No cabe duda que en los últimos años, Judd Apatow ha conseguido asociar su nombre a la comedia con mejor o peor acierto. Lo cierto es que con bastante regularidad van apareciendo títulos en los que está vinculado ya sea como director, productor o guionista (o las tres facetas a la vez). No obstante, si bien, hay reconocer una cierta originalidad en las temáticas tratadas, ello no significa que sean productos de mejor calidad.

En esta ocasión, Apatow firma como co-guionista, junto al protagonista del film Adam Sandler y Robert Smigel, dejando a Dennis Dugan las tareas de director para contarnos la historia de un super agente del Mossad (Sandler), quien cansado de apalizar palestinos, decide ir a los Estados Unidos, a desarrollar su verdadera faceta: la de peluquero. Para colmo, acaba ejerciendo el oficio en la peluquería de una joven palestina (Emmanuelle Chiriqui).

A favor, el film tiene la voluntad de evadirse de un conflicto que dura varias décadas, para intentar hacernos reir, sin cargar las tintas excesivamente ni en la facción judia ni en la facción palestina (aunque cierta retirada favorable a los israelies es casi inevitable), mostrándo una cierta habilidad para esquivar temas realmente espinosos.

Sin embargo, puesto que hay que tener mucho tacto para evitar herir las susceptibilidades de unos y otros, en el film la mayor parte de los chistes acaban saliendo de la entrepierna del protagonista (y esto es literal). Pero recurrir contínuamente al mismo chiste durante dos horas es realmente excesivo, en un film en el que sin duda, Sandler ha aprovechado su faceta de guionista para subir varios puntos su propio ego. A pesar de la presencia de actores bien reconocibles (aunque embetunados) como John Turturro (quien a pesar de sus escasas apariciones consigue arrancar más sonrisas que Sandler en todo el film) o Rob Schneider, todo el film gira alrededor de Sandler y su peculiar estilo peinando (y despeinando).

Otro tema añadido en nuestro país es el doblaje. Estar durante dos horas escuchando la adaptación de los acentos de palestinos e israelies, sólo consigue arrancar alguna sonrisa durante los primeros diez minutos, pero al cuarto de hora acaba cansando, lo que no será esta la película con la que se defienda el controvertido doblaje.

En definitiva, un film que siendo original y atrevido, arrancando sonrisas en un tema bastante delicado, no deja de ser, al mismo tiempo un tanto aburrido e irregular, lastrado por una excesiva duración en su metraje. Pero en el mes de Agosto no podemos esperar excesiva calidad en las salas de cine.

En esta ocasión, el realizador Daniel Alfredson sustituye detrás de las cámaras a Niels Arden Oplev, detalle que si no apareciera en los títulos de crédito apenas observaríamos puesto que apenas hay diferencias estéticas o formales entre la primera y la segunda parte, manteniéndose en todo momento el mismo tono de “thriller” con ínfulas de cine negro. La escasa diferencia entre los dos directores da una idea que en esta ocasión, la figura del realizador es meramente decorativa que se limita a coordinar adecuadamente todos los elementos de la puesta en escena.

En esta segunda entrega se giran las tornas y es el personaje de Lisbeth Salander (Noomi Rapace) la protagonista principal, limitando la presencia de Blomkvist a la de mero detective que va siguiendo una pista, aparentemente diferente al de Salander pero que inevitablamente acabará cruzando su camino con el de ella. Independientemente de la calidad del libro (que no he leido), y valorando exclusivamente el film, se trata de una propuesta que sigue descaradamente los pasos del “thriller” convencional norteamericano, no ofreciendo, en este sentido, nada diferente excepto el de su protagonista. Más que nada porque en los Estados Unidos, es complicado que un film comercial de estas características, pueda tener una protagonista explícitamente bisexual, fumadora compulsiva, tatuada y perforada en varias partes de su cuerpo. Afortunadamente, en Europa somos diferentes. Y es que en esta continuación, queda claro que la verdadera estrella de la función es Lisbeth Salander, favorecida por la buena composición que hace de ella Noomi Rapace, quien se mete en la piel de un personaje ambiguo y diferente a lo que hemos visto hasta ahora.

Lamentablemente, el film sigue lastrado por la escasa profundidad con que están retratados todos los personajes, incluyendo al de Salander, acentuado en esta segunda parte por una sensación de dispersión general, perjudicada todavía más por lo lento de su desarrollo. La impresión general es que asistimos a una serie de insertos inconexos (en plan cortar y pegar) que pretenden ser dos líneas paralelas a cual más interesante que en realidad acaban siendo a cual más aburrida y anodina. Da la impresión que el film se ha editado apresudaramente, dejando muchos hilos sueltos que dan una idea cada vez más fragmentaria de la historia y que casi nos obliga a recurrir al libro para llenar los enormes vacios que va dejando Alfredson a medida que avanza un metraje de dos horas que no consigue condensar en una historia mínimamente hilvanada y que prácticamente avanza a saltos cada vez mayores para poder cerrar el círculo en dos horas.

Es posible que la vocación excesivamente comercial del film en su afán por aprovechar el éxito de ventas del libro haya acabado por lastrar los resultados finales de esta segunda parte que la situan en bastante peor lugar que a la primera.

Uno de los aspectos más sorpredentes de la sociedad norteamericana es la proliferación de los llamados "asesinos en serie" o "serial-killers", tipos que bajo su apariencia corriente esconden unos desarreglos psicológicos y sociales que les llevaron a liquidar al projimo, en algunas ocasiones de forma atroz. Sin embargo, lo que más llama la atención es el culto morboso organizado entorno a estos siniestros personajes revisitando el escenario de sus crímenes.

Tal vez sea a causa de los escasos pedruscos antiguos que tienen para mostrar. Esta atención, quizás un tanto desmedida, no podía pasar desapercibida a productores y directores de cine, ávidos de captar la atención del público con cualquier historia. Uno de los aspectos a tener en cuenta a la hora de abordar un film que tiene como protagonista a un "serial-killer", es la facilidad en que el film se podría deslizar hacía una exaltación muy sangrienta cercana al género gore.

El director, Matthew Bright, intenta navegar en estas aguas peligrosas, intentando ofrecernos una visión objetiva del asesino, interpretado por Michael Reilly Burke. A pesar que se intenta distanciar no sólo del personaje sino de mostrar con excesivo detalle los crímenes que cometió, dicha distancia hace que nos presente a un personaje un tanto desdibujado, muy esquemático, que la voluntariosa interpretación de Burke no consigue evitar.

El film de Bright no consigue remontar la sensación de ser un film realizado a remolque de otras producciones bien conocidas de los años 90, a las que no consigue igualar, ni tampoco consigue sacarse de encima la etiqueta de película "B". Quizás se trate de un film que sólo guste a los fanáticos adoradores del asesino, aunque éstos tienen otras referencias de mucha mejor calidad.

Sandra Bullock interpreta a Mary Horowitz, una mujer cercana a la madurez cuya pasión son los crucigramas, de tal forma que el resto de su vida parece haber sufrido un “parón” puesto que sigue viviendo con sus padres y no tiene a la vista ninguna posible relación. Pero, una cita a ciegas con un atractivo cámara de televisión, Steve (Bradley Cooper) va a suponer un verdadero terremoto en su vida, puesto que su fijación por él, va a llevar a Mary a una loca persecución por todo el estado mientras Steve va cubriendo las más diversas desgracias y acontecimientos diversos.

Phil Traill, cuya carrera se ha forjado en el medio televisivo, es el encargado de firmar como director de este film totalmente olvidable realizado al servicio de la gran estrella del film (quien además ejerce tareas de productora) que insiste sobre los mismos tipos de personajes que le dieron fama hace ya unos años, aunque en esta ocasión llevado totalmente al extremo, componiendo a una especie de maníaca obsesiva-compulsiva que se pasea por el film con unas horribles botas rojas, persiguiendo una quimera, pasando por las más inverosímiles situaciones.

El film podría hablar de muchas cosas, como por ejemplo la situación de muchas personas que han entrado en la madurez sin haber conseguido una relación estable, alargando más de la cuenta el período de adolescencia y compartiendo su espacio vital con sus progenitores. O bien podría hablar de la necesidad que impone la sociedad que llevemos una vida “normal”, con un trabajo, un marido e hijos, algo que apenas se vislumbra aquí. También podría haber hablado sobre los medios televisivos y en especial sobre la atracción que sienten éstos por mostrar los temas más morbosos, más escabrosos y más trágicos posibles, que en realidad sólo son un reflejo de lo que consume mayoritariamente la sociedad.

Pero Traill, seguramente coartado por la presencia de Bullock como productora ejecutiva, y por tanto, reducido al papel de mero asalariado impersonal, se limita a seguir las órdenes de sus superiores, intentado sacar partido del histriónico personaje interpretado por Bullock, resaltando su vertiente más “freak”, a la cual sigue por pasajes cada vez más inverosímiles y que en su tramo final parece querer hacer un guiño a la gran película de Wilder “Ace in the hole”, que en realidad acaba siendo un ridículo pastiche, indigno de tal obra. No acaban aquí las referencias pretendidamente cinéfilas del film, ya que su propio título original parece querer emular otra obra inmortal del cine.

En definitiva, dentro de unas semanas apenas recordaremos este film, que seguramente ha llegado a nuestras pantallas aprovechando el tirón de la nominación al Oscar, y que aumenta la curiosidad por ver “in person” el papel que ha llevado a la actriz a la posibilidad de ganarlo (como todavía no se ha estrenado en nuestro país, es imposible opinar al respecto), puesto que de lo visto hasta ahora, no se puede decir que haya acumulado muchos méritos.

Durante muchos años, el cine español estuvo prácticamente inundado por lo que se llamó "la comedia española" (más comunmente conocida como "españolada"), que consistía en films con una trama que se iba liando hasta llegar a puntos realmente absurdos.

Afortunadamente, el público le fue dando la espalda a semejantes productos que no dejaban en demasiado buen lugar a nuestro cine. Sin embargo, de vez en cuando, hay directores y productores que se empeñan en recordarnos esa época.

Este es el caso de los responsables del film, Enrique López Lavigne y Juan Cavestany, los cuales buscan descaradamente el chascarrillo fácil con dos personajes dibujados en la actualidad pero que en realidad se quedaron en los años 80. Santiago Segura y Florentino Fernandez (los Bojamari y Pocholo de la película) interpretan a estos dos niños bien cuya mente sigue viviendo los gloriosos años 80 (gloriosos para ellos, claro).

Lo que nos ofrece el film son 90 minutos de un viaje al mundo de los pijos, exagerando hasta casi lo imposible gestos, acentos, y situaciones con el fin de conseguir las carcajadas del publico. Sin embargo, el film acaba cansando hasta la extenuación. Tal vez para realizar un sketche (tipo cruz y raya o martes y trece), de 10 minutos de duración puede resultar divertido, pero durante más tiempo puede ocasionar daños irreversibles.