Excelente recreación fantástico-prehistórica de Jean-Jacques Annaud, maestro de la estética y la expresión plástica hasta extremos casi obsesivos. Un grupo de guerreros de una tribu de cavernícolas (Everett McGill, Ron Perlman y Nameer El-Kadi) reciben el encargo de recuperar el fuego perdido, pues aún desconocen cómo generarlo por sí mismos, debiendo recurrir a un ascua celosamente guardada y alimentada para encender las hogueras que les calientan y protegen. Como ya sucediera en otros filmes similares mucho más fantasiosos (los de la Hammer, por ejemplo), los hombres usan una mezcla de lenguaje facial, gestual y oral (éste último muy poco elaborado), para comunicarse. Este protolenguaje, sin embargo, no es obstáculo para seguir la acción en todo momento, y éste es uno de los grandes méritos de la película. Puestos a suponer, podría tratarse de neanderthales (aunque este detalle es más bien irrelevante) que aún conviven con otros hombres más primitivos y antropomorfos, tigres de dientes de sable y mamuts.

La búsqueda del fuego les lleva a afrontar grandes peligros en un entorno tan hermoso como hostil, donde los peores enemigos son casi siempre otros seres humanos, caníbales incluidos. El trío protagonista habrá de resolver situaciones complicadas a base de arrojo e ingenio, y contarán para ello con la inesperada ayuda de una jovencita (Rae Dawn Chong) de otra tribu, meridional y más evolucionada en expresión, armas, ritos... y sexualidad, frente a los cuales, McGill y sus compañeros aparecen tal cual son en realidad: toscos, brutos y elementales.

La estupenda fotografía, la banda sonora, la más que convincente caracterización de los personajes (aunque con Perlman, auténtico actor fetiche de Annaud, quizá no tuvieron que esforzarse tanto) y su sólida interpretación, así como el manejo de las situaciones en las que se alterna alta tensión con momentos más o menos cómicos (spoiler), constituyen valores seguros para esta película. Se echan de menos unas fieras mejor logradas (mucho más factible con los medios técnicos actuales), pero esto puede y debe perdonarse.

Por lo tanto, se trata de una película entretenida, de gran impacto visual y a ratos cautivadora, que no escatima momentos puntuales muy emotivos, por una razón u otra. Ahora bien, cuando Annaud se recrea en los paisajes y ralentiza la acción (algo que también repetiría en "El oso"), puede llegar a impacientar un poco. Otro pecadillo menor en relación a las muchas virtudes de la película.

Pocas veces se habrá contemplado en la pantalla una demostración tan rotunda y convincente de talento interpretativo por parte de un trío protagonista (O. de Havilland, R. Richardson y M. Clift) en una historia fascinante, repleta de matices, cautivadora y estremecedora sobre pasiones y comportamientos humanos. Algunos crudamente contrapuestos (el amor dado y no correspondido). Otros, desgarradores: el crudo y amargo tránsito de la cándida inocencia (representada por los bordados) a una madurez fría y dura, la paternidad bienintencionada, pero retorcida y pervertida por el recuerdo y la comparación entre la madre que ya no está y la hija que ha quedado en su lugar, y el evidente oportunismo disfrazado de encanto y dulces palabras de amor.

Olivia de Havilland alcanza en esta obra una de las dos cúspides de su carrera (la otra, claro, "Lo que el viento se llevó"), y sus duelos a diálogo limpio frente a sus compañeros de reparto son sencillamente inolvidables. Mágica dirección de fotografía, con especial mención para los planos picados de la escalera de la casa, a la luz de las velas, acompañados por la magistral banda sonora. Y no podemos olvidar, claro está, a una Miriam Hopkins de lujo en el papel de tía celestina, tan cargada de ingenua ñoñez romántica como para no ver (o no querer ver) lo que en verdad se esconde tras la amable fachada del seductor Morris Townsend.

Altamente recomendable para cualquier amante del buen cine con mayúsculas. Y un ejemplo perfecto sobre cómo hacer una magnífica película a partir de una historieta de novela rosa.

El esquema no es demasiado innovador, y ha sido continuamente repetido a lo largo de la historia del celuloide: un hombre modelo (honesto, fuerte y guapo) se ve forzado a cometer un delito por amor a una "Femme fatale" que no le merece. No se pueden aplicar ciertos adjetivos a la historia sin caer en el riesgo de que el lector intuya el final, así que no lo haré aquí. En el lado bueno: las interpretaciones de todo el elenco, empezando por Lancaster y (sobre todo) la sensual Yvonne de Carlo, más tarde famosa por sus trabajos en cintas de aventuras, westerns, la superproducción "Los Diez Mandamientos" y, muy especialmente, por Lily en la famosa serie de televisión "Los Munsters". Buen trabajo también de los secundarios, como sucedía casi invariablemente en las películas de entonces. Excelentes, asimismo, son la fotografía y el manejo de la iluminación. Puntos en contra: el desenlace, anunciado casi a gritos, los huecos y las oportunidades perdidas que brindan algunos personajes claramente desaprovechados o insuficientemente explorados (el amigo detective o la mujer de la barra del bar, por ejemplo), y el mensaje subyacente (no por ello menos evidente, dicho sea de paso), que décadas más tarde será explotado hasta la saciedad, aunque con ligeras variaciones, por directores como Adrian Lyne o Lawrence Kasdan.

Con esta obra del oscarizado Robert Wise, Star Trek dio el gran salto a la inmortalidad, mucho más allá de una serie televisiva de bajo presupuesto orientada a un público infantil, para convertirse en un fenómeno que aún hoy moviliza a una legión de fans ávidos de aventuras espaciales, aún por concluir. Es decir, con esta película, Star Trek fue donde nadie había estado antes. El primer requisito: reunir al equipo original de actores, desde Will Shatner a Majel Barrett, esposa del creador de la serie (Gene Roddenberry). Stephen Collins y Persis Khambatta completaron el reparto, en el que también participa brevemente Mark Lenard (recordado por su papel de Sarek, embajador de Vulcano y padre de un servidor) como comandante klingon.

La película se aparta de la línea televisiva, cuyo motivo era la exploración del espacio y el descubrimiento de nuevos mundos, incluyendo abundante metraje en exteriores. La acción transcurre casi por completo dentro de naves espaciales, creando un ambiente totalmente distinto y a veces claustrofóbico. Esto, junto con el tempo cadencioso de la historia, decepcionó a muchos fans de la serie. Y es verdad: esta Star Trek no es una película de acción pura, sino más bien un thriller espacial, de cuya resolución depende el destino de la Tierra. La tripulación del Enterprise se enfrenta a una amenaza casi imposible de detener, una nave gigantesca que se dirige a la Tierra y que engulle o destruye a quienes osan enfrentársele. El descubrimiento progresivo de la lógica y los motivos de la nave alienígena (V'Ger) enriquecen el argumento.

El diseño de vestuario es mejorable (tanto que nunca más se supo de los uniformes de esta entrega). El más que correcto trabajo de los actores es básico para entender la genuina personalidad de la saga. El trío Shatner-Nimoy-Kelley brilla en esta entrega quizás como nunca. Mención aparte para la excelsa banda sonora de Jerry Goldsmith, felizmente reeditada hace años. A destacar el tema principal, el ataque de los klingon y la fantástica pieza que adorna la exploración de las enormes entrañas de V'Ger. Los efectos especiales son excelentes, sin lograr la maravilla visual de Star Wars.

Surgirían, inevitablemente, comparaciones entre Star Wars y Star Trek, de las que esta última no saldría bien parada, injustamente. Star Wars es una aventura de acción clásica, adornada con grandes efectos especiales, que puede trasplantarse sin problema a otro contexto no galáctico (por ejemplo, el Far West). Sin embargo, Star Trek propone afrontar retos y peligros en el hostil e ignoto espacio exterior. No existe Star Trek sin el espacio, sin la última frontera. No se pueden, ni deben, comparar ambas sagas. Cada una es única, a su modo. Ahora bien: la dimensión social del fenómeno trekkie, que se inició aquí, supera con mucho a la de Star Wars, más reconocida como un gran espectáculo. Dicho en Borg: las comparaciones son fútiles.

No entiendo ni entenderé jamás las críticas ácidas vertidas contra esta película, siendo como es, en mi opinión, un filme que ni descuida las formas ni el contenido. Y no sólo eso: te engancha, tiene ritmo, es trepidante. maravillosa...

Expliquémonos. Desde los primeros compases, salta a la vista que lo que cuenta el director no va en serio. Es tan, tan, tan obvio como una locomotora en una estación de tren. No se discute, es elemental. Pues bien, una vez que se acepta que la clave de la película no es (ni puede ser) literal (lo-que-ves-es-lo-que-hay), se debe observar bajo el prisma de la parodia. Y ésta es SALVAJE y sin concesiones, lo que convierte a la cinta en un grandioso alegato antibelicista y antifascista, hecho a la medida de unos protagonistas mediocres, magistralmente dirigido, aunque no exento de contradicciones (una de las más obvias: ¿de qué se alimentan los "bichos" si viven en planetas desiertos? O bien, ¿conocen ustedes a algún argentino/a con nombres tan estrafalarios como John Rico o Dizzy Flores?). A destacar el papel de los secundarios, especialmente de Clancy Brown, a quien los papeles de "duro" (Véanse "Los Inmortales" o "Cadena Perpetua") le van como anillo al dedo. Los gags de humor más o menos inteligente son tantos y tan frecuentes que pueden pasar inadvertidos para el espectador poco ducho. Si no, ahí van más botones de muestra: Ginebra, ciudad de encuentros diplomáticos y emblema de la neutral Suiza se convierte por arte de birlibirloque en capital militar del planeta. ¿Y qué decir del emblema de la "Federación"? Un ridículo aguilucho que parece obra de un colegial. Por no hablar de la madre histérica que aplaude a rabiar cuando sus hijos aplastan insectos, el "castigo administrativo" de diez latigazos, el cámara que filma sin parar mientras destrozan al "espíquer", etc. Y como éstos, a miles. Tan sólo sentarse a descubrirlos es un ejercicio que hace de esta película algo que merece la pena.

En resumen: una crítica muy inteligente, una parodia descarnada y despiadada, una bofetada al militarismo imperialista (sobre todo norteamericano, ya que los protagonistas, a pesar de ser latinos, en teoría, están clarísimamente americanizados), al fascismo (que en este caso, curiosamente, tiene la originalidad de no ser sexista ni racista), con efectos especiales más que sobresalientes, una banda sonora sin grandes alardes pero adecuada al filme, unos actores tan cutres que encajan de maravilla en la historia, acción a raudales, emoción, humor, alguna pizca de sexo... De verdad, ¿se puede pedir más?

A veces siento lástima por Verhoeven. ¿Cómo se puede ser tan incomprendido? Y aviso a los críticos: ¿cómo se puede ser tan llano y falto de sutileza para juzgar una obra como ésta?

Una pieza imprescindible para los amantes de la ciencia-ficción. Cuantas más veces la veo, más y más me encanta.