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Críticas de Vivoleyendo
Críticas 1.745
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
25 de marzo de 2021
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para mí esta nueva versión de “Aladdin” tiene mucha alma, pese a lo que leo por ahí. Responde de pleno a las preguntas que instintivamente me suelo hacer a mí misma ante este género cinematográfico: ¿Me deslumbra? Un montón. ¿Me divierte? Una barbaridad. ¿Me entretiene? Muchísimo. ¿Me emociona? Un rotundo SÍ. Me encantan las aventuras de Aladdin y Jasmine, y la chispa, química y carisma que desprenden. Con el genio me parto la caja, es un puntazo tras otro, no puedo concebir a nadie que no fuese Will Smith para ese papel. Es un actor que ha ido creciendo en talento y se le nota. No es de mis actores favoritos, pero cuando lo borda, lo borda. Y este rol le venía como anillo al dedo.

Y atención a Dalia, la doncella. Simpatiquísima. En las pelis Disney las princesas y las doncellas ya hace mucho tiempo que no son damiselas tímidas y sumisas, y Dalia es un muy divertido ejemplo de ello.

Sí, Jafar seguramente es un villano demasiado villano y carente de matices que lo hagan mínimamente interesante, es cierto. Coincido con otros críticos que lo consideran el mayor defecto de la película y que la lastra un poco. No sé si será el actor o la construcción del personaje, o ambas cosas, pero si se hubieran trabajado un poquito más a Jafar, el resultado habría sido redondo.

Y todo lo demás me parece precioso y muy bien conseguido. Fotografía, música, ritmo narrativo... Qué queréis que os diga, yo me he metido en Ágrabah y he estado saltando por los tejados y volando en alfombra mágica junto con Aladdin y Jasmine, cantando sin parar y admirando la belleza que surge de la mezcla entre lo hermoso y lo humilde. Si hasta el desierto tiene su encanto, como lo percibe el genio tras haberse pasado miles de años metido en una lámpara diminuta. Y, al igual que él, me apunto a la fiesta.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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8
9 de enero de 2021
4 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Películas y series sobre familias disfuncionales las hay a montones, pero si queréis ver una serie que combina ese tema con el género de superhéroes con sorprendentes resultados, y además incluye muchísimo humor, acción a raudales y una alta carga dramática, puede que esta sea una opción más que recomendable.

Siete chicos y chicas que nacieron de una forma muy extraña el 1 de octubre de 1989 son comprados y adoptados por Reginald Hargreeves, un científico podrido de pasta al que no le mueve en absoluto el gusanillo paternal, sino la obsesión por convertirlos en cobayas para su proyecto “The Umbrella Academy”. Esto se nos cuenta en el presente de la historia, marzo de 2019, cuando la muerte del señor Hargreeves reúne a sus hijos e hijas en la mansión familiar. Casi todos andan desperdigados y distanciados en esa etapa de sus vidas.

Número Uno (Luther), Número Dos (Diego), Número Tres (Allison), Número Cuatro (Klaus, mi favorito, es la caña), Número Cinco (Cinco, no se sabe por qué a él no le pusieron un nombre, aunque también se desconoce de dónde vienen los nombres del resto, ya que no fue su padre quien se los puso, él siempre los llamaba por su número para recordarles constantemente que él no era el papi del año), Número Seis (Ben) y Número Siete (Vanya) son unos hermanos y hermanas muy peculiares.

No me parece de las mejores series del panorama actual, pero resulta endiabladamente entretenida y adictiva, con un guión que no se reprime en ser lo más disparatado posible, unos personajes de lo más variopintos, una banda sonora espectacular, por no hablar de la fotografía... En suma, la historia de los hermanos Hargreeves probablemente sea la más alocada e irreverente de todas las historias de superhéroes, con unos cuantos toques muy dramáticos que acentúan el clímax que nos ofrece cada temporada.
Vivoleyendo
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9
30 de diciembre de 2020
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine bélico nos ha venido mostrando desde los inicios del séptimo arte la tristemente incesante y universal presencia de la guerra en la historia de la humanidad de diversas maneras, tanto desde una perspectiva propagandística y grandilocuente que ensalza la “gloria” y el “honor” de las contiendas (muy en boga durante buena parte del siglo veinte), hasta la más descarnada denuncia de sus inenarrables horrores (en el cine actual contamos con muchos ejemplos, pero no olvidemos la extraordinaria y muy adelantada a su tiempo “Senderos de gloria” de Stanley Kubrick, que vio la luz hace la friolera de sesenta y pico años). Conocemos muchos ejemplos de todos estos tipos de películas bélicas. Pero está claro, que sea cual sea la tendencia y la moda imperante, este género ha sido uno de los más presentes y explotados desde el principio.

No hay duda de que la guerra es uno de los más lucrativos negocios del mundo, sea para bien o para mal.

Ha formado parte de prácticamente casi todas las generaciones y pueblos existentes. Siempre ha sido algo tan presente en las vidas de la gente que para las familias era (y es) normal enviar y casi siempre perder a alguno de sus miembros (sobre todo jóvenes y de sexo masculino) en las contiendas.

No ha sido hasta recientemente que los conceptos de “pacifismo” y “objeción de conciencia” se han abierto paso, cuando las revoluciones culturales comenzadas en el siglo veinte, lideradas sobre todo por las juventudes insatisfechas y hartas de ser empleadas como carne de cañón y como peones de unos sistemas opresores y represores, han dejado oír sus voces de protesta a todo lo largo y ancho del planeta.

Pero esa protesta era inconcebible hasta hace poco. Cuántos se han resignado durante milenios a tener que luchar, matar y morir en las más grandes monstruosidades concebidas por la humanidad, o a tener que ver a los suyos partir para no volver o para regresar mutilados de cuerpo y alma. Y la gran mayoría se tragaban (o no les quedaba más remedio que tragárselo) que su sacrificio era por la gloria de la patria.

Todo por el capricho, la locura, la perversidad y la desmesurada ambición de unos pocos que son los que encienden la mecha del caos para conseguir sus delirantes y macabros propósitos de sembrar el terror y perpetuar su propio poder.

Y mientras, esos millones de muchachos asustados se dirigían a la matanza y lo único que podían hacer era marchar hacia su destino, en el que casi siempre aguardaba la muerte, y cumplir con un deber que les venía demasiado grande, pero que asumían con una entereza que en realidad poco o nada tenía que ver con ninguna patria que sonaba a algo abstracto y remoto, sino con mantener a salvo a las personas a las que querían.

Mendes se introdujo, con unos pocos planos secuencia magistralmente rodados y la envolvente música de Thomas Newman, en la crudeza de la carrera contrarreloj de dos muchachos que, como tantos, no les queda otra que marchar en medio de innombrables peligros por algo mucho más grande que ellos. No por una patria a la que nada deben, ni por los poderosos que la controlan. Como muy bien sabe cualquiera con dos dedos de frente, la mayor (y muy probablemente casi única) motivación para el soldado es saber que lo que hace, lo hace por proteger a su gente. Ese chantaje emocional es la baza que utilizan los mandamases, y es la clave para que dos chicos agotados y aterrados sigan caminando mientras todo se hace trizas a su alrededor. Son dos hombres como tantos, que charlan, ríen, discuten, se ayudan y soportan mil penalidades por un hermano, una madre, una esposa, unas hijas cuya salvación está en sus manos, en que sean capaces de seguir adelante.
Vivoleyendo
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10
29 de diciembre de 2020
10 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esto es mucho más que cine. Es la pura vida desplegada en dos horas y pico.

Cuarón, un director que ha demostrado su enorme versatilidad en distintos terrenos y a todo lo ancho del globo, regresa a sus raíces mexicanas para filmar su película más personal y hermosa.

La cámara es una ventana a una época espléndidamente recreada: aproximadamente un año que transcurre desde finales de 1970 hasta avanzado 1971, localizándose sobre todo en el barrio en el que transcurrió la infancia del director y ocasionalmente en otros lugares de México.

No hay banda sonora, todos los sonidos son los que se oyen en cualquier casa (conversaciones en distintas lenguas, la radio, la televisión, las faenas domésticas, los juegos de los niños, las fiestas con música y bailes, los coches entrando y saliendo de los garajes) y en cualquier espacio exterior (el tráfico, los aviones, la gente, los establecimientos de todo tipo, el viento, el mar).

La mayoría de los planos son fijos y de interior, con la cámara situada en zonas estratégicas de la casa sobre algún trípode, pero con la posibilidad de girar sobre sí misma para seguir sobre todo los movimientos de Cleo, la sirvienta protagonista. Para los exteriores, es frecuente el uso de travellings a lo largo de las calles.

La fotografía en blanco y negro es diáfana y nítida con movimientos suaves y sin estridencias de luces y sombras ni encuadres complicados, subrayando la cotidianeidad y la personalidad dulce, tímida, modesta y honrada de Cleo. A través de sus ojos limpios, percibimos ese mundo doméstico y familiar en el que la chica se desenvuelve, siempre barriendo, fregando, lavando, ordenando, llevando platos y bebidas, cargando bultos y maletas, acostando y despertando a los niños, ayudando a los más pequeños a vestirse y llevar a cabo sus abluciones (ella además acompaña a la familia en sus viajes para atender y vigilar a los peques), ofreciendo y recibiendo un cariño espontáneo e incondicional que conmueve hasta la médula en sus sencillos gestos y frases. El amor entre Cleo y sus patrones más jóvenes (los cuatro niños de la familia: Toño, Paco, Sofi y Pepe) desborda de ternura. En especial el benjamín Pepe roba sonrisas embelesadas con su cháchara del tipo “Cuando yo era grande, fui marinero”, mientras Cleo trata de corregir su supuesto error en el empleo del tiempo verbal, pero Pepe no da su brazo a torcer con su imaginación desbordante y su aguda capacidad de observación. La madre de los niños, Sofía, es enérgica pero cariñosa. Atraviesa por momentos difíciles (el distanciamiento de su marido, Antonio, un médico que casi siempre está ausente) y a veces se exalta y suelta exabruptos, ante lo cual Cleo siempre conserva su talante silencioso, resignado y diligente, sabiendo que no le queda otra que aguantar el pequeño chaparrón, pero también que la patrona es una buena persona y pronto se le pasará el enfado. La abuela de los niños, que vive en la casa, es una señora amable cargada de una paciencia prácticamente infinita, a menudo puesta a prueba por las travesuras y peleas de sus nietos.

Casi toda la sencilla vida de Cleo gira en torno a la casa y sus habitantes, tanto la familia como la otra empleada, Adela, íntima amiga con la que charla tanto en español como en mixteco. Ambas chicas tienen novios, con los que salen en sus tardes libres.

Pronto la más o menos tranquila rutina se verá alterada radicalmente por ciertos acontecimientos que acaecerán tanto en las vidas de los protagonistas como en la historia de México (porque este drama costumbrista también introduce con concisión y contundencia el trasfondo social y político del país), dando lugar a algunas de las escenas más desgarradoras y enternecedoras jamás vistas en la historia del cine mundial, ahí situadas junto a las escenas cumbre de todas esas películas que nos han marcado al rojo para siempre.

Cuarón ha resucitado la Colonia de Roma exactamente como era a principios de los setenta, inspirándose en su vivienda de infancia y los alrededores, junto con otros espacios y edificios de la ciudad y de otras partes de México. La minuciosidad y el cuidado volcados en los detalles son abrumadores en su aparente naturalidad. Ropa, vehículos, electrodomésticos, aparatos, juguetes, objetos de uso cotidiano, la programación de la tele, la cartelera de los cines, todo tal como era hace cincuenta años. Y Cuarón da la sensación de que lograr todo eso es tan sencillo como pestañear, cuando está claro que traer de vuelta una época pasada tal y como era es uno de los mayores retos de un cineasta, pues es mucho más difícil representar la realidad tal cual que inventársela.

Pero por encima de todo, el plato fuerte son las estratosféricas interpretaciones de absolutamente todo el reparto principal, ya sean adultos o niños. No parece que sean actores y actrices, es como si los hubieran filmado en su vida real sin que lo supieran. En ningún momento parece que estén representando un papel. No puede haber mayor mérito como actor o actriz, y dice mucho tanto del talento natural de los intérpretes como de la extraordinaria capacidad de Cuarón para dirigirlos.

Que aprendan unos cuantos. Tan sólo un gesto o una mirada de Cleo dice más que una hora viendo a otros en otras películas.

Se percibe la gran influencia que tuvieron sobre el director las mujeres de su niñez, reflejadas en los personajes femeninos de la película, que han sido desarrollados con un respeto y cariño muy evidentes.

Gracias por esta maravilla que he sumado a la colección de las películas más bellas de mi vida.
Vivoleyendo
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7
28 de diciembre de 2020
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las modas son como son, y parece que por lo que sea se ha puesto de moda conceder chorrocientos premios y laureles a una película como esta que, en mi opinión, no es para tanto.

Es verdad que sonríes a ratos porque el humor es bastante grotesco (el peregrinaje por todo el lamentable apartamento del semisótano para gorronear wifi, toda la estafa que se monta la familia pobre, la parodia de discurso patriótico, algunos diálogos del señor Kim, la ingenuidad de la familia rica...). Pero precisamente el exceso del que peca es lo que me llega a cansar, y aquí el exceso va in crescendo hasta el desbocado desenlace.

Como punto positivo, está ese toque de imprevisibilidad que la impregna, cuando empieza ni te imaginas en qué va a derivar todo el esperpento.

La crítica a las sociedades supuestamente avanzadas como la de Corea del Sur (y por extensión, a cualquier sociedad desarrollada) se centra en retratar a los ricos como idiotas simplones (será que la pasta la heredan o ejercen alguna de esas profesiones en las que se gana mucho sin hacer prácticamente nada, porque siendo tan tontos no se explica cómo ganan tanto dinero) y a los pobres como buitres carroñeros con un escaso sentido de la moralidad, pero que paradójicamente también son tontos de baba, lo que pasa es que los ricos lo son aún más (y mira que no pueden tener el listón más bajo). Todos los personajes son caricaturas situadas en un extremo o en el otro de la escala social, y precisamente ahí es donde está el mayor fallo de la película; no me identifico con nada ni con nadie. Yo que me sitúo en medio (ni vivo en un apartamento miserable que se inunda con la lluvia ni voy tirando a base de chanchullos y de timos, pero tampoco vivo en una mansión que ni yo misma conozco al completo ni me gasto un pastón en fiestas pijas porque me aburro mucho de no hacer nada), no encuentro ningún referente con el que pueda empatizar. Todos los personajes son francamente repulsivos y no me despiertan la menor simpatía ni compasión, hasta el niño me deja indiferente. Lo único que siento es distintos grados de aversión.

Imagino que eso es lo que pretende el director, recrear un microuniverso totalmente esperpéntico que huye de todo lo amable y de cualquier situación mínimamente normal, y esa fórmula funciona hasta cierto punto, pero para mí termina siendo agotadora.

La “carta” del final viene a poner la guinda al putrefacto pastel, ratificando que la psicosis es una enfermedad mucho más extendida de lo que se cree.
Vivoleyendo
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