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Voto de Vivoleyendo:
8
7,7
9.501
Drama
Ante la proximidad de la muerte de una de ellas, tres hermanas se reúnen en la vieja mansión familiar. Una vez en la casa, comienzan a recordar el pasado, y cuando la enferma entra en la agonía desvela la parte más oscura y tortuosa de su vida. (FILMAFFINITY)
10 de abril de 2008
56 de 62 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las obras de Bergman son terriblemente difíciles de asimilar y analizar. El excéntrico director sueco avanza muchísimo más allá de la superficie y ahonda directamente en la parte más irracional e incomprensible del espíritu humano.
No olvidemos que estamos hechos de impulsos viscerales, de miedos, de pasiones, de contradicciones, de lagunas, de ilógica, de imprevisibilidad y de intemporalidad. Nos engañamos y creamos una ficticia sensación de seguridad inventando fachadas de autocontrol, racionalidad, lógica, linealidad temporal, comportamientos y sentimientos admitidos socialmente... Como en una pintura de Renoir que muestra paisajes serenos y voluptuosos con estallidos cromáticos, por los que pasean damas aparentemente despreocupadas con vaporosos vestidos y sombrillas blancos... Escenas equilibradas en apariencia, armoniosas, bajo cuya paz superficial tal vez laten las pulsaciones de las almas inmortalizadas en el retrato. Los ojos pueden captar la luz, los colores, las formas, las siluetas. Pero, ¿qué hay debajo?
Bergman, cuando contempla una pintura, cuando contempla cualquier creación, cuando contempla un ser humano, dedica solamente la atención justa al envoltorio exterior, a lo meramente sensorial, para taladrar con su mirada aguda lo que se oculta debajo. El envoltorio es apenas una leve tapadera que él sabe utilizar con maestría para recrear espléndidamente los ambientes, y conoce lo bastante su valor para saber emplearlo y crear una antesala a las verdaderas emociones. Juega con los fondos, bien estudiados. Nada es casual. Un jardín exuberante, una mansión aristocrática. Los tonos, las luces y sombras que resaltan u oscurecen. Bergman reconoce la importancia de los elementos externos y con ellos da lugar a un clima envolvente y sugestivo que emboba casi de forma imperceptible los sentidos del espectador. La veterana y experta fotografía es un testigo ocular más que va trazando una compleja radiografía de lo que se ve con los ojos y lo que se ve con el alma.
Si Bergman, como en el caso que nos incumbe ahora, se centra en una familia acomodada de finales del siglo XIX o principios del XX, cuyo núcleo central son tres hermanas, no se va a conformar con pintar un fresco vistoso y simple. Va a explorar con una sonda invisible pero incisiva lo más inquietante, angustioso, escabroso y pulsante de cada personaje. No se va a limitar a narrar sin más una historia frívola de las hermanas y de quienes las rodean. Va a sondear, incluso despiadadamente, sus inconfesables interiores, sus impulsos e instintos más profundos. Si otros directores se conforman con lo exterior, él presenta a las personas desde su más volcánico y frío interior.
No olvidemos que estamos hechos de impulsos viscerales, de miedos, de pasiones, de contradicciones, de lagunas, de ilógica, de imprevisibilidad y de intemporalidad. Nos engañamos y creamos una ficticia sensación de seguridad inventando fachadas de autocontrol, racionalidad, lógica, linealidad temporal, comportamientos y sentimientos admitidos socialmente... Como en una pintura de Renoir que muestra paisajes serenos y voluptuosos con estallidos cromáticos, por los que pasean damas aparentemente despreocupadas con vaporosos vestidos y sombrillas blancos... Escenas equilibradas en apariencia, armoniosas, bajo cuya paz superficial tal vez laten las pulsaciones de las almas inmortalizadas en el retrato. Los ojos pueden captar la luz, los colores, las formas, las siluetas. Pero, ¿qué hay debajo?
Bergman, cuando contempla una pintura, cuando contempla cualquier creación, cuando contempla un ser humano, dedica solamente la atención justa al envoltorio exterior, a lo meramente sensorial, para taladrar con su mirada aguda lo que se oculta debajo. El envoltorio es apenas una leve tapadera que él sabe utilizar con maestría para recrear espléndidamente los ambientes, y conoce lo bastante su valor para saber emplearlo y crear una antesala a las verdaderas emociones. Juega con los fondos, bien estudiados. Nada es casual. Un jardín exuberante, una mansión aristocrática. Los tonos, las luces y sombras que resaltan u oscurecen. Bergman reconoce la importancia de los elementos externos y con ellos da lugar a un clima envolvente y sugestivo que emboba casi de forma imperceptible los sentidos del espectador. La veterana y experta fotografía es un testigo ocular más que va trazando una compleja radiografía de lo que se ve con los ojos y lo que se ve con el alma.
Si Bergman, como en el caso que nos incumbe ahora, se centra en una familia acomodada de finales del siglo XIX o principios del XX, cuyo núcleo central son tres hermanas, no se va a conformar con pintar un fresco vistoso y simple. Va a explorar con una sonda invisible pero incisiva lo más inquietante, angustioso, escabroso y pulsante de cada personaje. No se va a limitar a narrar sin más una historia frívola de las hermanas y de quienes las rodean. Va a sondear, incluso despiadadamente, sus inconfesables interiores, sus impulsos e instintos más profundos. Si otros directores se conforman con lo exterior, él presenta a las personas desde su más volcánico y frío interior.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Las infelicidades quedan al descubierto. La soledad más yerma, la convivencia entre el amor y el odio, entre la aceptación y el rechazo (porque las emociones y los sentimientos con frecuencia son inseparables, incatalogables). Todo lo gestado desde la infancia, todo lo que ha madurado en el espíritu, lo que ha quedado sin eclosionar, lo que se ha podrido, lo que se halla en ebullición...
Agnes, la hermana moribunda, probablemente padece mucho más que una enfermedad física. Su mal es sobre todo interno, los dolores del alma que se transmiten al cuerpo. El amor de sus hermanas y de la doncella Anna, que la acompañan en su sufrimiento, es consuelo y tormento, agonía y éxtasis.
María, con las preciosas facciones de Liv Ullmann, perturbadora y embriagadoramente sensual, dulce y oscura a un tiempo...
Karin, fría, amargada y resentida en su vacío existencial, como un bloque de hielo que apenas se derrite, mezcla de represión y explosión, atormentada por las cadenas que se ha impuesto a sí misma.
Anna, la tierna Anna, que venera a su amada Agnes con la fuerza del amor más auténtico...
En torno a las últimas horas de la enferma, se sucederán flashes de memorias en las que, con pinceladas maestras, probaremos el áspero sabor de la soledad, de las frustraciones, del amor más intenso, de los temores que anidan en nosotros como inquilinos indeseables. De los latigazos de la sensualidad más inquietante y prohibida.
Los susurros de los ausentes, de los recuerdos traídos al presente. Los gritos de la desesperación que necesita una vía de escape. Y después, el regreso de la cordura, de la rutina, de las palabras corrientes que se pronuncian con alivio para no tener que pronunciar las que más duelen.
Como introducirse en un cuadro de Renoir y encontrar que bajo el lienzo se esconde todo lo que, en el fondo, somos.
Agnes, la hermana moribunda, probablemente padece mucho más que una enfermedad física. Su mal es sobre todo interno, los dolores del alma que se transmiten al cuerpo. El amor de sus hermanas y de la doncella Anna, que la acompañan en su sufrimiento, es consuelo y tormento, agonía y éxtasis.
María, con las preciosas facciones de Liv Ullmann, perturbadora y embriagadoramente sensual, dulce y oscura a un tiempo...
Karin, fría, amargada y resentida en su vacío existencial, como un bloque de hielo que apenas se derrite, mezcla de represión y explosión, atormentada por las cadenas que se ha impuesto a sí misma.
Anna, la tierna Anna, que venera a su amada Agnes con la fuerza del amor más auténtico...
En torno a las últimas horas de la enferma, se sucederán flashes de memorias en las que, con pinceladas maestras, probaremos el áspero sabor de la soledad, de las frustraciones, del amor más intenso, de los temores que anidan en nosotros como inquilinos indeseables. De los latigazos de la sensualidad más inquietante y prohibida.
Los susurros de los ausentes, de los recuerdos traídos al presente. Los gritos de la desesperación que necesita una vía de escape. Y después, el regreso de la cordura, de la rutina, de las palabras corrientes que se pronuncian con alivio para no tener que pronunciar las que más duelen.
Como introducirse en un cuadro de Renoir y encontrar que bajo el lienzo se esconde todo lo que, en el fondo, somos.