El problema para el debutante y bien intencionado Nacho Álvarez es que parodiar un cierto cine patrio simplón y algo casposo de comienzos de los 70, a pesar de contar con la nostalgia de algunos que todavía podemos recordar aquella televisión única y la vitalidad de las canciones de Rafaela Carrá, tiene el riesgo de que algo se pega y acaba siendo por momentos (y muchos dado el excesivo metraje) tan simplón y casposo como el que parodia.

En el haber, algunos números musicales acertados, la labor de vestuario colorista y casi de recortable (¿alguien se acuerda de los recortables?) y esa Verónica Echegui que se hecha a la espalda la responsabilidad cómica con acierto. Natalia Millán está estupenda en sus breves intervenciones tanto dramáticas como musicales.

En el debe un bache de ritmo brutal en la primera parte, una excesiva duración que lastra el conjunto, los personajes masculinos a los que los guionista han descuidado bastante y lamentablemente una Ingrid Garcia Johnson (estupenda actriz sin duda) que parece no estar agusto nunca con su personaje central y que se ve eclipsada en numerosas ocasiones por Echegui o Millán. 

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Bueno, a nadie le amarga un dulce. Y más en los tiempos que corren que el patio no está para jolgorios. Así es que este cuento familiar con el punto exacto de "azúcar" va navegando de forma amable y sin estridencias entre la comedia romántica y la culinaria poniendo el foco sin demasiada intensidad en la distancia generacional de estas tres mujeres (bien interpretadas) que se unen y recomponen sus vidas a raíz de la muerte de Sara que da titulo a ese amor que sienten por ella su madre, hija y amiga.

Merece que no seamos demasiado exigentes con su guion y cedamos al placer culpable de probar sus delicias, que las tiene, a sabiendas de que no quedaremos empachados pero si con algo de hambre.

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Bergman se encuentra en plena madurez (43 años) con 6 hijos a sus espaldas, cuatro matrimonios (la película está dedicada a Kabi Laretei su esposa en ese momento), dos amantes y en la cresta de la ola artística. Acaba de ganar el Oscar en el 60 a la mejor película de habla no inglesa con "El manantial de la doncella" y volverá a hacerlo con la que nos ocupa.

Sus paranoias o inquietudes (a gusto del consumidor) existenciales y filosóficas y sus propios demonios interiores sobre todo familiares que nunca le abandonaron toman aquí un nuevo rumbo en el inicio de una trilogía junto con "Los comulgantes" y "El silencio" ambas en el 63 que él en principio no reconoce y más tarde aceptará (Begman nunca fue muy fiable hablando de su propia obra) por el común denominador de temas que tratan como la soledad, la incomunicación y la ausencia de Dios. Inicio de sus largas  estancias en la isla sueca de Farö donde  rodará este y otros films limitándose a unos pocos personajes, de su troupe actora habitual. Es el sexto trabajo con Harriet Andersson por ejemplo.

Una mujer vive en una isla junto con su marido y su hermano pequeño. Su esquizofrenia heredada de su madre la tiene atrapada y dividida entre dos mundos, el real y el espiritual irreconciliables según declara en un momento dado. Su marido la cuida pero no la entiende, su relación marital esta muerta, ella busca desahogo emocional y algo más en su hermano, aún virgen e inocente. Su padre acude a la isla conformando un cuarteto que tras unos minutos iniciales donde intentan guardar las apariencias afloran todos sus carencias y culpas en sus caóticas relaciones. Bergman pone en cada uno de ellos mucho de su propia cosecha personal.

El Dios redentor que de sentido a todo ello acaba por ser una monstruosa araña de malévolas intenciones o "un helicóptero" o puede que sea el amor el auténtico Dios que nos concede el indulto de la pena de muerte a la que estamos abocados, según expresan el padre en esa coda final un tanto estrambote que cierra la cinta. O puede que todo sea una visión distorsionada a través de ese espejo oscuro que cita San Pablo en una carta a los Corintios y que da lugar al título de la cinta: “Pues ahora vemos de un modo oscuro, como en un espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco sólo de modo fragmentario; pero luego conoceré así como soy conocido”. 

Lo cuenta Bergman con su maestría habitual, sin abandonar el aroma teatral y una excelsa fotografía en blanco y negro de Sven Nykvist. Impecable como siempre el elenco con Harriet Andersson como eje principal y un exhaustivo montaje durante dos meses en el que Bergman poco más que se encerró con su montadora Ulla Ryghe.

Para terminar he de reconocer que personalmente no me ha causado tanto efecto emocional como sus trabajos anteriores más corales y a mi juicio más interesantes en fondo y forma como por ejemplo "Fresas salvajes" (1957). La crítica norteamericana, a pesar del Oscar, tardó años en reivindicarla. Y es que te pongas como te pongas el maestro siempre se sale con la suya.

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La que nos ocupa tiene el honor de ser la primera de una tanda monográfica sobre el Yeti a la que siguieron "Smallfoot" (2018), "Missing Link" (2019) y "Abominable" (2019) y aún habría que añadir otra "Abominable" (2020) con personajes reales. Así pues el Jigou como lo llaman los tibetanos da y mucho para hacer caja en las pantallas.

Probablemente como sugieren en esta película de comprobarse su existencia no tardaríamos mucho en explotarle comercialmente exprimiéndole hasta su extinción. Dejémosle en paz y mientras tanto podemos pasar un rato entretenido junto con los más pequeños con estas aventuras de Nelly & Simon por tierras tibetanas a pesar que su realización no esté a la altura técnicamente de lo que estamos acostumbrados con Pixar y compañía. Cabe destacar con acierto el empoderamiento femenino, que ya iba siendo hora. En este pareja Nelly y Simon invierten los roles y estereotipos con los que se nos venía machacando y maleducando desde siempre a los niños en particular desde las pantallas.

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Cine político por el que apuesta en su debut Victor Cabaco y del que sale con "pocas bajas" artísticas a la hora de reflejar unos hechos concretos (la violenta  respuesta gubernamental ante una huelga obrera) mezclados con un melodrama familiar. Hechos que se repiten ciclicamente en esa lucha de clases permanente a la que se ven abocadas las sociedades piramidales que construimos desde que el homo sapiens existe.

Hechos concretos que quedaron enterrados en un momento histórico plagado de sucesos. El dictador aún estaba de cuerpo presente. Tiempos inciertos donde una transición comenzaba a gestarse ante la cerrazón de unos, la esperanza de otros y la convicción siempre pragmática de una oligarquía que nunca duda en  soltar el lastre que sea necesario para que sus privilegios sigan igual.

Memoria histórica de unos sucesos que vivieron los padres del director y al menos uno de sus guionistas, que serán reveladores para algunos contemporáneos de aquellos tiempos entre los que me incluyo y cabrearán a otros, también contemporáneos de los mismos que reclamaran un análisis más profundo del contexto social en que se produjeron los hechos. Luchas de clases que se han ido diluyendo como azucarillos en la conciencia generalmente abotargada de las nuevas generaciones. Al final los dioses de la violencia siempre cobran sus sacrificios. Murieron cinco personas y hubo cientos de heridos. La manipulación de los medios de comunicación permanece siempre como una constante histórica.

La producción de escaso presupuesto consigue una puesta en escena que nos sumerge en aquellos años y la estupenda labor actoral de Ruth Díaz y Amaia Aberasturi sustentan la parte melodramática del asunto. Dos mujeres que abordan y trasladan la situación desde su distanciamiento generacional y su rol de genero con todo lo que ello conlleva a sus vivencias personales. La utilización de las grabaciones reales de la policia no dejan de ser escalofriantes. A pesar de algunas carencias narrativas el empeño de Victor Cabaco da sus frutos. 

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