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Críticas de hthorpintado
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Críticas 9
Críticas ordenadas por utilidad
9
15 de abril de 2014
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
A la hora de hablar de “El secreto del libro de Kells” debemos tener claro que nos encontramos más ante un producto artístico que ante una película de animación propiamente dicha. Es un cuento que de forma ficticia narra la creación del Libro de Kells, uno de los manuscritos cristianos más antiguos y bellos que han podido llegar hasta nuestros días. Ambientada en la Edad Media, la trama nos sitúa en la pequeña abadía irlandesa de Kells que se encuentra amenazada ante un inminente ataque vikingo. Brendan es un joven con un gran talento para el dibujo que instruido por un viejo monje, asumirá la difícil y noble tarea de concluir el manuscrito de Kells.

Insisto, no creo que el entretenimiento sea el principal objetivo que persigue “El secreto del libro de Kells”. Eso no quiere decir que la historia se haya descuidado. Todo lo contrario. Es incuestionable el cuidado y el cariño con que se ha tratado un cuento que, a pesar de su sencillez, destaca por la gracia y la amenidad con la que es narrado, pudiéndose convertir en una verdadera delicia para todos aquellos que estén dispuestos a dejarse llevar. De la misma manera, los personajes que la pueblan destacan por su carácter agradable, con unas personalidades (el rigor del Abad, la amabilidad del viejo Aidan, o la curiosidad de Brendan) que quedan reforzadas por el dibujo que los caracteriza y por sus movimientos.

Dos son los escenarios (aislados el uno del otro) en los que se desarrolla “El secreto de Kells”. Uno es la abadía, símbolo del orden, de la racionalidad y del conocimiento. El otro es el bosque, un lugar misterioso y peligroso envuelto en las brumas y la mística. Un bosque poblado por monstruos, deidades y otros seres legendarios. La mitología celta/precristiana irlandesa tiene un peso destacado a la hora de conformar este espacio natural. En su camino para alcanzar la excelencia como escriba, Brendan deberá introducirse en este extraño ambiente donde trabará amistad con una ágil Aisling (una especie de espíritu del bosque) y donde deberá hacer frente al temible dios Cromm Cruach.

Pero más allá de este precioso cuento, lo verdaderamente remarcable de “El secreto de Kells” es su estética: un admirable trabajo artesanal de formas y colores que otorgan a la película una personalidad propia. Un trabajo de líneas y curvas que se entrecruzan en complejos dibujos que hablan por sí mismos y que hacen de “El secreto de Kells” una obra para ser recordada por su delicada belleza. La simetría de los escenarios, las formas geométricas, las espirales y los fractales sirven para reforzar el halo de fantasía que envuelve a la historia, convirtiéndose la obra de Moore y Twomey en un espectáculo visual y en una obra artística digna del manuscrito en el que se inspira.

Como es evidente, la música celta no podía faltar en este hermoso homenaje a la cultura irlandesa que es “El secreto del libro de Kells”. El grupo de folk Kíla junto con el compositor francés Bruno Coulais (que también colaboraría este mismo año en la banda sonora de “Los mundos de Coraline” (Henry Selick, 2009)), fueron los encargados de crear una partitura que, sutilmente omnipresente en toda la cinta, acompaña y refuerza el carácter artístico de las diferentes partes, convirtiendo a la película ya no una apabullante obra visual, sino también auditiva.

Digna pieza de museo, estamos ante uno de los ejemplos más maravillosos de lo que se puede lograr a través del dibujo y la animación. Un arte único a la hora crear formas y mundos imaginarios, de manipular las reglas que rigen la realidad y de hacernos soñar despiertos. Solo muy de vez en cuando surgen pequeños milagros como “El secreto del libro de Kells” capaces de aprovechar todas las posibilidades que este tipo de cine ofrece. Una joyita.

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hthorpintado
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6
2 de enero de 2018
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como bien apunta el título, lo que te vas a encontrar en "USS Callister" no es otra cosa que una libre adaptación a la pequeña pantalla del breve relato "No tengo boca y quiero gritar" de Harlan Ellison (premiado con el premio Hugo del año 1968). Esto, y que sea la serie "Black Mirror" la encargada de adaptarlo, debería ser motivo de recreo y jolgorio. Por desgracia, el capítulo, que arranca y se desarrolla de forma extraordinaria, concluye de la forma más ñoña posible... algo atípico para una serie acostumbrada a finales amargos y reflexivos. No alcanzo a comprender el porqué de esta bajada de pantalones, porque con un poco de mala leche "USS Callister" podría haberse convertido en historia de la televisión.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
hthorpintado
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El ilusionista
Francia2010
7,3
10.859
Animación
8
24 de abril de 2014
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“El Ilusionista” narra la historia de un viejo artista (Tatischeff) que viaja de ciudad en ciudad intentando ganarse la vida con un vetusto espectáculo de magia. Es el vivo recuerdo de una serie de personajes extraordinarios (magos, malabaristas y ventrílocuos) que el tiempo y la modernización de la sociedad han condenado al olvido y a la miseria. El mundo ha cambiado y solo los borrachos, los nostálgicos y los ingenuos parecen mostrar algo de interés. Tras una actuación en Escocia, el mago empezará a ser acompañado por una joven muchacha (Alice) que, fascinada por los trucos de este, empezará a creer inocentemente que la magia puede hacer realidad todos sus deseos.

Entre Tatischeff y Alice se creará una relación paternofilial que, aunque deseada, terminará siendo perjudicial para ambos. Podemos ver como en varios momentos de la película, el mago mira con tristeza una vieja foto en la que – suponemos- está retratada su hija pequeña. Tatischeff se recrimina el no poder estar junto a su vástago y Alice se convierte en una especie de vía de escape para su culpabilidad. Pero no solo eso, sino que además, tras mucho tiempo, volverá a experimentar la satisfacción de poder fascinar a alguien con sus trucos de magia. De esta manera, Alice vivirá así en un irreal mundo color de rosa que no es sino una ilusión. Mas la magia se romperá. El poderoso final de “El Ilusionista” significará el fin de la infancia de Alice y la resignación de Tatischeff que, a pesar de sus anhelos, deberá aceptar su realidad tal y como es.

Pero lo que no es ni magia ni ilusión, es el hecho de que “El Ilusionista” es uno de los más extraordinarios homenajes que se han rendido nunca a una figura del cine. Su historia se remonta a finales de los años cincuenta cuando nació de la mente de uno de los más célebres cómicos del séptimo arte: Jacques Tati. Un inoportuno accidente hizo imposible la grabación del guión y no fue hasta cinco décadas más tarde cuando pudo hacerse realidad gracias a la inspiración de uno de los más fervorosos seguidores del actor y director galo. El lápiz de Chomet fue capaz de traer de vuelta a Tati a la gran pantalla y con él al torpe Señor Hulot. La forma, los gestos y las maneras de este personaje fueron literalmente calcados – así lo ha asegurado el propio Chomet en varias entrevistas- para que el mago Tatischeff fuera lo más parecido posible a su alter ego de carne y hueso.

Con “El Ilusionista” – como ya ocurriera con su antecesora “Las trillizas de Belleville” y muy a semejanza de “Las vacaciones del Señor Hulot” (Jacques Tati, 1953)- se vuelve a apostar por una obra carente de diálogos, en donde la gestualidad y los sonidos ambientales se bastan para transmitir todo tipo de sensaciones al espectador. Junto a ello, un pausado acompañamiento musical y unos bellísimos y cálidos escenarios dan como resultado un delicado conjunto que se aleja del histrionismo que caracterizaba a “Belleville” y que – a cambio- da lugar a una sosegada historia suavemente arropada por la melancolía.

Triste y emotiva, Sylvain Chomet consigue con “El Ilusionista” una obra rebosante de talento y excelencia. No creo que sea justo compararla con su también sobresaliente antecesora, pues ambas son obras que no tienen nada que ver la una con la otra, ni en sus formas, ni en el planteamiento de las historias.

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hthorpintado
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Bienvenidos a Belleville
Francia2003
7,5
14.266
Animación
8
15 de abril de 2014
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La obra de Chomet como animador arranca en los años ochenta del siglo pasado, momento en el que empezó a labrarse una buena fama como guionista y dibujante de comics. Pero no será hasta los noventa cuando comience a desarrollar lo que a la larga marcará el punto de partida de su carrera personal. “La anciana y las palomas” (1997) es un mediometraje animado que salió a la luz tras más de seis años de trabajo y que – inesperadamente- recibió un gran espaldarazo internacional. Nominado al Oscar a mejor corto animado y ganador de un BAFTA entre otros muchos premios y menciones, “La anciana y las palomas” se convertirá en un éxito que permitirá a Chomet afrontar el que será su primer largometraje: “Las trillizas de Belleville” (2003).

La película en cuestión narra la historia de cómo una abuela (Madame Souza) emprende un peligroso viaje en busca de su nieto (Champion), un ciclista profesional que ha sido secuestrado por la mafia francesa para utilizarlo en unas singulares apuestas ilegales. Tres son los actos en los que se divide esta trama, claramente delimitados por el Kyrie de Mozart. El primero de ellos se encuentra centrado en la infancia de Champion, un triste niño que ha perdido a sus padres y que gracias a su abuela encontrará una vía de escape en el ciclismo. El segundo bloque nos presenta a un Champion convertido corredor profesional y que será raptado durante su participación en el Tour de Francia. El tercer acto – el más largo e importante- es el que conduce a Madame Souza hasta la gran ciudad de Belleville, lugar donde su nieto se encuentra retenido.

Conocida la historia, es momento de señalar que lo importante de esta no es lo que cuenta, sino el cómo es contada. “Las trillizas de Belleville” ha sido concebida como una obra visual. Superada una sorpresiva introducción – que no es sino un homenaje a los dibujos animados de principios del siglo XX- el espectador se va a encontrar ante un mundo de bellísimos escenarios cargados de detalles y guiños complacientes. Por ellos irán apareciendo variados y pintorescos personajes que se comunicarán mediante gestos, ruidos y sonidos. De esta manera, como ya ocurriera en “La anciana y las palomas” – y tal como volverá a ocurrir en “El Ilusionista” (2010)- el diálogo está reducido a momentos muy puntuales. La imagen es – por sí sola- capaz de transmitir toda la información que el espectador debe conocer y esto – a su vez- permite dar a “Belleville” una personalidad propia.

Pero el sello de Chomet no se reduce solamente a la falta de palabra en sus trabajos. La principal seña de identidad es el carácter extremadamente caricaturesco con que el francés ejecuta a sus personajes. Finísimos ciclistas de piernas hipertrofiadas. Mórbidas mujeres que aplastan a sus insignificantes maridos bajo sus opulentos culos. Horrendos barcos cuyos cascos se estiran hasta los cielos. Todo en “Belleville” resulta hilarantemente grosero, ridículo y exagerado. Y fuertemente ligada a esta comedia, está la crítica social. La monstruosa megalópolis de Belleville – una especie de Nueva York satirizada- se presenta como el paradigma de una sociedad consumista que se ha olvidado sus raíces. Alimentados por comida basura, grotescos monigotes arrastran sus obesos cuerpos entre exorbitantes rascacielos a cuyos pies, sin embargo, se encuentra la miseria y los restos de un pasado glorioso.

La desbordante imaginación, genialidad y originalidad de “Las trillizas de Belleville” fueron hechos suficientes para aupar a Chomet hacia la fama, siendo reconocida su obra con dos nominaciones a los premios Oscar: mejor película de animación (que finalmente acabaría ganado “Buscando a Nemo” (Andrew Stanton, Lee Unkrich, 2003)) y mejor canción original por “Belleville Rendez-vous” cuya letra fue escrita por el propio director francés. Crítica y público quedaron rendidos ante una rareza francesa que llegaría a amasar la nada desdeñable cifra de catorce millones de dólares en taquilla, de los cuales la mitad vinieron de los Estados Unidos. Un buen ejemplo para ver lo importantes que son los premios para este tipo de trabajos.

Es muy posible que muchos puedan considerar “Las trillizas de Belleville” como una de las mejores películas animadas – si no la mejor- de la pasada década. A otros – al contrario- les espantará por su marcada extravagancia. Supongo que dependerá de la personalidad de cada uno el llegar – o no- a apreciar un trabajo que – vuelvo a insistir en la idea- debe ser considerado como una obra artística y no como una cinta convencional de entretenimiento. Hay que saber apreciar el esperpento; los rocambolescos personajes que pueblan la pantalla; los sueños buñuelescos del perro de Champion… detalles que en su conjunto ofrecen una cinta única y extraordinaria fruto de la pasión de un virtuoso hombre llamado Sylvain Chomet.

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hthorpintado
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