Una profunda, honda y minuciosa entrega de un reparto actoral que crea un universo, en el que se nos explican dos caras de una misma moneda: el individuo y la sociedad, como parte de ella, inclusiva pero mordaz, clasista pero cándida, desdeñosa pero cómplice, cercana pero altiva.
Ana Bruno brilla, emerge como un volcán silencioso desde su apartada orilla que expulsa casi de sopetón todas sus necesidades, ansias y sueños, aniquilando toda clase de débiles sensaciones de letargo. Ese fulgurante eclosión de personalidad, que lucha por su inesperada y nueva perspectiva vital, los nuevos sueños, las nuevas relaciones, son auspiciadas por un análisis social de los estamentos más agresivos de una sociedad corrupta y enferma de ideales.
El abrupto desenlace, contado con elegante, sutil y viva parsimonia nos agrada en lo empático, en lo etéreo y agudo de sus gestos, en lo tenue de sus diálogos y en lo volátil de sus tramas, que sigilosas nos mecen hasta adormecer el dolor que la protagonista creía haber curado.

La calidad visual, fotográfica y de la trama están a la altura de sus últimas películas. El guion esgrime de forma modélica una despiadada, enferma y decadente sociedad, que con naturalidad solapa las instituciones en una realidad casi natural en el film. La introducción de no solo la crítica al desmoronamiento de las complejas unidades familiares si no también de unas estructuras endogámicas y viciadas del poder de forma sutil inciden en esa oda a la desfachatez de la occidentalización de la sociedad rusa. Visualmente la austeridad musical incide en las tensiones narrativas, creando ese ambiente turbio, endémico y cruel. Además se une ese buen gusto en el plano lento, panorámico y natural, de colores fríos que subraya lo gélido de los sentimientos, asépticos en su mayoría, con esa pérdida de moralidad que traspasa la pantalla para insertarse bajo la piel del espectador. El trasvase de la glacial crueldad interpretativa de los personajes socava más el hermetismo sentimental y hace que el guion mantenga esa naturalidad en las circunstancias de la trama, impactando más si cabe en el espectador. Una obra de denuncia multicausal e interpretativa de una sociedad enferma.

Con una escenografía teatral, Dolan nos encierra en los bajos fondos de la incomunicación familiar, en una elipsis de desencuentros que nos trasporta al sinsabor de los fantasmas interiores, de la falta de expresividad grupal, esa cerrazón interior que nos impulsa a no ser capaces de expresar nuestros sentimientos. Una familia caracterizada con sus peculiaridades pero extrapolable a todas. Un ambiente enrarecido por la dialéctica fáctica o relacional, esa función del lenguaje que entorpece aún más por sus modos y que se contrapone al silencio, logrado y cáustico, del protagonista. Un choque de personalidades apabullante e interpretados a bocajarro, sin miramientos. Además Dolan nos fulmina el ánimo con una banda sonora e impactos visuales (a los que ya nos tiene acostumbrado) que nos eriza la piel, con sus bellas insinuaciones, planos sumamente cercanos, ausencia de aire en la pantalla que aumenta la sensación de claustrofobia en el espectador. Un espectáculo de intencionalidad.

Aunque liviana en su presentación y templada en su resolución, lo que se antojaba un cúmulo de 'gracietas' incisivas encuentra en el análisis de las parejas y del paso a la madurez de las parejas un cultivo para la mínima reflexión que ilumina levemente la pantalla, basándose en un elenco actoral con gancho y bien adaptado. Fresca en la trama, en los diálogos y en los personajes, agradable el paso del humor socarrón y simplón al drama más cercano e incisivo. Buena estructuración argumental e interpretaciones fuertes y precisas. Buena dosificación de los tiempos y de los giros argumentales y una puesta en escena de calidad, destacando el vestuario y las localizaciones.

La película tiene dos taras importantes: La introducción de elementos que rompen su misticismo, porque al fin y al cabo es una historia bíblica adaptada al formato videoclip que se queda por el camino de "La Comarca"... y en segundo lugar la yerma transmisión de sentimientos de los actores para el público, que no encuentra la dosis exacta de emoción. La historia la conocemos, pero su reinvención llega a momentos transgresores que no ayudan a abrir la mente, no empatiza la libre adaptación de la idea... la sustancia del guión se diluye entre las barbas de Russel.