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México México · Ciudad de México
Críticas de Iván Rincón Espríu
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Críticas 122
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
9 de mayo de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dorothy Mills (Irlanda, 2008), de Agnès Merlet, es una película infravalorada, sumamente oscura y siniestra, sombría y necrófila, un thriller sicológico que trasciende sutilmente al horror sobrenatural, de modo que transmite una sensación de anormalidad, más por el miedo irracional de la comunidad y la patología de la protagonista que por sus poderes síquicos en el viraje argumental.

Jenn Murray encarna uno de los personajes más complejos en la historia del cine y lo hace tan convincentemente que, a ratos, parece que fueran distintas actrices, pues Dorothy contiene múltiples personalidades; la necrofilia de su desdoblamiento es un giro interesante que desvela el misterio de una historia oculta en la atmósfera viciada y hostil de gente que se refugia en la religión católica, cerrando las puertas de sus casas y de sus mentes a la ciencia, como en otras cintas de aldeas unidas por la culpa y la complicidad, que siguen la tradición de 'El nombre de la rosa' (en la genial O Apóstolo, de Fernando Cortizo, por ejemplo, los habitantes de una aldea con reminiscencias medievales asesinan a los visitantes). Por tratarse de una isla irlandesa, este ambiente resulta bastante perturbador, aunque algunos hechos (el asesinato de animales en masa, por ejemplo) no tienen explicación y son mostrados nomás para enrarecer todo…

Tanto el guión como la puesta en escena serían perfectos si no fuera por dos o tres puntos débiles: la holandesa Carice van Houten, a quien habíamos visto dos años antes en 'El libro negro', de Paul Verhoeven, aquí es una belleza más discreta, pero su capacidad histriónica no aumenta gran cosa; aun así, es aceptable, pero debía ser más que eso (menos plana o algo más expresiva que un perro San Huberto), junto a la gran revelación de quince años que parece adolescente albina y no ha vuelto a sorprendernos (ahora hace papeles menores en películas tan mediocres como Brooklyn, de John Crowley, quizá porque no es bonita y el cine de todo el mundo asume como propia la superficialidad de Joligud).

Otro defecto, inexplicable por ser una película irlandesa y no gringa, es que el dictamen sobre la salud mental del personaje (a quien acusan del intento de asesinar una bebé a quien cuidaba) depende de una siquiatra y no de una sicóloga, que todo el tiempo se comporta como sicóloga, no como siquiatra, ignorancia que también parece transmitida por Joligud a todo el mundo como una epidemia.

Por último, lo peor de la película es el final, que deja una sensación engañosa de que toda la película está mal hecha. Pero viéndola más de una vez, uno valora que se trata de una extraña y oscura obra maestra. Lo demás es fascinante y, a diferencia de su valoración en los principales portales de internet que sirven para tales efectos (6.1 en IMDb, 46% en Rotten Tomatoes, 5.3 en FilmAffinity), yo le doy un 7.5, por lo menos.

Si la comparamos con Sybil (Estados Unidos, 1976), de Daniel Petrie, basada en el caso verídico de una niña con trece personalidades distintas, Sally Field protagoniza un personaje "tierno", edulcorado para la televisión, mientras que Dorothy Mills es inquietante por el sórdido contraste de los seres que encarna, como poseída por ángeles y demonios... y hasta Carice van Houten es preferible a Joanne Woodward en el papel de "siquiatra".
Iván Rincón Espríu
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2
13 de marzo de 2016
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Versión tramposa y deshonesta de un hecho histórico, demasiado conocido para engañar a alguien que no sea demasiado ignorante: En el famoso episodio del U2, avión espía de los Estados Unidos que fue derribado en 1960 cuando sobrevolaba la URSS tomando fotografías, Jrushchov jugó sus cartas con sorprendente habilidad, al denunciar el espionaje gringo sin mencionar la captura del piloto aviador, que estaba entero, intacto… sus instrucciones eran destruir el avión y suicidarse en caso de ser abatido, pero resultó un vil cobarde, y la película trata de reivindicarlo inventando circunstancias engañapendejos que serían tolerables si se tratara de James Bond, más no en una supuesta versión seria del episodio más vergonzoso para los gringos en la Guerra Fría.

Una de las secuencias más ofensivas alterna escenas de interrogatorios con torturas al espía gringo por los soviéticos, y el trato respetuoso y humano al espía soviético por los gringos, sin interrogatorios ni mucho menos torturas. ¿Cómo crees, si hasta defensor legal de bufete privado le asignaron y, por cierto, de eso trata la película?

Así todo por el estilo: En el lado oeste de Alemania reina la concordia; en el lado este, la hostilidad. Las escenas de gente que intenta saltar el muro y es asesinada por la espalda con metralla desde las atalayas, me parecen execrables, porque además son vistas desde un vagón del metro y, una vez que pasan, rematan con la peor toma de la película y la carrera del cinemagnate judío, como si la dirección de cámaras estuviera en manos de un principiante. No faltará quien admire, por ejemplo, los sesgos del guión al poner en boca de un diplomático alemán: "Todas estas ruinas se las debemos a la Unión Soviética".

Tedioso bodrio de ritmo soporífero, típico de Spielberg cuando se pone "artístico" en pos del Óscar, que debía recibirlo por su innecesaria labor propagandística de exacerbación gringófila, y de ahí que lo ganara un actor de reparto por un trabajo intrascendente y grisáceo, que ni siquiera se compara con la impactante actuación de Benicio del Toro en Sicario, por mencionar también aquí la omisión más injusta.

Ostentación de recursos materiales, más dinero que talento, como siempre, sello de Spielberg que, al hacer dupla con Hanks, resulta insoportable.

La participación de los hermanos Coen en uno de los guiones más repulsivos del milenio es, por lo menos, decepcionante.
Iván Rincón Espríu
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10
8 de marzo de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dramática y emotiva historia de alcoholismo y amor.

Ben Sanderson, un borracho que fracasa en su matrimonio, al perder también su trabajo, decide mudarse a Las Vegas para beber hasta morir; allí conoce a Sera, una hermosa prostituta que acompaña su autodestrucción.

Inmortal actuación de Nicolas Cage y entrañable papel de Elisabeth Shue: imposible no enamorarse de su personaje.

Película que toca fibras sensibles en lo personal; lloro cuando la veo, sobre todo cuando ella se solidariza con él. Y en la medida que pasa el tiempo y vuelvo a verla, confirmo el gusto por lo anterior y la perfección de su relato fragmentario, la seducción de su puesta en escena con luces de neón y una banda sonora de jazz que logra calar muy hondo.

La novela homónima de John O'Brien es autobiográfica-premonitoria, pues dos semanas después de firmado el contrato para llevarla pronto a la pantalla grande, poco antes de cumplir 34 años de edad, el dipsómano autor se suicidó. Ni siquiera quiso ver la adaptación cinematográfica de lo que sería finalmente su testamento, así el libro tuviera cinco años de publicado.

'Adiós a Las Vegas', como fue titulada en español, refritea una parte de Klute (Alan J. Pakula, 1971), cuando la mujer habla con un sicoanalista que nunca aparece en pantalla, con la gran diferencia de que Jane Fonda improvisa su monólogo, mientras que Shue se ajusta al guión y la dirección de actores.

Mike Figgis escribió el guión al alimón con O'Brien, dirigió la película en 1995 y compuso la música original.
Iván Rincón Espríu
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6
8 de marzo de 2016
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Drama histórico y sicológico entre realidad y ficción sobre la relación del siquiatra suizo Carl Gustav Jung (Michael Fassbender) con su paciente Sabina Spielrein (Keira Knightley) y su mentor, el padre del sicoanálisis, Sigmund Freud (Viggo Mortensen con prótesis nasal).

David Cronenberg había incursionado con mayor fortuna en el thriller sicológico: 'Spider' es una interesante y fascinante metáfora de la esquizofrenia como círculos concéntricos de telaraña.

Tampoco es la primera vez que Cronenberg y Mortensen trabajan juntos; lo habían hecho en 'Una historia de violencia' y 'Promesas del Este', al lado de Vincent Cassel en esta última, como en la que nos ocupa.

Mortensen y Fassbender son estupendos actores y su desempeño compite aquí en sobriedad, mientras Knightley hace un papel irregular que pasa de la histeria sobreactuada (con su gesticulación horrible de por sí) al comportamiento normal, en parte, porque así lo exige un guión demasiado intelectual, para mi gusto, con extensos diálogos y algunos intercambios epistolares.

Película recomendable para estudiosos de las patologías mentales, específicamente las de origen sexual (o sea, la mayoría, según Freud).
Iván Rincón Espríu
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6
6 de marzo de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
The Revenant (El renacido), de Alejando González Iñárritu y Emmanuel Luvezki, no trata sobre la relación del hombre con la naturaleza, como dijo Leonardo DiCaprio al recibir su primer Óscar, ni acerca de la sobrevivencia humana y el sufrimiento personal en un mundo salvaje, sino que usa dichos temas como contexto en una historia de venganzas: cuatro personajes se proponen cobrar venganza y hacen de su propósito el principal estímulo para vencer la adversidad y sobrevivir: un jefe indio quiere vengar el robo de su hija por unos blancos; otro indio quiere vengar el asesinato de su esposa por una tribu enemiga; una india es violada y, más adelante, vemos que se lava las manos sucias de sangre por haber castrado a su violador. Al final, una frase cliché hace dudar al protagonista de la venganza medular.

Desde el principio, las escenas oníricas parecen causa y efecto del rencor: una masacre de indios deja huérfano al niño que adoptará el trampero blanco Hugh Glass (DiCaprio), quien lo salva de la muerte a manos de un oficial que primero asesina a la madre del niño, según interpreto una secuencia confusa; la voz de la mujer reflexiona en la mente del protagonista con metáforas en lengua nativa sobre la sobrevivencia.

La historia verídica de Glass inspiró una novela de Michael Punke, y la novela inspiró a su vez una película: Man in the Wilderness (Estados Unidos, 1971), de Richard C. Sarafian, con Richard Harris y John Huston. En 1820, un barco sobre ruedas hace una travesía por tierra firme, y la expedición es guiada por un trampero al que ataca un oso y lo deja para el arrastre; asediados por los indios, sus compañeros lo abandonan a su suerte. El trampero sobrevive, recurriendo a su lado más salvaje, y sigue a la expedición para vengarse. En su adaptación de la novela, para darle sabor al caldo de la venganza, el guión de González Iñárritu y Mark L. Smith agrega el hijo putativo y una posible esposa de Glass, también india (elementos que no existen en la historia original ni en la novela ni en película homónima), y elimina el barco sobre ruedas, que hacía de la historia algo extraordinario.

A final de cuentas, este guión es el más pobre de las seis películas que ha dirigido González Iñárritu: el primero es un hito a pesar de que su referente inicial parece ser el guión de Pulp Fiction, ópera prima de Quentin Tarantino; el segundo aumenta al máximo la complejidad de la estructura narrativa y resulta una obra maestra; el tercero es una mafufada cosmopolita para seducir a los gringos, cosa que funcionó; el cuarto es intrascendente, pasa sin pena ni gloria; el quinto alcanza un nivel más alto que todo lo anterior y, desde luego, es otra obra maestra; el sexto (para la primera película que no es proyecto de González Iñárritu, una vez asimilado al money-system de Joligud) parece traicionar una tradición, la búsqueda de originalidad y la disposición a correr grandes riesgos en aras de crear algo nuevo en todos los sentidos, incluida la calidad sin precedentes.

El Óscar a DiCaprio es tardío y premia la espera, más que su actuación en una película con demasiado Lubezki para tan poquito argumento. La primera gran actuación del entonces joven y prometedor Leo es su papel protagónico en Diario de un rebelde, de Scott Kalvert. En ¿A quién ama Gilbert Grape?, de Lasse Hallström, su papel de reparto como retrasado mental es la mejor actuación de su carrera. Para la masa está Titanic, de James Cameron, pero las películas más trascendentales del actor son las que ha dirigido Martin Scorsese, Pandillas de Nueva York y Los infiltrados, principalmente. En Revolutionary Road, de Sam Mendes, DiCaprio hace pareja de nuevo con Kate Winslet, ella masculina y él afeminado, memorables ambos. Encarnar al protagonista de Revenant: El renacido, en cambio, requería de una personalidad más áspera, un tipo más rudo, y de ahí que, en su momento, lo haya hecho mejor Richard Harris, para mi gusto.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Iván Rincón Espríu
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