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Críticas de Vivoleyendo
Críticas 1.745
Críticas ordenadas por utilidad
7
28 de enero de 2009
52 de 53 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como el título de esta crítica se siente Cecilia, la protagonista de esta fantasiosa comedia de Woody Allen, cada vez que se evade de sus problemas en la sala de cine. Sus penas se esfuman y se ve ataviada con un vestido blanco y vaporoso, como si fuese Ginger Rogers bailando claqué con Fred Astaire. O una dama de alta alcurnia con trajes de diseño, sombreros coquetos y joyas, fumando cigarrillos con larguísimas boquillas y trayendo de cabeza al galán de turno.
Aunque a mi parecer no se trata de una de sus mejores comedias, Woody regala un sentido y tierno homenaje al séptimo arte. Aficionado a incluir guiños de numerosos clásicos, en esta ocasión no se conforma con eso; toda esta comedia adopta ese aroma inconfundible de los patios de butacas, de la penumbra en la que docenas de ojos brillan embelesados con la mirada fija en esa pantalla que es como una puerta a cualquier cosa. Pese a que creo que Woody podía haber dado más de sí mismo, sí admito que la fascinación por el arte del celuloide está plenamente condensada en esta hora y dieciocho minutos de largometraje. La duración justa para colocar ante nuestra vista un sueño recurrente: que la vida fuese como en las películas.
Woody se permite exteriorizar uno de esos sueños que la mayoría tenemos. Se salta las barreras de la lógica y de las distinciones entre lo real y lo ilusorio y, sin ánimo de crear una maravilla, agrada y enternece sin grandes alardes.
Con su estilo elegante, clásico, soñador y nostálgico al que ha añadido generosas dosis de fantasía, Woody elige a un ama de casa del montón, una don nadie de existencia gris con escasas perspectivas de felicidad, y la sumerge en su mayor ilusión, permiténdole soñar y tener al alcance de la mano todo lo que podría desear y lo que nunca imaginaría que le pudiese suceder precisamente a ella.
Realidad y ficción se mezclan con gracia, invitando al espectador a aceptar el simpático juego que Woody propone y a dejarse conducir de un lado al otro de la pantalla del cine.
“La gente real quiere una vida ficticia, y la gente ficticia quiere una vida real.”
En el cine todo es posible…
Vivoleyendo
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10
20 de marzo de 2008
69 de 88 usuarios han encontrado esta crítica útil
Yo estoy escribiendo esta crítica, con unas manos sanas en las que apenas pienso porque siempre me han respondido perfectamente. Bueno, exceptuando aquella ocasión en que, en febrero o marzo de 1987, me caí y me rompí el hueso de la mano derecha que va desde la muñeca hasta el nudillo en el que comienza el dedo meñique. Estuve tres semanas con la mano y todo el antebrazo escayolados hasta el codo. Fue una fractura limpia y de poca importancia, y sanó rápidamente. Durante esas semanas, tuve que arreglármelas con la mano izquierda y con la ayuda de otras personas para vestirme, ducharme y para todo lo que requiriese de ambas manos. No podía escribir (soy diestra), y tuve que prescindir durante ese tiempo de mi bicicleta. Aquella fue la única ocasión en la que experimenté la incomodidad de poseer una parte del cuerpo inutilizada. Sólo fueron tres semanas, pero cuando me quitaron la escayola tenía el brazo tan débil que me pasé horas moviéndolo para que recuperara su movilidad normal. Mis dedos, algo atrofiados por el prolongado encierro, respondían con exasperante lentitud y dificultad. Los ejercité hasta que dejó de costarme trabajo moverlos.
Y ahora estoy aquí, muevo la cabeza, respiro, trago la saliva, mis dedos se mueven velozmente por el teclado, hago movimientos voluntarios e involuntarios... Todo mi cuerpo responde obedientemente. Subo y bajo la escalera de mi casa, voy y vengo como quiero...
Toda esa maquinaria increíble que es nuestro cuerpo... A fuerza de costumbre, ignoramos que estamos hechos de puro milagro hecho carne. No apreciamos lo preciosos que son esos movimientos que hacemos con las manos. Ese movimiento de nuestro pecho haciendo circular el aire entre los pulmones y la atmósfera. Nuestros ojos moviéndose para que podamos mirar lo que nos interesa. Las piernas, que amplían nuestros horizontes, y que son el motor de nuestra autonomía física. La piel, fuente de innumerables sensaciones. Y ese mecanismo que nos permite hablar...
¿Cuándo fue la última vez que nos paramos a venerar esta máquina prodigiosa que contiene nuestra alma, todo lo que somos?
Jean Dominique Bauby se vio privado de golpe de todo eso que apenas valoramos. Se vio encerrado dentro de su propio cuerpo. Lo que antes había sido su puerta al mundo, se transformó en su cárcel.
La cárcel de su alma. La cárcel de sus pensamientos. La escafandra que le aislaba de lo que le rodeaba.
Tan sólo podía mover el ojo izquierdo. Ese ojo tenaz se erigió en su ventana de comunicación, su único medio para que el contacto entre su mente y el exterior no se rompiera definitivamente.
Por dentro seguía siendo el mismo. Un hombre de cuarenta y dos años lleno de vida, en plenitud de facultades intelectuales. El poder de su imaginación le permitía escapar a su encierro para volar donde quisiera. Como una mariposa caprichosa que revolotea impulsada por el viento.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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9
16 de julio de 2007
58 de 66 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta gran superproducción, que reúne a grandes astros de la pantalla de los años 50, es muy digna de admiración por muchos aspectos.
La trama gira en torno a un terrateniente, Jordan Benedict II, que posee un gran rancho de ganado en Texas. Es un hombre orgulloso, obstinado y de ideas anticuadas, que se ha criado interiorizando fuertes prejuicios: que las personas valen más cuanto más rango tengan, que los indios y los mejicanos son la peste... Está empeñado en planificar su vida y la de los que le rodean según su esquema ideal de unidad familiar en la que su esposa debe ser el ejemplo perfecto de mujer sumisa, los hijos varones están destinados a dirigir el rancho y las hijas han de casarse con buenos partidos. Pero las cosas no van a salir como él las ha planeado. La vida le irá dando grandes lecciones de humildad, mientras él no tendrá más remedio que ir aceptando los cambios y las decisiones que sus hijos irán tomando por sí mismos.
James Dean introduce el elemento del hombre envidioso, que anhela todo lo que el patrón tiene: una esposa bella e inteligente, un gran rancho, prestigio social... Cuando él hereda un trozo de tierra y se descubre petróleo en la zona, este pequeño granjero se transforma en un hombre inmensamente rico que creerá poder obtener lo que desea gracias a su poder recientemente adquirido.
Mientras vemos los avatares de dos generaciones de Benedict y comienza a existir la tercera generación, la trama nos va conduciendo por la evolución de los personajes y analiza en profundidad asuntos como el ciego orgullo por el renombre de un apellido ilustre, los prejuicios contra otras razas, el precio que hay que pagar por aceptar el progreso y el cambio, el vacío de la soledad, que no puede paliar ni siquiera un montón de dinero...
Hermosa película de gran calidad en todos los apartados: actuaciones, fotografía, banda sonora... El único apartado que encuentro más deficiente es el maquillaje: no resulta muy convincente el "envejecimiento" de algunos personajes. Aún así, la película posee una gran belleza visual.
A destacar las magnífica interpretaciones del dúo principal: Rock Hudson-Liz Taylor. Estupendos, con actuaciones llenas de matices y de química.
Vivoleyendo
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8
10 de abril de 2008
56 de 62 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las obras de Bergman son terriblemente difíciles de asimilar y analizar. El excéntrico director sueco avanza muchísimo más allá de la superficie y ahonda directamente en la parte más irracional e incomprensible del espíritu humano.
No olvidemos que estamos hechos de impulsos viscerales, de miedos, de pasiones, de contradicciones, de lagunas, de ilógica, de imprevisibilidad y de intemporalidad. Nos engañamos y creamos una ficticia sensación de seguridad inventando fachadas de autocontrol, racionalidad, lógica, linealidad temporal, comportamientos y sentimientos admitidos socialmente... Como en una pintura de Renoir que muestra paisajes serenos y voluptuosos con estallidos cromáticos, por los que pasean damas aparentemente despreocupadas con vaporosos vestidos y sombrillas blancos... Escenas equilibradas en apariencia, armoniosas, bajo cuya paz superficial tal vez laten las pulsaciones de las almas inmortalizadas en el retrato. Los ojos pueden captar la luz, los colores, las formas, las siluetas. Pero, ¿qué hay debajo?
Bergman, cuando contempla una pintura, cuando contempla cualquier creación, cuando contempla un ser humano, dedica solamente la atención justa al envoltorio exterior, a lo meramente sensorial, para taladrar con su mirada aguda lo que se oculta debajo. El envoltorio es apenas una leve tapadera que él sabe utilizar con maestría para recrear espléndidamente los ambientes, y conoce lo bastante su valor para saber emplearlo y crear una antesala a las verdaderas emociones. Juega con los fondos, bien estudiados. Nada es casual. Un jardín exuberante, una mansión aristocrática. Los tonos, las luces y sombras que resaltan u oscurecen. Bergman reconoce la importancia de los elementos externos y con ellos da lugar a un clima envolvente y sugestivo que emboba casi de forma imperceptible los sentidos del espectador. La veterana y experta fotografía es un testigo ocular más que va trazando una compleja radiografía de lo que se ve con los ojos y lo que se ve con el alma.
Si Bergman, como en el caso que nos incumbe ahora, se centra en una familia acomodada de finales del siglo XIX o principios del XX, cuyo núcleo central son tres hermanas, no se va a conformar con pintar un fresco vistoso y simple. Va a explorar con una sonda invisible pero incisiva lo más inquietante, angustioso, escabroso y pulsante de cada personaje. No se va a limitar a narrar sin más una historia frívola de las hermanas y de quienes las rodean. Va a sondear, incluso despiadadamente, sus inconfesables interiores, sus impulsos e instintos más profundos. Si otros directores se conforman con lo exterior, él presenta a las personas desde su más volcánico y frío interior.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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9
11 de junio de 2009
55 de 60 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director francés minimalista, cotidiano y experto en explorar las mentes y las almas de sus sujetos, me ha proporcionado una más que agradable velada con las obsesiones, las dudas y las tentaciones que asaltan a un hombre casado. Los espectadores somos los observadores y los confidentes de sus pensamientos más íntimos, de su devenir diario y de sus secretos.
La desarmante sencillez y la espléndida naturalidad en todos los aspectos (guión, narración, interpretación de los actores, fofografía, puesta en escena, música...) hacen de este drama (porque yo más bien lo definiría como drama, mucho más que como comedia) uno de los mejores de toda la carrera fílmica de Rohmer.
Nos encontramos cara a cara con las reflexiones que cualquiera que esté atravesando por la etapa del protagonista elaboraría en su mente. Un discurso personal desgranado con una lucidez deslumbradora. Su amor por su mujer, en la que cree ver a todas las mujeres. Su callado y vivo interés por todas las que contempla por la calle, con las que comparte un instante de reconocimiento y atracción absoluta en el intervalo en que sus ojos se cruzan para continuar inmediatamente cada uno por su lado.
Es feliz en su matrimonio y con su hija, pero la estabilidad y la seguridad de su situación inyectan en él la sombra de las tentaciones, de la aventura, imagina cruces pasajeros con féminas cuyo aliciente es empaparse de ellas brevemente, sin un mañana. Estar casado con su esposa le ofrece ese mañana tranquilizador, que no necesita en sus roces imaginarios con beldades tan sensuales como desconocidas.
La repentina aparición de una antigua amiga despertará con intensidad esos deseos ocultos, le hará flirtear con los bordes del adulterio...
Un hombre casado, joven y atractivo, que advierte sobre sí la opresión del mediodía simbólico de su vida matrimonial estable, y de esos mediodías melancólicos del burgués trabajador que almuerza en solitario en el mismo café de siempre, mirando por los ventanales a los transeúntes, destellos fugaces de vidas que él no podrá conocer.
Esos mediodías en los que las horas muertas del paréntesis en el trabajo le hacen sentirse extrañamente solo y al miemo tiempo acompañado por la multitud que desfila incesantemente al otro lado del ventanal.
Esos mediodías en los que su anhelo más íntimo es poseer a todas las mujeres del mundo, en los que rozar lo prohibido con Chloé y dejar de representar el papel de marido para ser, simplemente, el hombre que en el fondo es.
Vivoleyendo
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