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España España · Cáceres
Críticas de Sinhué
Críticas 1.384
Críticas ordenadas por utilidad
9
2 de noviembre de 2009
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los sueños de los pobres sólo pueden alimentarse con estímulos peligrosos porque en este mundo en el que el ser humano, como tal, es una especie en vías de extinción las ilusiones y las expectativas se compran.
Brutal (en el buen sentido, si lo tiene, de la palabra brutal) este documento antropológico del director Darren Aronofsky. Retrato goyesco de la sociedad americana de nuestros días en la que o eres de los elegidos (rico) o te eligen para que te pudras como consumista de mierda (droga, televisión, dietas...). El gran cepo se cierne sobre las ansias de libertad: alimentar espejismos para crear adicciones; hacer creer aquella máxima, tramposa e individualista, de que todos los americanos tienen una oportunidad de llegar a presidentes para apartar al ciudadano de mejoras compartidas.
Doloroso el destino insalvable de una parte, cada vez mayor, de seres marginales en sociedades ricas, que basan su crecimiento en la falta de escrúpulos y en el sacrificio de los más débiles, los más ignorantes, los más rebeldes o de los que no aceptan el rodillo globalizador.
Todo bueno en esta ganadora de la Espiga de Oro en la Seminci de Valladolid del 2.000.
Sinhué
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8
20 de mayo de 2009
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Versión de Takeshi Kitano de la novela que nos cuenta las aventuras del misterioso y legendario samurái ciego: Zatoichi.

Beat Takeshi (Takeshi Kitano) protagoniza y dirige esta historia de orgullosos y míseros samuráis que lavan su honor con la sangre de abusones y ladrones sin escrúpulos. Hay poca dignidad en sus actos pues el que les contrata suele ser más indecente que los que mueren. Los gloriosos luchadores son víctimas de los malos tiempos y de la pérdida de principios. Así estaban las cosas en Japón a finales del siglo XIX.

Pero un hombre se ha mantenido fiel a su filosofía de vida. Tal vez sea el último guerrero con el honor intacto. Sólo la injusticia le hace despertar.

Epicas batallas, geishas atribuladas, venganza, justicia, buenos amigos, bandas canallas...Todo perfectamente condimentado: con ritmo, con poesía, con mucho silencio y escasa paz interior. La fotografía, por momentos, parece pintura de la buena. Una gran película de género, con un gran final que devuelve a la aldea las ganas de vivir.

Cada vez tengo más claro que fue antes la gallina de los samuráis que el huevo de las películas del oeste.
Sinhué
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7
12 de marzo de 2024
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La directora venezolana, Patricia Ortega, se atreve con un tema tabú en la cultura española y no digamos en la latinoamericana, intoxicadas ambas por la influencia religiosa (desde el bautizo), en lo concerniente a todo tipo de sexualidad. El secretismo, la vergüenza, el presunto pecado, el ojo vigilante de Dios, el fuego eterno...
Si ya es un problema, el del goce y disfrute sin complejos, para los jóvenes aleccionados por la iglesia (de cualquier doctrina); hay que imaginarse a los auténticos practicantes, de cierta edad, descubriendo parcelas lúdicas que desconocían y que ni siquiera se habían atrevido a imaginar.

Con un tono amable y hasta cómico, al que no le faltan aristas y reivindicación feminista, la realizadora y guionista nos pone en el camino de la sensatez, del amor a nosotros mismos y a nuestros cuerpos; porque es allí donde también nace el amor a los demás.
Se nos cuenta en Mamacruz, que hasta en las vidas que parecen más anodinas, el orgasmo es un acto supremo, en soledad o compañía, al que nadie debería renunciar. Son estímulos divinos, a cualquier edad. Si se recomendaran desde los púlpitos, mejorarían el amor al prójimo, la comprensión...; y conseguirían que hasta los más ateos nos planteáramos nuestras creencias.

Soberbios Kiti Mánver, Mari Paz Sagayo y el pobre y criogenizado Eduardo (Pepe Quero).
Sinhué
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8
8 de enero de 2024
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con unos referentes ineludibles en la historia del cine, sobre todo en el de juicios enrevesados, como: Testigo de cargo (Billy Wilder-1957) y Anatomía de un asesinato (Otto Preminger-1959), he visto esta magnífica pieza de Justine Triet con una parecida devoción a la que desplegué ante aquellas joyas únicas. Sin perder detalle, dejándome interpelar por la directora como si estuviera siendo juzgado a la par que Sandra, intentando desentrañar la parte sombría de cualquier ser humano, desbrozando la intrincada maleza de la condición humana, sin dejar que se apague la tímida vela que mantiene titilante la ilusión de que es mejor morir por deseo propio que por decisión ajena.

El guion, que la realizadora comparte con Arthur Harari, además de concienzudo y habilidoso te mantiene expectante, sin decaimiento alguno, no solo durante las dos horas y media de metraje, también en los créditos finales; y, doy fe, una semana después de haber visto un thriller inteligente que cuando cierra en la sala con el fundido en negro, abre otras ventanas que permiten el vuelo de la imaginación, la escapada hacia hipótesis no detectables y la inquietante certeza de que la justicia, aunque acierte en muchas ocasiones, nunca será infalible.

La actriz alemana Sandra Hüller está perfecta en su papel de escritora cerebral, mujer libre y madre razonable, aunque distante; tan sospechosa de todo como posible víctima.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sinhué
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7
18 de enero de 2018
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El amor como pulsión independiente e irrefrenable, más allá de ideologías, facciones o religiones. Es el mensaje que nos lanza el director tras hablarnos de tres veranos en una población croata, en los albores del conflicto (1991) y en décadas posteriores, cuando aún quedan ascuas entre las cenizas del enfrentamiento civil.

El enamoramiento entre serbios y croatas es un accidente imprevisto que ha complicado la lógica del odio entre estas dos poblaciones, sobre todo tras el último cataclismo desmembrador que convirtió en cachitos la antigua Yugoslavia. Ellas y ellos, jóvenes alimentados por la agria leche de la venganza, luchan por mantener las distancias y el rencor; y se da casi por seguro que las costumbres, tradiciones, convencionalismos y fuerza genética triunfarán sobre la monstruosa posibilidad de juntar sangre y fluidos. ¡Quién sabe!, entre tanta burda iniquidad, ¿quedará un resquicio para la química ternura y la indomable espiritualidad?

Sin prisas, balanceándose en el sosiego, consciente de que un creador de arte es un médico de almas, Dalibor Matanic (Zagreb/1975) pone sobre las heridas finas cataplasmas empapadas en sol y receta para las erupciones coléricas relajantes baños en aguas tranquilas. Y así, con suavidad, abre los ojos (también los nuestros y los de sus personajes) diciendo: dejad sobre la leñera esos hazes de estulticia y hagamos con ellos una buena lumbre.
Sinhué
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