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Críticas de TOM REGAN
Críticas 5.210
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
6
21 de abril de 2024
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
96/15(20/04/24) Buenista y demasiado plana hagiografía del emprendedor y visionario inventor (dejó para la posterioridad los cinturones de seguridad y los frenos de disco, entre otros elementos que perduran) Preston Tucker. Proyecto personal del productor y director Francis Ford Coppola, relata la historia de Tucker y su intento de producir y comercializar el Tucker 48, encontrándose con el boicot de las tres grandes de Detroit (General Motors, Ford y Chrysler), que derivó en acusaciones de fraude bursátil por parte de la Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos. La cinta es un lienzo bondadoso del Sueño Americano, que termina cono la lucha del Bien vs Mal, donde Tucker es un particular David enfrentándose al Goliat del todopoderoso lobby del automóvil. Tucker como un soñador con un vitalismo a prueba de bombas, un optimista irredento, al que Coppola se paraleliza, se ve a sí mismo como una versión contemporánea de Tucker, Francis dice que ha estado fascinado por la leyenda de Tucker desde que vio por primera vez un automóvil Tucker a finales de los años 40, su padre Carmine compró acciones de la compañía Tucker, y adquirió un modelo, que el hijo director de cine conserva. Muchos detalles coinciden entre el fabricante de automóviles y el cineasta, como la esposa leal, la gran familia, el grupo muy unido de amigos que colaboran a todas horas, los proyectos grandiosos, el verdadero genio, la creación de una compañía para realizar sus sueños y que colapsó (para Coppola su compañía Zoetrope Studios).

Coppola despliega una elegancia manifiesta, un film de los 80 que brilla, en el mejor sentido, como de los 40, con un ritmo ágil y muy fluido. Con una cinematografía del maestro Vittorio Storaro (“El Conformista” o “Apocalypse Now”) lúcida que destila fulgor enérgico, jugando a engrandecer la figura de este particular Charles Foster Kane (Coppola dijo haber sido fuente de inspiración la ‘wellesiana” “Ciudadano Kane”) con contrapicados, ello adornado por una bella recreación del tiempo fruto del gran trabajo del gran diseñador de producción Dean Tavoularis (“Apocalypse Now” o “El Padrino III”), el estupendo vestuario creado por la cuatri-oscarizada Milena Canonero (“Barry Lyndon”, “Carros de fuego”, “Cotton Club”, y “El Gran Hotel Budapest”), así como neurálgica la música jazzística del inglés Joe Jackson con big band. Tenemos a un más que competente elenco de intérpretes, encabezados por un carismático Jeff Bridges, calcando de modo fenomenal a su Preston Tucker, una vivaraz Joan Allen como su esposa que siempre le apoya, un brillante Martin Landau (nominado al Oscar como Mejor Secundario, ganando por esta actuación el Globo de Oro) como el fiel consejero, un formidable Dean Stockwell , que en una sola escena desborda la pantalla con su encarnación de Howard Hughes, amén de otros con menos peso dramático como Elias Koteas, Frederic Forrest y Christian Slater.

Pero es su tono de ligereza envuelto en el estilo ultra optimista ‘capriano’ lo que hace perder lo bueno en pos de un almibarado mensaje de la batalla del individuo contra los oligopolios, todo rezuma azúcar en este relato. Su historia está demasiado romantizada, sin aristas, directa al mentón, el idealismo de Tucker arrollado por el capitalismo más salvaje, no hay sutilidad, ni complejidad, no hay profundización en Preston, en que lo motiva, no hay introspección de dónde le viene su arrojo en el mundo de crear inventos es así y punto. No tiene conflicto alguno con su familia que le sigue y alienta a ciegas. Se entra en el mundo del marketing tan importante cuando se quiere vender algo, se entra en el mundillo de la prensa tan importante como soporte de este marketing, se entra en la cloaca política tan importante para no ser saboteado, se entra en la ciénaga de los oligopolios tan importantes para no ser laminado, se colisona con el estamento judicial, tan importante como sibilino instrumento de los poderosos intereses ocultos tras la cortina. Pero a todo esto referido se le da cobertura de modo simplista, se caricaturiza en exceso todo esto como para ofrecernos una fotografía de calado de esta cosmovisión. Se cae en la complacencia, en la simpleza y con ello se queda en la superficie.

El ingeniero de Detroit Preston Tucker (Jeff Bridges) ha estado interesado en la construcción de automóviles desde la infancia. Durante la Segunda Guerra Mundial, diseñó un vehículo blindado para el ejército y ganó dinero construyendo torretas para aviones en un pequeño taller junto a su casa en Ypsilanti-Michigan. Tucker cuenta con el apoyo de su numerosa familia, en particular su esposa Vera (Joan Allen), sus hijos Preston Jr. (Christian Slater) y Noble (Corin Nemec (el eterno Parker Lewis), y su hija Marilyn Lee (Nina Siemaszko). A medida que la guerra termina, Tucker se inspira para construir el "automóvil del futuro". El "Tucker Torpedo" contará con diseños de seguridad revolucionarios, que incluyen frenos de disco, cinturones de seguridad, un parabrisas desplegable y faros que giran cuando el automóvil gira. Tucker contrata al joven diseñador Alex Tremulis (Elias Koteas) para que le ayude con el diseño y recluta al financiero neoyorquino Abe Karatz (Martin Landau) para conseguir apoyo financiero. Al recaudar el dinero mediante una emisión de acciones, Tucker y Karatz adquieren la enorme planta Dodge Chicago para comenzar a fabricar. Abe contrata a Robert Bennington (Dean Goodman) para dirigir la nueva Tucker Corporation en el día a día. Las tres grandes de Detroit (General Motors, Ford y Chrysler) le boicotearan al ver en peligro su negocio.
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TOM REGAN
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8
21 de abril de 2024
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
90/09(14/04/24) Con motivo de la reciente pasada Semana Santa me (re) vi este film bíblico, espectacular producción del megalómano Cecil B. DeMille, produce y dirige, especialista en el sub género religioso, con el que ya había creado con éxito “Rey de Reyes” (1927) y “El Signo de la Cruz” (1932), y aún estaba por ofrecer su mastodóntica última realización en uno de los mayores éxitos taquilleros de la Historia, “Los Diez Mandamientos” (1956). Aquí recrea libremente la historia bíblica de Sansón, hombre con fuerza sobrehumana, cuyo secreto reside en su cabello sin cortar, y su relación de amor-odio por Dalila, ella se debate entre los celos mortales, el deseo, el amor, la envidia, el sentimiento de culpa, el egoísmo y el arrepentimiento, en lo que es un claro emulo de las femme fatales del cine negro, frente a ella la pureza del Koloso Sansón, hombre cegado por el amor por una mujer que no le ama, y descubre el verdadero amor quizás demasiado tarde, y que en su devenir termina convirtiéndose en una especie de Robin Hood para su gente, los danitas (seguidores de Dan, en realidad eufemismo de judíos, en la era de la Caza de Brujas del senador McCarthy este palabro podía tener problemas), pues se esconde de las autoridades para robar (ya había demostrado sus dotes para el latrocinio en el divertido tramo de la ‘sustracción’ de capas) a los ricos para dárselo a los pobres oprimidos por los altos impuestos, para cual gran film nos regala un final Homérico que recordaras por siempre.

Desplegando fastos de enorme superproducción en formidables decorados y escenarios grandiosos, destaca sobre el set del templo filisteo, y con ello su Épica destrucción, todo esto ensalzado por una brillante cinematografía en Technicolor de George Barnes (“Rebeca” o “El Mayor Espectáculo del Mundo”), un espectáculo visual apabullante, con picos estupendos (la pelea de sansón contra un león; la boda de sangre; la batalla de Sansón contra un ejército, él armado con una quijada de asno; el bucólico tramo en la jaima entre Sansón y Dalila”; y por supuesto todo el Kolossal tramo del Templo filisteo). Punteado por una historia bien trenzada, con un crescendo dramático cargado de intensidad. Con guión de Jesse L. Lasky Jr. (“Land of Liberty” o “Los Diez Mandamientos”) y Fredric M. Frank (“El Mayor Espectáculo del mundo” o “El Cid”), basado en el Libro bíblico de los Jueces, concretamente de los capítulos 13 al 16, aunque con licencias para adornar la historia, la obra de De Mille es bastante fiel al relato del Antiguo Testamento. Es adaptación de un tratamiento original cinematográfico de Harold Lamb, también basado en la novela “Samson the Nazarite” de Vladimir Jabotinsky de 1927, de los que DeMille compró los derechos (publicada en Estados Unidos como Juez y tonto), que retrataba a Dalila como la hermana menor de la esposa filistea de Sansón.

Siendo protagonizada por Victor Mature (el original era el gran Burt Lancaster, pero una inoportuna lesión de espalda le privó de ser el mítico rol) y la hermosa Hedy Lamarr (DeMille la eligió a Hedy Lamarr [era de ascendencia judía, al igual que el propio DeMille por parte de su madre] después de ver el film “The Strange Woman” de 1946), de secundarios destacan un sensacional George Sanders como un sibilino cínico Saran, Angela Lansbury (la eterna Jessica Fletcher de “Se ha escrito un crimen”) como Semadar, el objeto del deseo primero de Sanson, y Henry Wilcoxon como el Príncipe Ahtur.

Como era costumbre en el cine Bíblico la historia se inicia con una voz en off que nos pone en contexto. Para después sumirnos en el relato, donde Sanson está enamorado de la fría filistea Semadar, también pretendida por el filisteo príncipe Ahtur. Tras Sansón acabar con sus desnudas manos con un león, el padre de ella la da en matrimonio al fortachón. Ello mientras la sensual Dalila, hermana de Semadar conspira para que Sansón la repudie y se quede con ella que lo desea con pasión. Durante la previa a la boda Sansón propone una apuesta costosa sobre un acertijo a los filisteos invitados (a esta boda no estaban invitados la parte familiar de Sansón? Me chirría!). Dalila manipula a Semadar para que sonsaque la solución a Sansón. Tras ello Sansón se enfada y parece desdeñar a Semadar, tras lo que hay un jocoso montaje en que Sansón fuera de plano roba varias capas a acomodados transeúntes, a lo que sigue como vuelve a la casa de la celebración y entrega las capas del pago de la apuesta. Tras lo que reclama a Semadar para casarse con ella, pero … (no quiero spoilear). Todo acaba en una trifulca salvaje con varios muertos.

El marco bíblico sobre el que se asienta el relato es que los filisteos son ocupantes de la tierra de Gaza (hoy en día tan en boga por la guerra en el territorio), sometiendo con opresión mediante abusivos impuestos (esto como en Robin Hood) a los danitas (judíos). Y sin pretenderlo, Sansón se convierte en líder para su gente al ser perseguido por los filisteos, y este dañarles con sus robos. En este contexto bíblico hay tres oraciones fruto del anhelo, con resonancias al Libro de los Salmos, dos de Sansón y una de Dalila, esto cosecha del guion original, pues no está en la narración del Antiguo Testamento.

Entramos en un amor con reminiscencias sadomasoquistas ("Te usaré como cebo para leones", le dice Sansón a Dalila), ello con sibilinas insinuaciones, con elipsis punzantes, la lujuria remanente de la Biblia dejando pinceladas entre esta ‘Bella y la Bestia’. Ello con epicentro en el evocador tramo de la jaima junto al estanque en el valle de Sorek, donde no se llega a saber si Dalila ha sido presa de la Codicia o del Amor. Hasta que todo deriva en una especie de antecedente del Beso de Judas y entramos en la caída de Sansón, fruto de haber sucumbido a la tentación de la mujer fatal, donde también cual Jesús sufre su flagelación (*spoiler), para también, en los paralelismos con el Mesías, tener un rush final de sacrificio por su pueblo en el magno lar del Templo filisteo.
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TOM REGAN
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5
21 de abril de 2024
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
86/05(08/04/24) Fallido, aunque entretenidillo film de acción dirigido por el chino John Woo (primera película estadounidense de Woo desde Paycheck en 2003), en el que tenía puestas esperanzas basadas en su original premisa de una historia de venganza directa, tanto que se anulan los diálogos o frases de los protagonistas, aquí nadie habla, con lo que la narración está basada en la potencia de la visualidad, siendo en esto buena, pues todo se entiende sin necesidad de acudir a la palabra, mucha información se transmite a través de textos, lápiz y papel, o a través de la radio, en interacciones ningún otro personaje intenta hablar. Hay sonidos, los de los golpes, accidentes, jadeos, gritos, sonidos urbanos, se oyen canciones pop, y está la banda sonora creada por Marco Beltrami (“Guerra Mundial Z”).

El guion de Robert Archer Lynn (“Adrenaline”), hace sigamos a un padre encarnado por el sueco Joel Kinnaman, al que le matan por azar a su hijo pequeño el Día de Navidad una banda latina durante un tiroteo, siendo él mismo herido en la tráquea, por lo que no puede emitir sonidos, lo cual no explica porque nadie a su alrededor tampoco habla (¿?). Tras lo que entra primero en una fase autodestructiva con el alcohol, para posteriormente pasar al plan de vendetta, entrenándose con tutoriales de YouTube para el manejo de armas, y ya en el tramo final entrar de lleno en la acción desenfrenada. Careciendo de personajes de apoyo con alma, colándonos una subtrama con un detective policial local (ordinario Scott Mescudi) sin fuste alguno, llegando a molestar que aparezca en el tramo final. Ni siquiera el villano tiene carácter alguno fuera del cliché de ser malo porque sí, y ya se sabe, un héroe es tan bueno como el nivel de su némesis, aquí una caricatura con el rostro tatuado.

En su estirada duración tiene un impactante arranque in media res en una secuencia de persecución con ínfulas de parkour, con un protagonista con un suéter navideño (con el reno Rudolph con nariz esponjosa) ensangrentado, saltando muros, cruzando estrechas calles, habiendo muertes impactantes (como la del tipo que muere decapitado por el choque contra un montacargas), hasta que el malo malísimo (Playa al que da vida Harold Torres) le dispara a la garganta creyéndolo muerto, aunque las consecuencias son que queda vivo pero sin cuerdas vocales. Para posteriormente entrar en un extenso minutaje en el que apenas pasa nada relevante, si acaso que en flash-back nos cuentan de donde viene el arranque (en secuencias sensibleras de felicidad dorada), para ir cayendo en todos los clichés del sub género de justiciero, como el drama problemas con la esposa (una infrautilizada Catalina Sandino Moreno), el entrenamiento, los problemas con policías incompetentes, todo más sobado que los pechos de Julieta en Verona. Segmento central muy lento, cayendo en ellos estereotipos ya mencionados, sin más aporte que no se habla, todo el seguimiento a este doliente padre resulta hasta cansino en su estancia en un millón de lugares comunes, como tampoco se dota de reflexión moral alguna sobre la espiral de la violencia en que se sumirá el prota, aquí no hay dudas, como tampoco hay giros que sorprendan, todo es hacia adelante, plano, aquí un disparo perdido mata al hijo y el padre decide que son tropel de decenas de hispanos los que merecen morir y punto (¿?).

Para los que entren a ver la cinta lo único reseñable y que esperen es la parte de la acción, en plan Terminator el protagonista armado hasta los dientes hace click. Woo aquí demuestra energía, con tiroteos, persecuciones en auto, explosiones, y ya en el clímax hay una gymkana cual videojuego donde el padre entra en un edificio donde el tipo de apariencia aria debe ir matando a todo hispano (menudo tufillo racista) con el que se cruce, dodne nunca sientes algo de emoción en esta traca. Estos sicarios parecen haber ido a la academia de los clones de Star Wars, por lo tontos que son al ponerse siempre delante de un disparo del oponente, ello adornado por peleas cuerpo a cuerpo, golpes, heridas, con coreografías vistosas, con multitud de muertes, muchas de ellas estilo gore (hay un disparo desde la mandíbula al cerebro, brutal!). Con absurdeces tan estúpidas como que Brian (Kinnaman) lleva a la vista un chaleco antibalas y todos le disparan al mismo, en vez de a la cabeza, ridículo. Ágil y trepidante es la edición de Zach S. Staenberg (que editó las películas de "Matrix") en comunión con la vistosa cinematografía de Sharone Meir (“Coach Carter” o “Whiplash”), sobre todo en el tramo final, creando sensación de agobio con los movimientos, los cortes, la forma de filmar los enfrentamientos, con el colofón en una habitación engalanada de Navidad discotequera. Aunque tampoco es que en este rush oda a la violencia más salvaje haya algo ha perdurar en la memoria (por resaltar algo por lo vistoso, es la aparición de la mujer armada con un arma de repetición, haciendo muecas de entusiasmo mientras dispara), todo tan aparatoso como huero de poder permanecer en la memoria, y ya el colmo es el clímax, muy errado en su exposición, incluso grimante (spoiler). Y ya el epílogo es como algo que ha llegado al final exhausto y decide tirar de lo más lacrimógeno. Y es que ese es uno de los defectos del film, es que una historia tan ajada como esta se toma demasiado en serio a sí misma, excesiva solemnidad para algo un millón de veces visto.

Lástima que todo eso este apoyado en un desarrollo sin capacidad de crearte empatía alguna con unos personajes acartonados. Epítome es su protagonista al que da vida Kinnaman, rol que solo se define por la muerte de su hijo y sus ansias de matar, nada hay tras este frágil andamiaje, no es un rol de carne y hueso es un estereotipo liso.
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TOM REGAN
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3
17 de abril de 2024
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
86/06(10/04/24) Grotesco thriller dirigido por Doug Liman. Escrito por Anthony Bagarozzi (“Dos buenos tipos”) y Chuck Mondry y producido por el especialista en la acción Joel Silver. Es un remake bastante libre de la película homónima de 1989 protagonizada entonces por Patrick Swayze, aquí transmutado el Dalton original en el vigoréxico Jake Gyllenhaal, como el ‘segurata’ de un bar musical problemático, en una actuación portentosa por lo vacía de contenido, parece estar por obligación, como diciéndonos que todos tenemos hipotecas que pagar, que ele colocan además, para intentar dar fondo a empellones un supuesto trauma al que pretenden darle misterio cuando canta a la legua, por otro lado, motivación iguala a la de Sean Thornton en la fordiana “El Hombre Tranquilo”, por lo que debería estar prohibido que se utilizara en más productos, y más si son de tan ínfima calidad como este. De secundarios Daniela Melchior como el muy soso anhelo amoroso del prota (en comparación con la original espectacular Kelly Lynch parece una monja ursulina), con nula química con Jake, Conor McGregor (en su debut cinematográfico), como el pendenciero villano, único que parece pasárselo bien en la cinta, desplegando un rol calcado a la noción que todos tenemos del campeón irlandés de la UFC. Film que Amazon MGM Studios lanzó directamente a través de Prime Video, lo cual habla ya de por sí de la calidad.

Película más plana que un folio, pretende colarnos que es un western moderno con un héroe que llega aun pueblo gobernado por malos y que este va a acabar con el mal, en realidad se queda en un batiburrillo de ideas ridículas peormente ensambladas, con un desarrollo chusco, poblado de personajes sin alma, te importa entre un bledo y un pimiento lo que les pase, con unas motivaciones más sobadas que los testículos del toro de Wall Street, pues que todo el deux machine es que quieran echar a la dueña del bar para hacer un complejo hotelero suena a rancio no, tres pueblos más allá. Con un humor estúpido, y encima ya en la parte final va y se toma en serio la idiotez de ‘penícula’ (ya sé que está mal escrito, pero ante tamaño bodrio me sale ponerlo ‘asín’). Con un romance innecesario metido con calzador, por que es lo que obliga el molde. Con peleas rodadas con una cámara que puede provocar ataques epilépticos, con unos CGI penosos, culmen en todo lo referente al tramo final con el yate y las lanchas. Y llegados al rush final he desconectado, cuando llegan los extraterrestres y se los llevan a todos a Mordor como castigo a tal despropósito (no es lo que pasa, pero como me abriría me he inventado sobre la marcha una coda ‘ingeniosa’). Para premio gordo queda que estas personas que aparecen aquí, aunque lo parezcan, no son humanos, solo eso explica que les claven cuchillos en el cuerpo y no sangren, y se curen ellos mismo con una tirita, un insulto a la mínima inteligencia.

Pensaba que, si se ponían a hacer una nueva versión de una cinta ya de por si de acción del montón, típico producto ochentero, sería porque lo iban a mejorar. Pero precisamente donde el guion y Liman quieren dar un nuevo cariz a la historia la cagan a base de bien. Donde la original teníamos a un tipo duro veterano de la seguridad en garitos, aquí hay un advenedizo en la materia híper musculado que viene de la UFC (¿?), el de los 80 un seguidor de la filosofía zen, dotando de cierta vertiente en como afrontar la violencia, ello con dilemas morales, aquí es un hierático al que le endosan un manido trauma, sin dudas, solo es una bomba que termina estallando, la de los 80 tenía epicentro en un bar de carretera del medio oeste (Double Deuce), con moteros y gente tosca que lo visitaban, donde escuchábamos temas country potentes, The Jeff Healey Band, Wilson Pickett, Bob Seger u Ottis Redding se escuchaban. Aquí un club hawaiano en Key West (Florida), anulando el componente country del oeste, sin temas musicales a mencionar. El villano ochentero era el carismático Ben Gazzara, con motivación mejor trabajada que esta, actuando con ingenio, y no como aquí, que los malos actúan como gentucilla traviesa, que actúa de modo aparatoso, allí teníamos al brillante Sam Elliott como mentor de Dalton, aquí el papel es anulado, y se cambia el componente sentimental (no romántico) por una relación amistosa metida con fórceps por lo inverosímil que tiene con una adolescente de una librería, y repito, no es que la de 1989 fuese la ‘repera’, aunque comprándola con esta lo es. Con decir que lo único reseñable del film es la primera aparición de Connor McGregor desnudo en pantalla paseando por un pueblecito, resto puro deshecho fílmico, sin poder de durar en la mente.

Como ejemplo del vacío de la producción es el inicio, donde Jake Gyllenhaal/Dalton aparece para pelear contra un rudo combatiente en un combate ilegal en un granero, y mientras se prepara para luchar el combatiente rehúye el combate, para luego este de improviso clavarle una navaja en el costado a Dalton, cosa que este recibe con estoicismo, sin quejarse, sin arremeter contra el atacante, tras lo que se pone en la herida cinta americana. Ya marca a fuego lo huero de la cinta sin fuste alguno. Tras lo que pasamos a la siguiente pelea contra unos maleantes a los que tras abatir a golpes, los lleva en coche al hospital, apuntillando la absurdez de la peli. Toda una propuesta caricaturesca sin gracia. Y saltando al rush final, al menos pensaba habría algo digno de por lo menos entretenerme, pero no! Es un enfrentamiento climático sin chispa e imaginación alguna )puaj!)
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TOM REGAN
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4
17 de abril de 2024
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
91/10(15/04/24) Decepcionante thriller dirigido y coescrito (junto a Rod Barr) por el mexicano Alejandro Monteverde, protagonizado por Jim Caviezel, Mira Sorvino y Bill Camp. Caviezel interpreta a Tim Ballard, ex agente del gobierno estadounidense que se embarca en misión para rescatar a niños de traficantes sexuales en Colombia. producida por Eduardo Verástegui, quien también desempeña un papel en la película, también en la producción Mel Gibson. La trama se centra en la Operación Ferrocarril Subterráneo de Ballard, organización contra el tráfico sexual. Se basa en la vida de Ballard, aunque varios periodistas de investigación han escrito sobre Ballard y OUR en la vida real, señalando que los eventos de la película se parecen poco a la realidad. Fue un sleepper (éxito inesperado), convirtiéndose en una de las películas independientes de mayor éxito de la historia, recaudando 250 millones de dólares frente a un presupuesto de 14,5 millones de dólares.

Film de esos que las buenas intenciones no pueden opacar su baja calidad, enfocado el argumento a denunciar el tráfico de niños raptados con intenciones pedófilas, pero que su desarrollo resulta muy plano, sin emocionar por la forma abrupta en que te lo quieren dar todo masticado, sin que la puesta en escena rellene carencias. Donde no hay giros, no hay diálogos de calado, no hay personajes con enjundia (solo tiene algo de presencia Bill Camp), no hay actuaciones para marcar, no hay un villano que contrapese a los buenos, no hay historia como para tanto revuelo mediático sobre la supuesta ‘censura’ a la que al parecer se dice ha sido sometido el film. No hay un argumento que nos haga ver el tráfico que denuncia como algo global, no hay mimbres para el arrogante sermón que nos pega Caviezel entre los créditos finales, arrogando a la cinta el poder de ser un espolón contra este tráfico de niños. Al terminar de verla me he sentido presa del ‘Esto era todo?’, para esto tanto revuelo, que si el trumpismo, que si los QAnon, que si film religioso, cuando lo que he visto no pasa de telefilm de antena tres por la tarde un domingo mientras acabo de comer y me tumbo a echar la siesta con ruido de fondo. No hay andamiaje emocional, todo me resulta impostado, sentimentaloide, lacrimógeno. Ejemplo epítome de esto es la interpretación de un Caviezel con solo dos registros, el hierático y el de llantos, dónde parece estar diciendo a cámara ‘enfócame que veras que bien llanteo!’.

Producto tan liso que todo sucede de forma previsible, en medio de situaciones que se resuelven de modo mecánico, sin provocar sensación alguna. Y eso que su comienzo promete, con un primer tramo medio esperanzador, pero esta promesa de algo bueno por venir no se cumple. Vemos a esa vampiresa latina (Yessica Borroto) en Tegucigalpa (Honduras) que irrumpe en un humilde hogar con un padre y sus dos hijitos, embaucando al progenitor con promesas de un futuro mejor con un casting artístico para y terminan secuestrados. Está la presentación del protagonista Ballard, exponiendo su enorme sentido del deber y de la justicia en su labor de rescatar a niños de las garras de depredadores. Pero cuando la historia debe de evolucionar la cosa naufraga, ya con esa forma fría en que la esposa de Ballard (una desaprovechada Mira Sorvino, en el rol de una mujer que se dice fue clave para el objetivo de Ballard, y aquí es poco más que un cameo).

La peli salta a Colombia, con epicentro en Cartagena de Indias, aquí aparece el único actor que despliega algo de alma, un genuino Bill Camp, capaz de insuflar vida a papel cliché de tipo con un pasado del que espera redimirse ayudando a Ballard, pero tampoco es que sea impresionante, solo que en medio de un erial pues destacar. Mencionar que comenta este personaje que (por una epifanía) dedica su dinero a comprar niños para luego liberarlos, esto en realidad perpetua el círculo del negocio, pues fomentas que haya gente dispuesta a pagar por ellos, pues los depredadores creen su labor recompensada para continuarla, esto me es chirriante. Pues el gran mantra del film es “Los niños de Dios no están en venta”, pues al parecer si, pues hay quien los compra. Por cierto, este lema quiere decir que los niños np bautizados si pueden ser secuestrados, comprados y vendidos? Puaj!!!

Aquí hay un par de planes para rescatar ya acabar con malos malísimos, donde Ballard debe encubrirse primero como un hedonista pederasta, y luego como un altruista sanitario los primeros una organización pedófila en una isla, y la segunda con un grupo terrorista (se supone las FARC), con niños esclavos sexuales. Pues ambas sub tramas se exponen de forma sin intensidad dramática, ocurren sin que te impliques, sin generar tensión, sin por supuesto, escenas de acción con alguna potencia.

Llega el final y me deja frío, nada me ha enganchado a esta retahíla de lugares comunes sin pizca de tratamiento original. Todo se circunscribe al drama personal de rescatar a dos hermanitos, con los que nunca hemos conectado, pues la dirección los hace ver como clichés sin fondo (por no hablar del tratamiento al padre, mera figura sin carácter alguno), no hay una cosmovisión de la tragedia, por lo que la intención de que veamos esto como algo a nivel mundial se me hace bola. Y es que, tras asistir a este film, solo esto podría hacer trascenderlo, pero me queda todo esto muy forzado, lo digo por la homilía final, donde si la analizas un poquito, viene a decir que saques tu móvil, escanees el código QR y gastes dinero para los productores, pues nunca te dicen para que otros puede ir la plata de la recaudación, quedándome tramposo su mensaje, cuando en realidad solo quieren llenarse los bolsillos aprovechándose de una lacra.
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TOM REGAN
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