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España España · Madrid
Críticas de Charles
Críticas 1.065
Críticas ordenadas por utilidad
7
10 de mayo de 2017
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
He aquí una historia que, por fuerza, tiene que ser insatisfactoria.
Percy Fawcett nunca alcanzó la mítica ciudad de oro, y en su lugar desapareció para siempre en las profundidades de la selva, dejando un misterio tan insondable como fascinante.
No vamos a encontrar El Dorado, como él. Pero si podemos perdernos en el enigma que era poder encontrarlo, siguiendo los pasos del Coronel, en una crónica tan detallista como sesgada.

'La Ciudad Perdida de Z' renuncia a todo el trasfondo de leyendas y anécdotas que aportaba su novela original (recomendadísima lectura), y en su lugar apuesta por la única vía en la que cree poder ganar: una sobria biografía de Percy Fawcett, con la intención de que sus vivencias logren inspirar lo que no se puede expresar con palabras.
Quizá no era la manera más acertada de contar la historia, pero en el fondo no importa tanto, porque James Gray se las apaña para construir una apañada aventura, nada grandilocuente, y más efectiva cuanto más contenida: se nota la incomodidad callada de Fawcett, atrapado en un esmoquin con el que debe encajar en la ciega sociedad británica de los años 20, y en comparación saben a gloria esos momentos en los que atisbamos... algo, escondido en la jungla.
La gran aventura solo lo es en retrospectiva: las incursiones en la selva tienen un tono progresivamente más alucinatorio, como espejismos de un lugar donde todo es posible, y cada pequeño descubrimiento parece el prólogo a algo más grande.

Hay belleza en esta aventura, pero una muy especial, quizá demasiado sensible como para valorarla, la clase de belleza que acompaña misterios sin fin y certezas a medias.
Nunca somos capaces de meternos en la mente de Fawcett, todos sus pensamientos nos están vedados, apenas se comprende su fascinación por la ciudad de oro, pero si se puede adivinar en sus violentos parlamentos defendiendo su existencia: esa mítica ciudad es el más allá de su particular obsesión, el eslabón perdido entre el desierto verde que tanto le fascina y la civilización que tanto le incomoda. Un edén entre dos mundos, que justifica su búsqueda a cualquier precio.
La pregunta del patio de butacas podría ser cuándo narices va a encontrar la dichosa ciudad, y nos estaríamos perdiendo lo mejor de la película: la delicada poesía que supone no encontrarla, sino soñarla, imaginarla, llenarla de toda esperanza y abandonar la posibilidad de que exista, solamente para evitar nuestra decepción.

Decía David Grann en su libro que quizás Z nunca existió, que quizá solo fue la suma de leyendas, obsesiones y sueños de millones lo que construyó una ciudad en la selva, y de nuevo es una pena que esa lectura se pierda en su versión filmada, pero a cambio se vive la búsqueda de su mayor creyente, que se convirtió en parte de la leyenda misma.
Un trozo de vasija en la selva, una ancestral escultura entre el macizo de rocas... son fragmentos de un misterio que nunca desvelaremos, y probablemente el espectador buscando su particular El Dorado tendrá que lidiar con la decepción a su manera, por mucho que hubiera deseado ver la ciudad perdida.

Por lo demás, quedan esos bellos momentos en los que conocemos a un hombre extraordinario (al que Charlie Hunnam interpreta con una notable distancia emocional), al que le costaba expresar cariño a los suyos, que intentó toda su vida regresar de la Amazonia, pero que nunca pudo sacarla de su corazón.
Su último viaje es idealización pura y dura: aclamado por las masas, acompañado por el hijo que le despreció, alzado a hombros por los salvajes que siempre defendió... las doradas columnas de fuego que brillan en el río no son El Dorado (¿o sí?), pero tras años de búsqueda (que hemos vivido con él) parecen el destino final más bonito que cualquier soñador podría desear.

Existen junglas fuera de la naturaleza.
Formadas, no por verde y madera, sino por personas, historias, leyendas, misterios... e imposibles.
Perderse en ellas no implica conocimiento asegurado, de la misma manera que encontrar una vasija no implica encontrar El Dorado.
Pero a veces, si estamos atentos a las señales, si nos atrevemos a perdernos, si somos capaces de imaginarlos... somos capaces de ver los rastros de alguna verdad, y también la belleza de que siga estando oculta.
El Dorado, y Percy Fawcett, seguirán existiendo, inmutables e inmortales, en la selva de los que se atrevan a buscarlo.
Charles
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6
15 de octubre de 2016
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay un sentimiento que recorre toda la narración de este falso documental: la tristeza.
Pero que nadie se preocupe, no es tristeza de bajona absoluta, sino tristeza que se acerca más a un patetismo casi cariñoso.
Estos tipos son mascotas de equipos de fútbol, vaya cosa: cuando vas a ver un partido ni siquiera hubieras pensado que debajo de esos aparatosos disfraces hubiera una persona con problemas para llegar a fin de mes.

Pero 'Mascots' tiene muy claro que el mejor humor viene de jugar esa baza patética, porque solo así miraríamos por encima del hombro a toda la variedad de frikis que presenta para después, pasados los minutos, empezar a interesarnos por sus dramas personales.
Un puño alcohólico que fue expulsado de todos los equipos en los que participó. Un fontanero cuya rutina es ser ignorado por el equipo que anima. Una armadillo gimnástica que piensa que su rutina de baile tiene algún sentido profundo. Un pulpo que vive atado en una mezcla de matrimonio y trabajo.
Todos ellos empiezan siendo objeto de burlas (de las de los aficionados y de las tuyas) y acaban siendo merecedores de, al menos, una sonrisa de aprobación. Porque son invisibles, son secundarios y hasta son innecesarios. Pero no por ello dejan de hacer lo que hacen.

Tienen la oportunidad de su vida de destacar, en una competición anual que les junta para ver quién hace la mejor y más espectacular rutina. Y la hacen, y ni siquiera importa quién gana, porque por un momento parece que han ganado todos: ya solo por estar ahí tienen la fama que nunca van a tener.
Y una rutina de baile, un gracioso pero intrascendente número hecho solo para animar, se convierte en auto-superación y, por qué no, hasta en orgullo propio.

Quizá la próxima vez que vayas a un partido pienses en las mascotas de otro modo. Quizá no.
Pero ellos han tenido su oportunidad de brillar. Por mucho que nos estemos riendo (algo que pasa, y mucho, a lo largo de todo el documental).
Solo eso es digno de admirar, aunque sea un poco.
Charles
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7
10 de julio de 2016
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Da la sensación de que la saga 'Malditos Vecinos' está muy infravalorada.
Ambas dos películas se han vendido como poco más que comedias destrozonas, acerca de las tan celebradas fiestas de fraternidades estadounidenses, sin nada más que aportar.
Y algo de eso tienen, sin duda, pero sería injusto juzgarlas solamente así, cuando tienen suficientes elementos para salirse de lo típico.

Si la anterior era una especie de rebelión paternal contra los adolescentes juerguistas que no saben nada de asumir responsabilidades, 'Malditos Vecinos 2' trata de ponerse precisamente en los zapatos de dichos adolescentes, y de paso mostrar como ellos también tienen que encajar en un molde para el que nadie les ha pedido medidas.
Mac y Kelly, por su parte, bastante tienen con criar a su hija, siendo los perfectos padres y mejores vecinos que su entorno les exige, como para que encima venga otra panda de jóvenes a su casa de al lado para jorobarles la venta de su propia casa. Estas son Shelby y sus amigas, tratando de marcar territorio frente a las fiestas de niñatos que les obligan a ir con escotazos y tacones, creando su propia fraternidad para escapar de esos tópicos y tratar de darlos la vuelta.
Es decir, que en esencia ambos vecinos solo tratan de buscar su lugar frente a otros, con las cosas que les gustan, sin que nadie tenga que decir a la pareja de padres que su hija no tiene que jugar con un dildo o a las chicas que no deben tomar alcohol para tener un tipazo.

Bajo las infinitas coñas hiladas a ritmo de metralleta no hay un drama, pero desde luego hay bastante progresión en los argumentos de la primera, que simplemente concebía a los adultos y a los jóvenes como dos grupos sin posibilidad de conexión.
Aquí esa conexión se busca, y se consigue, en parte gracias al regreso de Teddy: el infame líder de la fraternidad anterior, que ha pasado a ser otro de tantos chavales lanzados al mundo laboral, hablando constantemente de los proyectos que piensa hacer, porque se supone que eso hacen los adultos, cuando en realidad solo querría estar en una buena juerga como las de antes.
Suyo es el papel entre medias de los padres y las chicas, y basta poco para darse cuenta de que es muy desagradecido, porque ni unos ni otros lo consideran parte de su grupo, demasiado mayor para buscar líos, y demasiado inmaduro para saber lo que es un contrato de alquiler (grandísimo momento en el que nadie sabe cómo funciona, resaltando el espíritu peterpanesco que esta saga no se ha cansado de reivindicar).

Sin embargo, el buen tino de la historia consiste en resaltar precisamente eso: ¿por qué no intercalar una desquiciada huida a través de un campus universitario de fiesta con el momento en que dos padres se dan cuenta de que su hijita algún día se hará mayor?
Los personajes dejan de ser monigotes de hostias, y se transformar, ni que sea levemente, en personas. Personas que pese a todo tratan de encajar en sus moldes, pero que pueden elegir no hacerlo, porque nadie tiene la verdad absoluta de lo que debe ser una fraternidad y una familia.

Quizá ambos dos conceptos no estén tan alejados unos de otros: personas que no te juzgan y que pese a lo estúpido que seas te acompañan en tu tontería.
No está nada mal para lo que en principio era solo una comedia destrozona que tampoco tiene problemas en celebrar el sexo, las drogas y las buenas fiestas.
Charles
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4
9 de octubre de 2015
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Queremos.
Queremos aventuras infantiles con sentimiento en lugar de engañabobos animados estúpidos. Queremos películas de superhéroes que disfracen tratados de filosofía, pero tenemos actores con mallas diciendo grandilocuencias. También, tenemos una flipada de espías pero queremos un thriller adulto y maduro.

Y probablemente el problema aquí venga de base.
'Hitman: Agente 47' es lo que es. Un videojuego que se ha hecho grande por sus escenas de sigilo y carismático protagonista, pero que en el fondo oculta una trama plagada de tópicos que no son importantes gracias a lo ya mencionado.
El transvase a película entonces... no podrá ser más de lo que hay en la fuente. La materia se transforma, nunca se añade y esas cosas, lo mismo vale para las adaptaciones.

Cualquier análisis de esta historia debería enfrentarse a su naturaleza puramente lúdica primero, a lo que la trama en cuestión pretendía después.
En este caso, no pretende ser más que un divertimento molón con un protagonista duro como el acero buscando a una chica que sirve más para mover el argumento a través de localizaciones de Berlín y Singapur. Quien quiera ver otra cosa, se engaña.
Es el festival de los tópicos mal construidos, de los diálogos rancios y de las secuencias de acción imposibles mitigadas por una cámara que busca obsesivamente salirse del molde (ya es algo).

A lo mejor alguien esperaba un drama ambientado en la fría Rusia sobre un asesino imposibilitado para sentir amor y solamente volcado en la muerte.
Sin embargo, aquí solo encontraremos una discusión que expone el mismo tema de forma totalmente desprejuiciada y sin un gramo de grasa: quizás lo maravilloso de 'Hitman: Agente 47' es su capacidad para no detenerse demasiado en un mismo punto sin dar la sensación de ser superficial.
De propina, pues una Hannah Ware que echa el resto con un papel desagradecidísimo y un Rupert Friend que parece más cómodo en su corbata roja que su predecesor, lo que ya es decir.

Se podría pedir que esta persecución internacional de un asesino y su protegida contra una siniestra organización (¿las hay de otro tipo?) no tendría por qué contarse.
Pero ya que se cuenta, dudo que pudiera ser más de lo que ya intenta ser.
Charles
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6
25 de marzo de 2020
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quién me iba a decir a mí.
Me asomo a la venerada plaza por todos... y no veo nada especial.
Juro que me esfuerzo, y me he puesto el monóculo, a ver si no le veía la minga al emperador desnudo.

Pero nada, van pasando los minutos, y me doy cuenta de que todo lo excitante, lo peligroso, estaba en una premisa tan interesante como morosa.
Soy igual de prisionero del salón que estos gentuzos elegantes, y todo lo que veo me da la misma hambre: el hombre es un lobo para el hombre, todos apestamos bajo la colonia, en realidad tú siempre me has caído mal, bla, blá, blá...
Es un problemón, eso de contar con espacio reducido para desarrollar tu argumento, y que ninguno de los interpretes se esté dejando el cuello en el filo de lo que has escrito.

Sin más, ojalá nunca me hubiera asomado a la plaza.
Me gustaba más escuchar lo que otros me contaban de ella.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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