, para que no se evaporaran en la sombra. Sólo lo que adquiría entidad aunque no se lo contemplara debía perseguirse. Con luz propia brilla la imagen que busca, totalmente diferente de aquélla que permite ver a los ojos.
Después venía la gran traición, poner la cámara. ¿Desde dónde se ve una imagen como aquélla, dédalo reversible igual a sí mismo en todas sus partes?
Poco importaba eso cuando entendió que debía desplegar temporalmente (*) aquello que concibió como estático, desmenuzar narrativamente la yema de huevo: cada vez más lejos del origen, como la verbalización del recuerdo borroso de una pintura vista en el otro mundo, antes de nacer.
3.
Tras el rodaje la dejaron apoyada sobre su trípode. La lente de su enfoque traslucía aún una especie de inteligencia animal. En ella convergían mundos inconmensurables. Misterio de la transfiguración.
Martin.
Un tanto cohibido, se abrochó los botones de la chaqueta. En cuanto le dieron la señal atravesó el humo y el polvo de la calle y abrió la puerta del bar. Sus atributos, así como los del día en el que rodaban, serían los de las imágenes de la película.
No estaba muy seguro, se sentía como en una farsa, en un teatro.
2.
Robert.
La vio por un momento, como si estuviera concentrada. Pero era siempre en vano. La imagen, toda ella, se velaba y sólo un movimiento voluntario la desplegaba iluminando alguna de sus partes, siempre bajo una luz forzada. Ya no trataba de imaginar el rostro de él, le daba igual quién lo interpretara, se lo podía proponer a quien fuera. Y para serle más fiel aún decidió hacer abstracción de todos aquellos detalles en los que debía fijar su atención para que existieran, para que no se evaporaran en la sombra. Sólo lo que adquiría entidad aunque no se lo contemplara debía perseguirse. Con luz propia brilla la imagen que busca, totalmente diferente de aquélla que permite ver a los ojos.
Después venía la gran traición, poner la cámara. ¿Desde dónde se ve una imagen como aquélla, dédalo reversible igual a sí mismo en todas sus partes?
Poco importaba eso cuando entendió que debía desplegar temporalmente (*) aquello que concibió como estático, desmenuzar narrativamente la yema de huevo: cada vez más lejos del origen, como la verbalización del recuerdo borroso de una pintura vista en el otro mundo, antes de nacer.
3.
Tras el rodaje la dejaron apoyada sobre su trípode. La lente de su enfoque traslucía aún una especie de inteligencia animal. En ella convergían mundos inconmensurables. Misterio de la transfiguración.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
(*) Entre las cuatro últimas escenas –todas aquéllas situadas en prisión- transcurre cronológicamente un número indefinido de días. Esas cuatro escenas, sin embargo, son en esencia atemporales, se encuentran contenidas en un origen común que las hace indiscernibles entre ellas y sólo alcanzables de forma intuitiva. Lo corrobora lo prescindible que es narrativamente una de ellas (la espera ante la puerta).
Y llegado el final, consciente del origen de su obra, Bresson hace concesiones pese a su férreo ideario cinematográfico: el silencio recortado por los pasos cede a la música, los rostros resurgen y las últimas líneas de texto se permiten la licencia poética. Suficiente para el estremecimiento.
Y llegado el final, consciente del origen de su obra, Bresson hace concesiones pese a su férreo ideario cinematográfico: el silencio recortado por los pasos cede a la música, los rostros resurgen y las últimas líneas de texto se permiten la licencia poética. Suficiente para el estremecimiento.