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Críticas de Néstor Juez
Críticas 879
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
9 de julio de 2021
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Emmanuel Mouret firma una de las películas más suculentas del año, un drama romántico cruzado de espíritu clásico y delicada elegancia.

Melancolía de salón
Si algo puede dar por sentado a estas alturas el espectador de cine habitual es que siempre podrá disfrutar de una amplia ración de audiovisual galo en sus mejores salas. Nos llega en todas sus vertientes, desde sus comedias a sus dramas, sus propuestas históricas y su siempre numerosa presencia en el circuito de Festivales. Debido a un 2020 de barbecho, al igual que se avecina un abordaje de títulos comerciales se va a producir una avalancha de estrenos sugerentes en el mundo del cine de autor. El filme que nos ocupa viene acompañado de la etiqueta de Cannes 2020, que valida a aquellas películas que habrían competido en esa edición del certamen galo de haberse celebrado. En España se pudo disfrutar recientemente en los Festivales de Gijón y del D’A de Barcelona, recibiendo en ambos mucho aplauso crítico. Es también para un servidor un placer analizar «Las cosas que decimos, las cosas que hacemos», el nuevo trabajo de Emmanuel Mouret. Un filme al que acudí sin muchas referencias y me produjo honda fascinación durante el visionado. Un pasional drama coral de romances y secretos de formas y esencia refrescantemente clásicas y ejecución muy refinada, un puzzle melancólico de camisa y corbata.

Narradores fragmentarios
Tenemos entre mano una narración integrada por un reducido grupo de personajes relacionados entre sí de maneras muy diversas que se irán desvelando progresivamente durante la proyección. Un laberinto de personas jóvenes y atractivas que no pueden evitar caer presa del desdichado hechizo del amor. Y mayormente, del amor no correspondido, o correspondido a destiempo. Un filme que triunfa en muchos flancos, pero en todos ellos sin hacer aspavientos. Empezando desde la puesta en escena, despreocupada de exhibicionismos pero construida con mucha intención y criterio. Realización transparente de encuadres sencillos pero elegantes y sostenidos siempre el tiempo adecuado para su eficacia dramática, en la que la cámara opta a menudo por el pausado movimiento para seguir a los personajes y recoger su cercanía y posicionamiento de uno con respecto a otros, resaltando siempre el elemento relacional, especialmente vital en esta película. Un reparto atinado, que pone especial entrega en la química y dinámicas entre ellos. Pero lo más llamativo del filme es su rasgo más literario: el uso de narradores, y en concreto de narradores múltiples. El filme discurre entre voces en off de los diferentes personajes principales, cuyas percepciones subjetivas y parciales de los sucesos nos permiten vislumbrar una perspectiva total de los sentimientos de cada uno de ellos, saltar temporalmente para descubrir sorpresas o revelar falsas impresiones y ser constantemente sorprendidos por los azarosos enredos, confusiones y desamores en los que se ven todos envueltos. Un drama romántico de identidad sobria pero juguetón y fresco en su presentación.

Lirismo musical
Nos encontramos ante un filme que acepta de pleno todas las etiquetas de cine francés de autor, tan sentimental como literario e intelectualizado que atacará directamente a los prejuicios de muchos espectadores. Una sensiblería abrazada sin complejos, en un conjunto tan preciosista que hace las veces de alegato de la escritura fascinantemente atemporal. Un filme clásico en su tono y atmósfera, deudor de un cine ya muy poco habitual. Un cine pequeño pero de marcado lirismo, tan afectado como esperanzador desde la amargura. Y ese lirismo se consigue también gracias a su constante uso de bellas melodías reconocibles de música clásica. Chopin, Schubert o Debussy se dan cita para realzar el romanticismo desgarrado y pulsional del largometraje, de una manera enfática que deleita a la par que sorprende, con una predominancia que podríamos catalogar de intrusiva. No en vano es esta libertad una de las grandes virtudes de esta notable película, que se entrega sin prejuicios a una narración apasionada y delicada llena de matices de sofisticación y medición precisa.

Un filme sencillo y también cerebral, eminentemente francés y quizás incluso trasnochado, pero un absoluto deleite cinematográfico, de emotividad y tempo embriagadores.
Néstor Juez
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5
9 de julio de 2021
37 de 73 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo que hace no tanto parecía reducirse a fantasías y caprichos onanistas de fans acérrimos se puede hacer ahora realidad en el imperio Disney gracias al poderoso caballero Don Dinero. La estrategia narrativa que están siguiendo con sus franquicias más populares es dedicar películas o series a desarrollar conflictos secundarios de alguno de sus múltiples personajes, o dar cuerpo dramático a alguna incógnita o anécdota mencionada en alguno de los previos trabajos venerados. Procedimiento propio de los fan service, pero esta vez con medios técnicos y con legitimización canónica. Una vez conquistada sin cuartel la taquilla del mundo entero con Vengadores: Endgame, los primeros pasos de la fase 4 de los Marvel Studios tanto en largometrajes como en miniseries de streaming está yendo encaminada a premiar a los aficionados poniendo el foco en personajes que hasta el momento se han limitado a actuar de segundas espadas. Y más especialmente es el caso del título que hoy nos ocupa, dedicado a un personaje al que le venían suplicando desde hace un lustro un filme en solitario: la Viuda negra de Scarlett Johansson, acompañada en esta aventura por Florence Pugh, David Harbour o Rachel Weisz. Un personaje rodeado de sombras e incógnitas que atesoraba potencial para una apasionante propuesta. Viuda negra cumple sobradamente como entretenimiento, pero se desempeña como un funcional trámite y una gran oportunidad perdida. Un thriller de espionaje de personajes y conceptos sugerentes que, sin embargo, debiera haber sido mucho mejor, en tanto escasea de pasión, intensidad y emplazamiento óptimo.

Si una clara ventaja tiene poder construir veinte películas y diez años en un mismo universo narrativo es que, si los cimientos son estables, las posibilidades narrativas que te va ofreciendo son cada vez mayores. La mayor baza que tiene a su favor el trabajo de Cate Shortland es la inquietante mitología de Natasha y las viudas negras. Los ecos en este mundo fantástico de la Guerra Fría, el proceso de reclutamiento de las niñas huérfanas hechas superespías, la temida Habitación roja…elementos perturbadores sugeridos que por fin adquieren cuerpo, o una mención más extendida, en pantalla…Teniendo en cuenta estos elementos narrativos, esta aventura alrededor del globo reminiscente en ocasiones de Misión Imposible o James Bond presenta un esqueleto argumental efectivo y con potencial trágico, en tanto Natasha se reencuentra y reconcilia con la asesina que fue para casar ese pasado con su presente en la familia vengadora. Los personajes son siempre lo más interesante de las propuestas del Universo Cinematográfico de Marvel, y vuelven a serlo aquí. Johansson cumple pero en esta ocasión cede el foco a unos secundarios mas inspirados, en especial a una carismática Yelena hecha carne gracias a una Florence Pugh que vuelve a exhibir su enorme talento. Sus dinámicas emocionales tienen encanto, y la secuencia que abre el filme es efectiva a la hora de plantear su contexto dramático. La figura del villano y el secuaz también tienen fuerza, y si bien mucho de lo planteado no tendrá recorrido sirve para dar más dimensión al personaje de Natasha. Y aquel que busque escapismo y pirotecnia estará satisfecho, pues es una película llena de acción, espectacular por acumulación de ruido y de agotamiento explosivo.

Como resultaba inevitable recordar durante el visionado, la película llega tarde. Y por llegar tarde está mal integrada, forzada a emplazarse en un momento temporal muy específico. A partir de su articulación anómala, el relato deviene circunstancial, anecdótica en su alcance dramático. El filme se ve obligado a ser dos en uno, uno de cuantiosa y necesaria exposición y el de la trama propiamente dicho. Y para comprimir todo esto, el aclarar el quienes y el dónde y también hacer algo con ellos, se ve obligado a correr. La ejecución desganada y contractual, mas forzada por aplacar a los seguidores que por provenir de la pasión o por el interés real de contar una historia poderosa, fuerza al filme al pose y a la superficialidad en muchos instantes. Es oportuna y frívola al trazar su discurso feminista, y más que rendir tributo a Natasha aprovecha la oportunidad para abrir el camino de los fichajes del mañana. Y como cabría también imaginar, los apasionados del cine de acción poco podrán saborear aquí en cuanto a sus set pieces, realizadas sin inventiva, incapaces de dejar una imagen para el recuerdo.

La rueda sigue rodando, los castings de Marvel siguen siendo tan fuertes como para levantar sus películas y como pasatiempos vistosos Viuda negra cumple como sus predecesoras. Pero su desidia reciente ya ha logrado por fin perder el favor de la crítica, y veremos si no pierden paulatinamente las del público.
Néstor Juez
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7
24 de junio de 2021
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando ya al fin la nueva normalidad se re-instaura en todos los ámbitos, la nueva actividad revitalizada de la taquilla cinematográfica se ve enriquecida por el desembarco de grandes títulos del cine de autor y del recorrido festivalero del pasado 2020. Lamentablemente, muchos grandes trabajos llegarán de golpe y, tras meses de solomillos a cuenta gotas, todo apunta a que las distribuidoras no nos van a dejar más remedio que asomarnos a sus nuevos estrenos mediante atracón, que en términos de análisis cinematográfico están siempre llamados a ser indigestos. El título que hoy nos ocupa tenía expectante a este crítico desde hace más de un año. Todo apuntaba a que Bteam Pictures la estrenaría en enero, pero la espera se ha demorado a verano. Finalmente, ya ha llegado el momento de descubrir por nosotros mismos la que ha sido una obra que ha creado división desde sus primeros pases en el pasado Festival de Berlín, donde se hizo con el Oso de Oro. Se trata de la iraní La vida de los demás, dirigida por Mohammad Rasoulof y acompañada de fuerte prestigio, aún si no convenció a múltiples sectores de la crítica. Acudí al encuentro con la obra cauto pero impaciente, y una vez reposada no puedo sino recomendar una película muy interesante, que no presenta la finura que buscaba pero que se presenta de manera poderosa. Un drama de varias caras con elementos poco refinados en su facción narrativa pero ejecutada con mucho virtuosismo técnico.

Amarga, reflexiva y desafiante, La vida de los demás no redondea la contundencia que por momentos roza, pero impacta y sugestiona con suficientes argumentos de peso.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Néstor Juez
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6
18 de junio de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta innegable que muchos subgéneros cinematográficos o rasgos tonales experimentan aceptaciones muy dispares por parte de crítica y público dependiendo del momento en que se estrenan. Allí donde en otros contextos determinadas tipologías de relato fílmico tenían aceptación, esos mismos relatos pueden encontrarse fuera de lugar en escenarios con diferentes sensibilidades u objetivos. En definitiva, el cine popular de índole romántica o incluso motivacional no suelen tener cabida en el circuito de festivales, anegados como están desde hace años en unos códigos en los que impera más cierto nihilismo, crueldad o solemnidad. Y, además, los criterios de programación habituales hacen imposible no asociar ciertas nacionalidades al drama social. Por todos estos motivos, la llegada a la cartelera de una comedia romántica palestina de aceptación festivalera supone una noticia extremadamente saludable: se trata de Gaza Mon amour, dirigida por Ahmad Abou Nasser y Mohammed Abou Nasser, con la talentosa Hiam Abbass en el reparto y presentada en la sección Venice Days del festival y proyectada a su vez durante la SEMINCI el pasado octubre. Un claro ejemplo de filme desafío para el crítico, al que un servidor se dirigió sin saber bien que esperar. Y aún con sus flaquezas nos encontramos ante un título interesante, diferente y, sobre todo, muy coherente, capaz de trazar una atmósfera propia. Un relato calmado y cotidiano que consigue sin aspavientos la destreza de integrar con plena armonía lo extraordinario que permanentemente penetra en la diégesis.

Asistimos a la existencia durante varios días de un pequeño grupo de personajes. Un hombre y una mujer de rutinas laborales humildes en un entorno rodeado de una permanente sensación de peligro y vulnerabilidad. Pese a ello, el filme se presenta desde el inicio en un tono animado, no exento de amargura, pero nunca derrotista y sin atisbo alguno de sensacionalismo tremendista. Una narración calmada que sin estruendos nunca abandona un refrescante y somero toque cómico. La música puntúa el aspecto vitalista, jovial y extravagante de la narración, y el diálogo de personajes contrarresta la astracanada con un naturalismo nada recargado. Filme elegante, sin prisa, pero sin pausa, en la que lo extraordinario emerge por los poros de la realidad para, sin embargo, ser asumido con el asombro justo. Y el discurso sociopolítico que acompaña a las películas de estas coordenadas geográficas hace también acto de presencia, pero de una fina manera subliminal. Gaza mon amour es una película que, considerando el conjunto de factores que la componen, es todo un rara avis. Y tan sólo con esto es suficiente para, cuando menos, contar con el beneplácito o la indolencia de este crítico. Es por ello una lástima el olvido mediático al que ha sido destinada esta producción. En estos tiempos de ruido, híper estimulación y frenesí, títulos tan serenos como este caen fácilmente en la incomprensión o infravaloración. Es un filme con dificultad para la lectura, a la que es probable que este crítico no la haya hecho justicia.

Nos encontramos ante un filme con personalidad y discurso, pero al que le falta también potencia expresiva. Es un trabajo tan fácil de valorar como difícil de recordar. Múltiples elementos de interés, pero ninguno de naturaleza poderosa. La implicación emocional con lo que sucede, en tanto el filme no se entrega plenamente a ninguna de las subtramas, es reducida. En su apuesta por alejarse de cualquier efectismo o solemnidad, el filme termina resultando demasiado ligero. Y sin duda cabe reprochar a los hermanos Nasser el leve papel que le ceden a Hiam Abbass, en lo que podríamos catalogar como un desperdicio de una de las actrices más talentosas de nuestro tiempo. Los elementos están ahí, pero ninguno de ellos se manifiesta en su máximo potencial. De pura contención, quedar hambriento.

Dado lo compactada que está la cartelera y la breve permanencia en salas de tantos títulos, es difícil instar a los lectores a apresurarse para descubrir el presente largometraje. Pero los elementos que ofrece para la reflexión son suficientes para que los valientes no se arrepientan de haberlo hecho.
Néstor Juez
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6
17 de junio de 2021
1 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las señales son inequívocas: la vida de las salas de cine vuelven a un estado que se asemeja cada vez más a la normalidad en que se encontraban antes de la pandemia. Las cifras crecen de manera exponencial y los títulos de reclamo comercial desembarcan con convicción alentados ante un factible escenario de verano provechoso. Ante estas previsiones optimistas, por fin llega el momento de descubrir los grandes títulos llamados a reencontrar al gran público con las salas, y de que se estrenen por fin aquellos títulos de relieve que han permanecido muchos meses en nevera. Trabajos que han preferido aguardar, convencidos de su potente reclamo comercial. Hoy venimos a diseccionar uno de ellos, un musical que hubiera jugado un rol predominante en los pasados Premios Óscar: En un barrio de Nueva York, adaptación al cine del musical de Broadway de Lin-Manuel Miranda In the heights. Trabajo del que se venían diciendo grandes cosas y que, a horas de su estreno, acumula entre los medios un aplauso unísono que contribuye a la elevada expectación creada. Tras días de reposo y reflexión analítica, no creo ni mucho menos que nos hallemos ante una gran película, pero sí ante un largometraje de claro interés. Un ejercicio de suma eficiencia técnica y resultados virtuosos en términos de musical, pero con un relato lastrado de esquematismos y vicios melifluos.

Desde los primeros compases del filme sorprende y fascina su medido pero cuantioso torrente de energía, su poderoso espíritu lúdico que acompaña al espectador durante la totalidad del metraje. Y ante todo, un sorprendente sentido del ritmo, que transpira desde un inicio portentoso en el que de la urbe emanan todo tipo de músicas a través de sonidos cotidianos. Un trabajo vitalista y motivacional, que hace las veces de homenaje a la comunidad latinoamericana de Nueva York y reivindica con convicción el concepto de encontrar la propia esencia, dar respuesta al propio relato y encontrar el lugar en el mundo que te ofrezca el sentimiento de pertenencia. Orbitando alrededor de estos coordenadas, Jon M. Chu se exhibe detrás de la cámara. Una realización dinámica y elegante de tomas aéreas, planos generales y seguimientos cercanos, en la que las angulaciones de grúa permiten apreciar en toda su dimensión los extensos grupos de bailarines sincronizados sobre amplias porciones de espacio. El filme sienta cátedra en coreografías urbanas y secuencias de integración de narración con Hip-Hop de larga duración con muchos integrantes. El espectador abandonará la sala con un puñado de números para el recuerdo, la mayoría ubicados durante la primera hora del metraje. Es innegable que la pericia de su ejecución y la sofisticación de su aparato audiovisual son motivos suficientes para acudir a la sala de cine. Y en términos sociales es innegable que hablamos de una cinta importante en lo que a representación de etnias y minorías se refiere, por lo que los adalides de la corrección política tendrán mayor motivo de regocijo. Resulta inevitable que sea cínico, pero sería iluso negar que hablamos de un trabajo muy eficaz e indicado para ver en familia o con amigos o pareja, especialmente conveniente para estos tiempos estivales (no en vano, el calor es un tema recurrente del argumento).

Cómo resulta inevitable en todo producto dirigido a un público mayoritario, el filme no puede evitar tomarse en serio a si mismo, ignorar la autoconsciencia y prohibirse abrazar plenamente el riesgo. Tiene aspiraciones dramáticas, y es ahí donde más obvio se muestra. En su faceta más emocional es cuando el no sabe esconder su faceta más corporativa y formulaica, su determinación más impersonal. Vuelven, de nuevo, los tonos blandos, melifluos y maniqueos que tan bien reciben grandes sectores de la audiencia y que tanto contrarian al crítico que escribe estas líneas. El esqueleto dramático es simple y predecible, y los consabidos momentos de confrontación, cambios o conflictos se ejecutan con la desidia propia de los estereotipos argumentales ya vistos miles de veces y despojados de toda naturalidad, así como de frescura genuina. Es por esto que el filme va de más a menos en un metraje que sin duda podría haber sido reducido. Allí donde la propuesta brilla cada vez que entra la música, pierde su encanto fílmico cada vez que se entromete un diálogo o una escena dramática que avance la trama.

Nos encontramos ante el título estival perfecto, que nos invita a desconectar, disfrutar de los cuerpos al son del compás y a ser deslumbrados por el oficio de sus responsables. Pero no se lleven a engaño, tampoco se encontrarán en salas el musical definitivo que les cambiará la vida.
Néstor Juez
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