Fue muy fácil para mi. La melodía infernal del ''You can't always get what you want'' sonando tras la felación de una monja angelical, en la casa y a los ojos de nuestro cristo redentor.

En efecto, Hank era dios, el dios que habita en mi existencial mente.

Nostálgico del mundo underground neoyorkino de su juventud, ahora subsiste en la bacanal de Los Ángeles, jodiendo a todo aquel que se opone a sus principios y jodiendo a toda aquella que se opone a su ''principio''. Las señoritas bailan a su son porque es un superclase, es el jodido Roberto Baggio de la seducción. Una especie en peligro de extinción, símbolo del realismo sucio de Bukowski, incapaz de cumplir las normas de una sociedad sumida en la aceptación de lo común, Hank hace y deshace lo que le sale de los mismísimos peludos. Su piel supura aflicción y vicios, su cabeza frustración con altas dosis de una intelectual e incluso elegante arrogancia y el resto de miembros de su cuerpo derrochan pura lujuria. Hasta aquí la hostia en verso, estaríamos todos de acuerdo.

Pero Hank es un fiel idealista, enamorado del concepto por encima del objeto y en un intento constante por reconquistar al que fue su amor, es capaz de cualquier cosa. De repente aparece en pantalla una cabeza formada por un nardo y dos huevos azules resaltones, su nombre es Karen Van Der Beek y es el romance espiritual de Hank. Karen representa la típica dama ejemplar: inteligente, responsable, macizorra y guay, hasta ahí lógico. El problema empieza cuando a medida que pasan los capítulos descubro que es un repelente histrión. Sus miradas impasibles, sus poses descafeinadas y su careto apático hacen que el mito de Hank baje al retablo de lo ordinario y su credibilidad pierda al luchar por ese vulgar petardo.

PS: - :Natascha McElhone, apestas a muermo.

Ante la gravitación del arquetipo en cuya base tiene la obra me inclino por el visionado de tal film; años 60, rock, drogas, paz, amor, juerga, alegría…a priori.

Tras un arranque un tanto inapetente, pero que te sitúa en el contexto y concepto del que se supone que Ang Lee quiere partir, parece que ha llegado el momento de lo bueno: el festival.

¿Concierto? Nada más allá de la realidad, un sinfín de escenas insustanciales, sin sentido y dirigidas con exagerada nimiedad y sin gracia que parecen grabadas para rellenar el metraje.

¿Música? Excluyendo escasos temas que deambulan de fondo durante el transcurso de alguna situación de la trama, la música es un factor exiguo en la obra.

¿Diversión? Escenas escrupulosamente quisquillosas, que eluden del icono auténtico del título; como el buen rollo, la felicidad o los viajes a la psicodelia, que están tocados de manera sumamente insípida.

Definitivamente una minúscula visión de lo grandioso que aconteció en Brethen aquel agosto del 69. Let’s rock!

Scorsese entrando en las oficinas de la Paramount:

- Hombre Martin!, qué hay?
- Nada nuevo, simplemente quería hacer un poco de pasta.
- Eso es bueno, qué nos traes?
- Me han pasado un par de videos retro sobre Bob Dylan.
- Interesante, bájate un par de fotos del google, contrata los servicios del viejo Bob para que cuente cuatro historietas y después sacamos el porcentaje de beneficios.

Eso es todo,el documental se reduce a un par de entrevistas con individuos que han convivido o seguido la trayectoria de Dylan, más la recolecta de fotos y videos sonoros sobre sus inicios, cual copy-past.

Scorsese muestra al mundo su buen gusto musical y de paso se enfunda un puñado de dólares.

Fin del documental.

Nos encontramos ante el típico gag de otrora, con sus sencillas gracias y facilones golpes de humor: tropiezos y porrazos bobos o descabellados, la sumisión del marido ante la mujer y algún que otro destello de ingenio teatral.

Su juego con la época y la creación de dos personajes, “El gordo y el flaco”, cuando menos peculiares; un “gordo” zopenco y parlanchín más un “flaco” llorica, sandio y ocurrente, da como resultado la invención desde la nada de una ristra de atrayentes secuencias que logran distraer al presente.

Con la osadía más descollante que servidor ha presenciado en una pantalla, teniendo en cuenta que nos encontramos 47 años atrás en el tiempo, nuestro amigo Luís, le mete tal oblea de puro pan ácimo a la jeta de todo el Cristianismo nacional-universal, que todavía deben retumbar las cristaleras del Vaticano.

Buñuel parodia de una forma tétrica y excelsa la moralidad de cualquier dogma religioso teísta que exista bajo la faz de este planeta. Realiza una crítica despiadada sobre una conciencia que mediante lobotomía alegórica, se nos ha sido incrustada en lo más profundo de nuestra psique, incluso nuestra alma, a través del miedo y la coerción durante 2012 años, para hablar con exactitud.

Buñuel nos demuestra, con vaso doble de sardonia, la cantidad de imbecilidades que reza nuestra fe, sobre ídolos y milagros, sobre actos anti-naturales, sobre la irracionalidad de un leviatán, sobre la introversión del hedonismo personal o sobre comportamientos que buscan la involución de una espécie superior.

En definitiva, Buñuel nietzschea que da gusto.