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Críticas de antonalva
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Críticas 487
Críticas ordenadas por utilidad
8
18 de mayo de 2013
49 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es la primera película paraguaya que he visto y la recordaré con fascinación y agradecimiento por sus vertiginosas imágenes, por la impactante coctelera arrebatadora entre el español y el guaraní que hablan sus atribulados protagonistas, por la desquiciada trama que habita su desquiciadas peripecias y por el intento de contar con convicción y pasión una sencilla historia de codicia y fascinación tecnológica (un móvil que cuesta más de un millón de guaraníes – la moneda local – y que precipita una alocada carrera contra reloj y contra toda lógica por la consecución del premio final).

Ante todo los directores y guionistas de esta desaforada cinta, Juan Carlos Maneglia y Tana Schembori, han sabido construir una vibrante amalgama de géneros (el esperpento, la película de persecución, el melodrama, el cine negro, el realismo mugriento, el romanticismo más libertino, etc.) hasta sintetizar un original largometraje que lanza guiños hacia Tarantino y los culebrones de amor y lujo, todo sazonado con briznas de pobreza desoladora y suciedad moral llena de costras y jirones. Semejante mezcla funciona a la perfección gracias a un ritmo trepidante y una obsesiva fijación por el dinero (ya sea identificado en un móvil, o en un premio en metálico o en una promesa de pago incierta).

Delirante largometraje que capta instantes frenéticos de un adolescente carretillero que trabaja en un mercado de Asunción y que se topa con la crudeza egoísta y desleal de la vida (querer lo que no tengo, rechazar lo que se tiene o intuye, mirar con ojos de deseo insuperable el dinero ajeno), aviesa colección de despropósitos, malformaciones morales y físicas, donde lo humano y la humanidad brilla por su total ausencia. El deseo de mejorar no es una aspiración que case bien con la pobreza extrema y los quiebros dramáticos nos arrojarán a las puertas del crimen y de la abyección más absoluta. Trufado de carcajadas sorprendentes y de angustia llena de suspense.

“7 cajas” es una película muy recomendable, muy entretenida y plenamente satisfactoria aunque retrate personajes ingratos y esquinados, llena de un humor electrizante y de una vitalidad contagiosa. Un descubrimiento que debe ser saboreado con agradecida humildad. Y dar gracias de que no vivamos una realidad semejante. Imprescindible para todo amante del cine.
antonalva
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7
21 de febrero de 2015
72 de 101 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los tuyos. Tu familia, tu clan, tu gente, tu pueblo, tu país, tu ficción de conveniencia. Conforme vas ensanchando el círculo la loable complicidad y empatía se vuelve una abstracción, una entelequia, una creencia, una superstición o una artimaña política. Pero cuando vives esa fábula como si fuera una realidad y te dejas embaucar por las construcciones ficticias de siglos de avalanchas emocionales ideadas para que los clanes dirigentes tengan carne de cañón barata, dócil, maleable y manipulable… entonces tienes un problema porque vivir en una idealización simplista y simplificadora es un irresoluble rompecabezas y te aboca a perder todo contacto con la realidad, borrando tus necesidades y adoptando las ajenas como propias. Doloroso y fratricida.

El problema con esta cinta es que hay espectadores que creen que es lo que no es o creen ver lo que no hay – tanto a favor como en contra. Ni es una apología, ni es una denuncia. Tan sólo es el retrato de un pobre hombre, cowboy zoquete y fracasado que vive un momento de revelación y exaltación uniéndose al ejército norteamericano y poniendo su letal capacidad cazadora al servicio de la guerra y de la protección de sus compañeros en acciones bélicas. Encontrar el sentido de la vida a veces es que te lo encuentren por ti o que te faciliten un atajo llenos de tópicos, consignas y fervor patriótico donde no hay sino una obtusa creencia en que con tu inmolación estás sirviendo a un propósito de mayor enjundia y trascendencia.

Vanidad de vanidades. Existimos mientras no nos alcance la némesis vengadora. Cuando no compartimos el nacionalismo ajeno (o el propio) y vemos el retrato de un enajenado patriotero que vive su verdad sin matices, ni filtros, ni dobleces, nos parece una apología o una simpleza, en vez de ver el retrato de nosotros mismos, pero con una escala de valores diferente, trastocada o inversa. Queremos que lo diferente sea denunciado y lo coincidente exaltado. Y si no, nos parece propaganda. Vaya simpleza, vaya ceguera, vaya gallinero de obtusos filósofos.

Estamos ante el retrato de un tarugo de pocas luces que tiene la habilidad de dar en la diana de la sinrazón devastadora del momento presente. Aquelarre de ideologías aniquiladoras y profusión de sangre. Cuando no se condena lo zafio parece un panegírico, una exaltación, una hagiografía. Pero sólo es el reflejo de un pobre hombre que cree en lo que hace y para qué lo hace y cree encontrar un sentido a su vida descarriada. En esencia es una película bélica que deviene en un trágico final (lo mejor de la cinta), superchería donde la denuncia y la exaltación van de la mano porque son las dos caras de una misma moneda. Tu antagonista eres tú mismo pero con otras prioridades pero los mismos métodos.

Intensa, algo monocorde y repetitiva, demasiado larga para tan corto viaje. Confundirá y soliviantará a los necesitados de mensajes inequívocos y reductores. Pero muestra que desde la ideología nunca llegará la paz. Es un imposible.
antonalva
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8
8 de septiembre de 2018
71 de 99 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando echamos la vista atrás, tenemos la tentación de justificar o explicar nuestra vida con interpretaciones disparatadas o quiméricas para que las piezas de nuestro íntimo o colectivo rompecabezas encajen y nos veamos como el héroe (o antihéroe) de nuestra propia película. Y nos obsesionamos con ignorar que echando la culpa a circunstancias externas o imprevistas nos exoneramos de ver, sopesar y evaluar lo que somos y de lo que hemos alcanzado (o no). Ahora se ha puesto de moda – y como toda moda resulta cómoda y superficial – de estigmatizar y convertir en el demonio salvífico y redentor de todos nuestros infortunios, equivocaciones y fracasos vitales a la reciente y lacerante crisis financiera (y de valores) padecida. Culpando a la coyuntura económica y social de nuestros descalabros, yerros y fantasías evitamos asumir nuestra responsabilidad y podemos seguir creyendo que nos hubiésemos merecido un futuro más resplandeciente. Y si no lo logramos, los culpables fueron otros.

Estamos ante una comedia agridulce sobre el fin de los sueños juveniles, sobre la dramática realidad de nuestro mediocre presente, sobre la añoranza de los paraísos perdidos y sobre la dificultad de crecer cuando se está con el eterno síndrome de Peter Pan, queriendo alcanzar nuestra ensoñación fantástica de un futuro radiante, pero desconociendo que, como ya dijo John Lennon “la vida es eso que pasa mientras hacemos otros planes”. Es decir, crecer y madurar es soltar y despedirnos del pasado y dar la bienvenida y abrazar el presente, asumiendo que nunca nada acaba siendo ni lo que deseábamos ni lo que creíamos merecer, pero que tratar de mantener a flote una quimera hundida nos aboca al descalabro seguro.

Las virtudes de esta película comienzan ya por su soberbio título. Podría también haberse llamado ‘las despedidas’ o ‘los desencantos’, pero sin lugar a duda nos emplaza a asumir la grisura del cielo encapotado y sin lustre que preside la narración claustrofóbica y dolorosa de un Berlín desolado, tan mustio como unas amistades extenuadas que quizás antaño fueron radiantes, tan ajado como unos amores marchitos que quizás en el pasado lo llenaron todo de colores, tan opaco como un presente vacío de excusas y perdones que nos enfanga en un lodazal sin porvenir. Quedarse atrapado por el pasado – por lo que pudo ser o por lo que debería de haber sido – nos condena a ser un mero simulacro de vida. Asumir los fracasos nos ayuda a crecer.

Además del excelente guion (con unos diálogos de engañosa sencillez que encubren abismos de amargura) y de la sobria dirección que ilumina los recovecos más obtusos de los personajes, cuenta con un inestimable reparto que da brillo a unos sujetos tan mediocres como anodinos, tan reales como nosotros mismos.
antonalva
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8
5 de diciembre de 2016
64 de 85 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las palabras son un arma de destrucción masiva. A veces basta una palabra para hacernos tocar la gloria, otras veces nos puede arrojar al abismo del infierno. No tener cuidado con lo que decimos – ni con cómo lo decimos – puede tener consecuencias funestas e irreparables.

Asistimos a un bacanal de los sentidos: visualmente cuidada, preciosista, donde lo que se escucha (conversaciones, música) es tan importante como lo que se ve (vestuario, decorados). Nada se escapa a la vigilante mirada del demiurgo Tom Ford, que domina el medio con olfato de maestro – siendo sólo un renombrado advenedizo – con un control absoluto de la historia que nos cuenta, con sus cadencias y aliteraciones, con sus meandros y sus diferentes texturas góticas que maneja con arrojo despiadado.

Aquí nos ofrece un relato que se desenvuelve en múltiples planos temporales y emocionales, sin por ello perder claridad e incrementando, fotograma a fotograma, los niveles de desazón y desasosiego que la cinta destila. La turbiedad vestida de Gucci, la mugre atufando a Chanel, la venganza maquillada de adoración: el crimen como una de las Bellas Artes. Confundir el envoltorio con su contenido es un mal de nuestro tiempo – la fachada lo canibaliza todo – haciéndonos olvidar que la imagen de las cosas no tiene que coincidir con su esencia o con su significado. Ver más allá de lo obvio, saber discriminar entre nuestros prejuicios y nuestros anhelos, diferenciar entre realidad y frustración nos ayudará a entender mejor los entresijos de una existencia que nunca da facilidades cuando de lo que se habla es de sentimientos.

Quizás estemos ante un thriller brutal o ante un homenaje al amor y a sus sofocantes consecuencias. O quizás es una elegía al paraíso perdido o una ofrenda a lo que pudo ser y no fue. O también podría tratarse de un rompecabezas sobre la pérdida o un laberinto sobre el desencanto o un brillante ejercicio de egolatría cultural. La ambigüedad impregna todo el metraje, pero basta con estar atentos para comprender que las apariencias pueden desvelar interrogantes ocultos que desearíamos no tener que resolver. El ajuste de cuentas puede tomar muchas máscaras – a cual más atractiva o rutilante – pero el azote de la estocada mortal no requiere más que destreza e intención, a veces incluso basta con apelar o señalar al deseo.

Pérfido catálogo de opacidades refulgentes que ofrece un prontuario de diestra manipulación de expectativas y sensualidades. Además nos muestra como la culpa puede anular el presente hasta disolverlo. Los excelentes Amy Adams y Michael Shannon están bien arropados por un atormentado Jake Gyllenhaal. Perturbadora.
antonalva
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8
13 de noviembre de 2018
50 de 57 usuarios han encontrado esta crítica útil
Atípica e impactante alegoría sobre la sociedad de nuestro tiempo, donde la bondad está ausente de las relaciones humanas, donde la utilización del más débil o indulgente se ha convertido en la forma normal de relacionarse entre los individuos de una población que sólo conoce el beneficio egoísta de cada uno como motor del comportamiento. Comienza como un relato realista y sobrecogedor, que a mitad de proyección deviene en una fábula o ensoñación sobre la conducta cainita y depredadora de unas relaciones que vienen dictadas por el lucro personal y la manipulación del entorno para conseguir una mínima ganancia temporal, por efímera que ésta sea. El aprovechamiento del prójimo se erige en ley universal inapelable que dicta su sentencia en favor de los desalmados que no muestran ninguna caridad e ignoran toda compasión.

Un pueblo acinado, atrasado y aterrado por la presencia de unos lobos de los que tan solo percibe sus aullidos aterradores. Una latifundista explotadora y desalmada que los mantiene en la pobreza e ignorancia para facilitar así su prosperidad económica. El más fuerte se aprovecha así del más necesitado. Pero también entre los aldeanos se da el mismo proceder: todos ellos utilizan a Lázaro, el tonto bondadoso y útil, a quien encomiendan todas las tareas más ingratas y esforzadas, porque nada pide y nunca se niega a satisfacer sus inagotables y abusivas demandas. El mismo comportamiento que el de su usurera señora, sin asomo de arrepentimiento ni mala conciencia, con la única excusa de que si el joven no se queja es que no hay motivo para cambiar de práctica. Un microcosmos donde la maldad parece anegada en un páramo de insensibilidad.

Pero se produce un abrupto corte en el relato. El esclavismo de la señora marquesa es desenmascarado por la policía local y los ‘esclavos’ son ‘liberados’ y devueltos al mundo real. Pasa el tiempo y nos encontramos en una gran ciudad. Lázaro ‘resucita’ y va en busca de sus compañeros perdidos, ahora que el pueblo yace abandonado y la casa señorial permanece cerrada y es saqueada por unos mezquinos ladrones. Y nos damos cuenta de que la maldad, que la inquina, que la manipulación y explotación del fuerte frente al débil parece ser el pan nuestro de cada día, que no se requiere de títulos nobiliarios para explotar al semejante, sino que basta con creernos más necesitados que los demás, que nos han hurtado algo vital para poder aprovecharnos de los otros.

Esta es la pesimista parábola que urde Alice Rohrwacher. No queda ni un resquicio para la compasión ni para la camaradería. El hombre es lobo para el hombre. Aprovecharse de los demás es la cantinela desesperanzada y sombría que se repite, perpetua.
antonalva
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