Lo primero que cabe alabar de esta película es, sin lugar a dudas, la dirección artística. Es el auténtico pilar de toda la obra, junto con el guion. Atrezzo, decorado, efectos especiales que pasan por efectos naturales, sonido... Todos estos factores son los que suman y nos hacen salir con los pelos de punta, y sufrir durante todo el visionado con las desgraciadas casualidades que se producen en escena.

Lo único que me ha chirriado, debo decirlo, es el enfoque diabólico-exorcístico del tema de fondo. No deja de darme repelús la relación de imágenes (inocente y tierno cuadro de la Virgen, rosarios a diestro y siniestro, crucifijos, etc. junto a sangre, tenebrosas velas, posesiones...) así como el enfoque que han decidido darle de meter a un cura exorcista en el grupo de rescate. Será cuestión de gustos, pero me ha parecido el recurso fácil para ahorrarse explicaciones científicas. No pensaba que REC fuera a ser de este palo, pero en fin, igual era pedir demasiado.

Por lo demás, una película trepidante, tan original como la primera parte (añadiendo los personajes de los niños, que no dejan de ser sorprendentes) y estremecedora. Mi enhorabuena a todo el equipo.

"El patio de mi cárcel" intenta incidir en todo momento en la faceta más cruda de una realidad ya de por sí un tanto desesperante. Autoridad opresiva, miseria humana y deseos frustrados de libertad son tres pilares sobre los que el guion discurre en todo momento. Y dentro de toda esta miseria está la amistad, el compañerismo. Desde la iniciativa de una "superior" al intentar amenizar la vida de las prisioneras hasta el efusivo cariño con el que reciben a Isa cuando vuelve a ingresar en la prisión.

He leído muchas críticas que condenan el poco jugo que se le ha sacado a la película, dejándonos indiferentes ante un final que debería ser catártico. O debería haberlo sido (sigue en el spoiler). Quizás sí que falta enfatizar un poco en otros personajes que no sean la brillante protagonista, Verónica Echegi, y en las relaciones entre todos ellos, puesto que las escenas de peleas y de violencia hacen mucha más mella en el espectador, debido a su agresividad visual, que los "ratos de amistad armónica" que enternecen pero no llegan a conmover. Aún así estoy obligado a decir que, para ser un debut, es una película muy recomendable, de cuyo guion cabría retocar algunas cosas, como el propio final.

Una productora va a Bolivia a rodar una película sobre la llegada de Colón a América. Costa, el productor encarnado por Luis Tosar, intentará exprimir al máximo la inocencia de los indígenas, manteniendo el presupuesto a flote. Pero los crecientes altercados sociales debidos a la falta de agua harán que la situación se desestabilice hacia una lucha por la justicia y la supervivencia.

Icíar Bollaín vuelve a la pantalla con una película un tanto desequilibrada. El principio es una especie de crítica meta-cinematográfica a la hipocresía y prepotencia de muchas personas que se saben poderosas en el sector, así como de su falta de principios en los métodos utilizados. Sin embargo, se da un giro enorme hasta terminar con una especie de reminiscencia de la propia colonización, en la que el pueblo resiste frente a las imposiciones del tirano; el mismo drama en el siglo XXI. El único punto de referencia en este recorrido es Costa y el arco de transformación tras el que acaba compadeciéndose del indígena y redimiéndose de su codicia.

El auténtico motor dramático es el choque de culturas y de mentalidades, que se resume en una escena: cuando las mujeres indígenas se niegan a interpretar la escena en la que supuestamente ahogan a sus hijos. Para los cineastas no es más que otro engaño a la cámara para sugerir una acción, pero ellas se horrorizan sólo de pensarlo. La película nos enseña a ver el auténtico drama: no hay una verdadera compasión por parte de los "poderosos" hacia esas personas que viven engañadamente explotadas y sometidas a unas condiciones de vida que precisamente ellas no se merecerían.

Solo me pasaba por aquí para decir que no hubiera podido experimentar más aversión hacia el personaje de Ezequiel. No el prota, no. Ezequiel.

En algún momento, algún brillante guionista pensó que terminar muchas palabras en diminutivo le daría el rollo canalla y perspicaz que el personaje requería. "Favorcito", "recadito", "tontito" y mierdas por el estilo.

Spoiler: DA DEMASIADA RABIA. Es poco realista y rechinan los oídos, y más si le sumamos el acento gallego, que no tiene nada malo de por sí, pero que en este caso, vete a saber por qué, lo hace más odioso aún. Cada vez que abría la boca, mis ganas de eliminar mi suscripción a Netflix, romper la tele y dedicarme a una vida de granja sin el menos contacto con el mundo del cine, iban en aumento.

Del resto de la serie, poco que decir. Tiene sus momentos, pero este patrón de repetición de guionista mediocre también lo encontramos en los diálogos de Coronado, donde su sarcasmo y malas pulgas pasan de ser algo enriquecedor y gracioso a ser un puto coñazo.

Este intento de remake de Gran Torino, donde un viejo cascarrabias y racista se ve a cargo de una niña que se mete en problemas y es, encima, de una raza que él menosprecia, pues no ha salido, ni de lejos, tan bien como la de Clint. Y no creo que sea una cuestión de presupuesto. Ahí lo dejo.

Héroes es una película que no se produjo con grandes aspiraciones de arrasar en taquilla. En absoluto. Pau Freixas lo enfocó como un trabajo personal que quería llevar a cabo, como una historia que le interesaba contar. Una historia que era muy análoga a su propia infancia y a una serie de vivencias que tuvo en el pueblo en el que pasaba los veranos.

La película alterna dos tiempos: la infancia setentera de unos chavales y la "actualidad", en la que dos de ellos se reencuentran casualmente. Ella es una aventurera que va con mochila adonde le lleva el viento, y él es un empresario publicista que vive agobiado por su trabajo y por su afán de conseguir dinero y posición social. El choque entre ambos personajes es una provocación directa al espectador: ¿quién soy -o quiero soy- yo? No creo que la solución sea convertirse en hippie, pero sí disfrutar de cada instante que la vida nos regala. Y ese es un propósito fácil de corromper, especialmente por el dinero y el poder. La fábula de siempre, lo cual no hace que deje de ser cierta.

Sobre la infancia de ese grupo de pequeños "héroes", es fácil que se nos despierte una nostalgia por el verano, la amistad y lo sencilla y bella que puede ser la vida a veces. Una vez más, el tándem Freixas-Espinosa vuelve a servirse de los niños como protagonistas para hacernos sentir envidia por la mirada y la ilusión con que, de entrada, afrontan las cosas, y por referirse a aquella época de la vida en la que todo, incluso el sufrimiento, era nuevo.

No es un filme espectacular ni mucho menos, aunque puede que lo intente con esa épica un tanto forzada. Pero sí es una película para ver, por lo menos, un par de veces, y saborearla, disfrutarla, recordar el pasado y tener, una vez más, la posibilidad de cambiar de mentalidad.