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España España · Huelva
Críticas de Raven
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Críticas 12
Críticas ordenadas por utilidad
6
8 de mayo de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el seno de una familia destartalada y anacrónica aparece de la nada, de entre los bosques, Ana, una joven institutriz de origen inglés. De moral pacata, tímida y recogida, Ana habrá de hacerse fuerte entre los hermanos que habitan un caserón donde el mal germina inexorable.

La dupla Saura-Azcona nos ofrece aquí un interesante planteamiento que gira en torno a tres ejes epicúreos: la violencia, el sexo y la religión, representadas en el carácter de José, Juan y Fernando. No obstante, el intento de Saura queda lejos de trascender las rugosidades del tema que plantea, que por momentos genera estrechos vínculos con Ordet (Dreyer, 1955), con la que comparte no sólo el triunvirato protagonista sino las afecciones teológicas del personaje de Fernán Gómez, que dialoga abiertamente con Johannes, su homólogo en el film danés. Esto es así hasta el punto de encontrar pasajes de idéntico parecido, por lo ilusorio y divino del asunto (la levitación en una, la resurrección en otra).

Esto no es óbice para encontrar también ciertas divergencias: en la película de Saura se nos sustrae la posibilidad de la salvación, de la esperanza, a pesar de los intentos de purificación (la cremación, la cueva pintada de blanco). Aquí, el anacoreta deviene en réprobo a conveniencia.
Sin embargo, no vamos a restarle mérito a algunos logros de la cinta como son el tratamiento de tan espinoso tema en una España tardofranquista o el mantenimiento a lo largo del metraje de una tensión dramática suficiente que, aun rozando el histrión, goza del saber hacer de uno de los directores más respetados del panorama español.
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Raven
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7
8 de mayo de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pudiera resultar vacuo, incluso pueril, un comienzo tan marcado por los estereotipos como el de C.R.A.Z.Y. a la hora de retratar la homosexualidad: un chico nacido en los años 60 en el núcleo de una familia conservadora y ultrarreligiosa se siente el patito feo, la oveja negra de cinco hermanos a cual más viril (el jugador de hockey, el motero lleno de tatuajes), condición ésta de “diferente” que se refleja hasta en su físico (el mechón de pelo rubio). No obstante, se abre un discurso que conjuga con sabiduría el farragoso proceso de crecimiento de este púber hasta su adultez con las consecuentes crisis de identidad y el descubrimiento de la sexualidad, además de una problemática familiar que convierte al mayor de sus hermanos en un drogadicto sin remedio atado a la figura patriarcal y autoritaria del padre.
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Raven
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4
8 de mayo de 2020
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Poco más de una hora le basta a Raúl Ruiz para exponer su singular hipótesis sobre una falacia con envoltorio de verosimilitud acerca de una supuesta obra de un pintor inexistente en la Francia del siglo XIX.
La puesta en escena sustenta la originalidad del film, que se cimenta a través de las declaraciones de dos narradores que dialogan sin verse y anteponen sus teorías. El plúmbeo e inextricable discurso cinematográfico hace que incluso uno de ellos caiga en un ligero duermevela que reafirma, de manera autoconsciente, que las arenas a las que nos arrastra la película son ciertamente movedizas, sirviendo de aldabonazo al espectador para que salga, si puede, de ellas.

El único asidero al que aferrarse se encuentra entonces en una cierta reflexión sobre los límites de la interpretación de una obra dada, tema que se aborda con sutileza y eficacia, poniendo en cuestionamiento las verdades y secretos que se esconden detrás de cada autor, sus significados y significantes, sus fuentes de inspiración y referencias, que generalmente apuntan a otras obras o a otros autores. La "dialéctica de las artes", si es que así pudiéramos llamarlo, subyace aquí como epicentro de un planteamiento cuya complejidad juega en menoscabo de su interés, que se diluye entre prolijas alocuciones y ucronías de escaso valor.

La propia configuración de la narración nos escamotea la posibilidad de disfrutar una obra pictórica en su hábitat natural para trasladarla a un espacio indefinido donde en ningún momento se siente cómoda, donde no se reconocen sus virtudes o intenciones. Profetizar de esta manera sobre materiales tan nobles como inermes minora los conceptos de belleza y plenitud. La experiencia de la contemplación parece ser excluyente e incompatible entre ambas manifestaciones de lo artístico.
Raven
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7
8 de mayo de 2020
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Parece que la idea de un futuro desolador, con un planeta devastado y yermo está cobrando fuerza en el panorama cinematográfico actual. Recientemente lo hemos visto en la mediocre El libro de Eli (A.&A. Hughes, 2010), la interesante La carretera (John Hillcoat, 2009) o la encantadora Wall-E (Andrew Stanton, 2008).

Ahora nos llega esta Moon, del debutante Duncan Jones, con guión original propio y con un Sam Rockwell en estado de gracia. Sam es también el nombre de nuestro protagonista, un llanero solitario en la Luna cuya misión es recolectar helio-3, el carburante limpio que la humanidad necesita. En su período de estancia de tres años, Sam trabaja junto a un simpático robot llamado Gerty cuya única apariencia "humana" es un emoticono o smiley estilo Messenger que cambia de forma según el estado de ánimo del propio robot.
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Raven
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4
8 de mayo de 2020
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Nada bueno parece presagiar que una película polaca-luxemburguesa rodada en Alemania la dirija un venezolano de escasa experiencia. Nuestros temores se ven confirmados en los primeros cinco minutos en los que asistimos al ridículo paripé de una especie de cásting de charcuteros (¡!) que, contra todo pronóstico, nos recuerda a las airadas peroratas del sargento Hartmann al recluta patoso de La chaqueta metálica. Cómo una película que empieza así deviene luego en un trágico drama sobre la trata de blancas es una cuestión que sólo Franco de Peña sabrá responder.

Al parecer, una chica que vive sola con su abuela en Polonia se enamora locamente de un chico que le propone viajar por Europa en busca de trabajo. A partir de ese momento, sólo cabe esperar mientras nos imaginamos qué clase de problema surgirá de esa relación que olía a chamusquina desde el principio. En esta ocasión, como ya hemos avanzado, la chica es vendida y sometida a la prostitución por unos malos malísimos (esperpéntica y maniquea caracterización de los mismos, con un cabecilla atrezado con un pañuelo rojo al cuello indudablemente siniestro y un matón repeinado con cara de pocos amigos) cuyo único interés radica en ver a un Arno Frisch (Funny Games) crecidito que se moverá entre el bien y el mal como último hálito de esperanza para nuestra sufrida Mariola que camina –cómo no- al borde del suicidio.

Con aspecto de telefilme y carne de festivales de segunda clase, Your name is Justine redobla sus esfuerzos por captar la atención del espectador con la segunda vuelta de tuerca que remarca aún más las costuras de una película enteca y autocomplaciente, pues por más que trate de un tema delicado y doloroso; por más que trate de hacérnoslo ver con imágenes repulsivas y denigrantes, una fotografía decolorada y mucho grito, el planteamiento no supera el hecho de reflejar un caso aislado, presentado para digerir y olvidar, en vez de denunciar un problema real, extendido y de facto de las sociedades europeas modernas.
Raven
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