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Argentina Argentina · Buenos aires
Críticas de Candela
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Críticas 23
Críticas ordenadas por utilidad
9
1 de marzo de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Eastwood demuestra, a través de los años, una cierta inclinación por las biografías. Lo novedoso y singular sigue siendo su manera de narrarlas. En esta ocasión elige un acontecimiento por lo menos extraordinario. El exitoso amerizaje sobre el río Hudson (NY) del vuelo 1549 comandado por el Capitán Chelsey “Sully” Sullenberg en enero de 2009. Luego de semejante hazaña, Sully y su equipo, debieron atravesar las terroríficas audiencias de la Junta Nacional de Seguridad del Transporte donde ponen en cuestión su accionar.
La precisión y la majestuosidad con que Eastwood elabora los distintos pasajes narrativos sobre el amerizaje hacen que un hecho harto conocido (y con posibilidades de recurrir a imágenes de archivo) no pierda emoción y suspenso. Para ello, la producción adquirió un avión exactamente igual al tripulado en el vuelo 1549 de US Airway y contó con un férreo guión de Todd Komarnicki basado en el libro “El deber supremo” escrito por el capitán Chelsey Sullenberg y Jeffrey Zaslow.
Esta intención de veracidad y exactitud de Eastwood se conjuga (podríamos decir que siempre) con una mirada propia sobre los hechos; lejos ya de una búsqueda de objetividad parte de su interpretación sobre lo ocurrido. Nuevamente Eastwood emplea una ecuación muy propia de su cinematografía: mostrar la realidad no alcanza, hay que interpretarla. Y para ello es necesario volver a lo propiamente humano y su universo moral. En este caso ¿cómo puede determinarse si la elección de amerizar fue la mejor maniobra? Más aún ¿qué intenciones debían preceder a una buena maniobra? ¿Salvar la vida de cientos de personas y evitar una tragedia de grandes proporciones en plena ciudad de Nueva York o salvar una máquina valuada en 60 millones de dólares? A partir de aquí se diferencian los recursos morales, poniendo en evidencia los que se preocupan por deshumanizar la elección de Sully a través de estadísticas, simulaciones y tecnicismos en pos de defender los intereses económicos de la compañía área y la empresa aseguradora.
En el crepúsculo de la película podríamos anhelar que triunfe la versión de Sully a través de una exposición técnica sin fisuras que demuestre lo acertada que fue su determinación de amerizar en detrimento de volver a algún aeropuerto de la zona. Empero el decurso del film y del propio Sully (brillantemente encarnado por Tom Hanks) nos conduce por otros caminos: ¿son acaso los resultados que provienen de las máquinas las que estipulan si la decisión humana fue la correcta o es el factor humano en juego el que determina si la decisión fue la adecuada? Esta es la mirada que defiende Sully y es la que defiende Clint Eastwood.
Eastwood crea un espejo de los héroes de otro tiempo. Aquellos que nutrían el cine de varias décadas atrás. Sin embargo sus héroes no son inmaculados. La heroicidad es de carne y huesos; personas que se transforman y que dudan en base a interrogarse sobre lo que está bien y lo que está mal en función de la vida. Sully lo hace. Se pregunta, aun habiendo salvado la vida de 155 personas, si podría haber hecho algo mejor.
Candela
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9
1 de marzo de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El gran mérito de François Ozon es sin dudas su elección. Realizar una remake de un excepcional relato antibélico que en 1932 Ernst Lubitsch llevó a la gran pantalla con el título Broken Lullaby (Remordimiento) basado en una obra de Maurice Rostand.
La primera versión ostenta una convicción profundamente humanista. El relato se centra en la Primera Guerra pero el discurso que Lubistch elabora cinematográficamente es un manifiesto contra la persecución y la legitimación de la muerte propia de la inmoralidad bélica, materializado en las contradicciones y los dilemas humanos de un soldado francés que vuelve de las trincheras. Se trató de una señal de alerta de lo que se desplegaría en poco tiempo. Fueron solo meses los que separaron el estreno del film y el arribo del nazismo al poder.
Ochenta y cuatro años después François Ozon propone Frantz con su propio estilo y mirada y con la lucidez de saber que la historia no podía ser narrada con las mismas prerrogativas. Para Lubitsch y su Broken Lullaby la segunda guerra todavía era una posibilidad y el nazismo comenzaba a envenenar las sociedades. La Frantz de Ozon emerge con la consciencia de los ultrajes bélicos, el horror del nazismo y las bombas atómicas.

Anna recorre las calles de la pequeña ciudad alemana de Quedlinburg observando con resignación lo que deja a su paso; el día después de la guerra, la reconstrucción de la normalidad cotidiana. Esa tranquilidad forzada a la que opone resistencia porque no significa otra cosa que olvidar a Frantz, un joven soldado alemán caído en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Cada día se repite y Anna (Paula Beer) conduce su tristeza hacia la tumba de Frantz. Pero alguien más lo llora. Un francés, un extranjero, un enemigo.
¿Quién ese oficial francés que misteriosamente visita la tumba de Frantz? ¿Qué se propone ese joven que también sirvió en la guerra pero del bando contrario? ¿Por qué Adrien Revoire (Pierre Niney) sufre la pérdida de Frantz tanto como Anna?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Candela
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7
1 de marzo de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la instalación automotriz de Ford situada en Dagenham (Inglaterra) nada volvió a ser igual después del verano del ‘68. Las 187 operarias de máquinas de costura decidieron llevar adelante una huelga que sacudió los nervios de la Ford Motor Company.
La película pretende llevar por carriles poco convencionales una trama que retrata fundamentalmente una lucha laboral. En principio logra sumergirnos en la transformación que transitan sus protagonistas en lucha por el reconocimiento de especialización de su trabajo y luego por la igualdad de salario. La convicción y la entereza que asumieron estas mujeres para sostener a cualquier costo una huelga que llevó a paralizar la producción de Ford era impensable e inadmisible, no solo para los patrones y burócratas sindicales.
La creciente determinación de estas trabajadoras se convirtió en un hecho
poco digerible también para sus propios maridos (en su mayoría trabajadores
de la Ford).
Seguramente se distingue, con excepcional simpatía cockney, el personaje de Rita O’Grady (Sally Hawkins), una de las tantas trabajadoras de la planta de ensamblaje que inmediatamente se convierte en la referente indiscutible
de la huelga. Con soltura se anima a desbaratar las formales y burocráticas negociaciones entre el sindicato y la patronal logrando poner en el centro el verdadero motor de la lucha: la unión y la solidaridad entre las trabajadoras.
Una película que sabe restituir con frescura el extraordinario ejemplo de este grupo de mujeres que definieron lo que era posible sobre la base de sus propias expectativas y deseos logrando poner patas para arriba lo que la sociedad machista les tenía reservado para ellas.
No por casualidad, las verdaderas protagonistas de esa lucha, rescatan el legado de fuerza y coraje de las sufragistas; un camino abierto que retomaron estas 187 mujeres (de una planta laboral de 55.000 hombres) que supieron poner en vilo nada más y nada menos que a la Ford.
Candela
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10
1 de marzo de 2019
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Varsovia, 1942. Una compañía de teatro de recursos limitados reparte su tiempo entre las aplaudidas representaciones de Hamlet y la preparación de una obra que pone en ridículo a los nazis y a la figura de Hitler en particular. La obra es prohibida. El terror que acechaba en la Polonia ocupada por los nazis trunca la posibilidad de que la nueva obra vea la luz en el querido teatro de esta compañía. Pero hasta aquí los entrañables actores que hacen parte de este grupo, liderado por los inolvidables Jack Benny y Carole Lombard, estaban más preocupados por su ego interpretativo que por las vicisitudes dramáticas de la realidad. Todo cambia, enredo mediante, cuando el ferviente admirador de la estrella de la compañía, un joven teniente polaco, le facilita al renombrado profesor Siletsky una lista de miembros de la resistencia polaca. El respetado catedrático resultaba ser un espía nazi. Cuando la compañía de teatro da cuenta del engaño y que aquello representaría la masacre asegurada de la resistencia sienten el deber de hacer algo. Y será el de realizar el mejor papel de sus vidas para salvar a la resistencia. Se harán pasar por miembros de la Gestapo y lo harán poniendo en juego de manera desopilante aquella obra sobre los nazis que les fue prohibida interpretar.
Su director, Ernst Lubitsch, fue un gran admirador de la obra shakesperiana pero la selección del título parece acoplarse al espíritu de esta película que de manera contundente desacraliza el contenido afectado de la tragedia buscando a través de la comedia dirigirse de manera mucho más profunda a la intimidad de los personajes: de qué modo ser frente a la barbarie nazi es la cuestión. En efecto se trata, para los personajes, de una cuestión ética. Así se logra transmitir el dilema humano que representaba la guerra. Este es un film que nunca pierde de vista la inhumanidad que encarnaba el nazismo pero no es ponderando el drama que los personajes elijen enfrentarla. Por esta razón no fue bien recibida en su estreno.
Lubitsch le hace decir a un personaje del film “nunca se debe menospreciar una buena carcajada”, más aun si lo que la provoca, habiendo pasado 71 años de su realización, es una ingeniosa, sensible y aguda mirada de una realidad dramática que logra representar, en estos héroes disparatados y audaces que se juegan la vida por la vida de miles, a todas aquellas personas que de múltiples maneras han denunciado, resistido y enfrentado la atrocidad del nazismo como lo hizo por aquellas tierras el heroico gueto de Varsovia.
Esta película es un pieza destacada en la obra de un maestro del detalle, del guión refinado y la ironía sofisticada. Su maestría cinematográfica pasó a la historia de este arte como “el toque Lubitsch”, calificación formulada por sus propios colegas, quizá la generación más brillante de directores y guionistas que tuvo el cine. Así lo ilustró Billy Wilder “durante veinte años todos nosotros intentamos encontrar el secreto del toque Lubitsch. De vez en cuando, con un poco de suerte, lográbamos algún que otro metro de película que brillaba momentáneamente como si fuera de Lubitsch, pero no era realmente suyo”.
Candela
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9
1 de marzo de 2019
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
“La historia que vamos a contarles trata de la tormenta mortal en la que hoy se encuentra la humanidad… Esta historia formula la siguiente pregunta: ¿Cuándo la humanidad hallará la sensatez en su corazón y construirá un refugio duradero contra los miedos de su ignorancia?”
Un film dice mucho, ciertamente por la historia que compone a fuerza de fotogramas pero también por el contexto en el que fue adaptada y dirigida.
En esta ocasión el turno es de una joya perdida en el tiempo. La tormenta mortal, un brillante relato antinazi que provocó la censura, por orden de Goebbels, de todas las producciones de la Metro Goldwyn Mayer en Alemania. El embajador de Alemania en Estados Unidos amenazó al Estudio de todas las maneras posibles para que este film no viera la luz.
Es una de las pocas obras cinematográficas hollywoodenses decididamente antinazi previas al bombardeo de Pearl Harbour. Hasta el ingreso de Estados Unidos en la guerra la mayoría de las producciones de Hollywood fueron complacientes y determinadas a no incomodar demasiado a los poderes opresivos emergentes.
La historia del film nos sitúa en enero de 1933, en una pequeña ciudad universitaria al pie de los Alpes, en el sur de Alemania. Comienza con una postal de una comunidad amigable y especialmente animada por el aniversario del Sr. Roth, un respetado y querido profesor universitario. Pero lo que parecía ser una apacible jornada de festejos se interrumpe violentamente por una noticia de último momento: Hitler es canciller de Alemania.
Mientras la mayoría, incluidos sus hijos varones, reciben la noticia con entusiasmo, otros como su hija Freya y Martin (su amigo de la infancia) y el mismísimo profesor se subsumen en un profundo temor por lo que se avecina. La tranquila cena familiar se tiñe de dramáticos interrogantes: “¿Qué será de los que piensen diferente?” “¿Qué será de aquellos que no son arios?”
A partir de este momento el film nos cuenta de aquellos que se fueron convirtiendo en obsecuentes seguidores del monstruo totalitario; de los que animados por el odio fueron a engordar las filas de la “Nueva Alemania”. Pero no se detiene allí, porque Borzage –el director–, además de hacer una denuncia contundente de la violencia racista e incluso haciendo explícita referencia a la existencia de campos de concentración, tiene el coraje de contarnos también sobre aquellas personas que radicalizaron su sentido de la humanidad cuando este estaba puesto seriamente en cuestión. Sobre aquellos que aprendieron a superar el terror provocado por un interrogatorio de la Gestapo para no develar el paradero de los perseguidos; sobre los que abrieron sus casas para esconder personas poniendo en riesgo su propia vida; sobre los que, como Martin, cruzaron los Alpes, atravesando feroces tormentas de nieve, para secundar a un amigo en su escape del país. En resumidas cuentas, a los que eligieron contrastar éticamente la putrefacta lógica de muerte que estaba floreciendo.
Un film que visto hoy puede ser un valioso homenaje a la generosidad y a la solidaridad de personas que, en una de las noches más oscuras de la humanidad, se proponían defender la vida por sobre todas las cosas.
Candela
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