El mutismo y la rutina de lo cotidiano en esta obra no debe confundirse con la condición etaria de la protagonista, una mujer "mayor", por ende supuestamente metódica y solitaria. En este relato fílmico la vivacidad se desprende de los símbolos presentes en los pequeños ritmos que enlazan la vida de aquella oficinista que magistralmente interpreta Adriana Barraza. Sus medias largas marrones y el lavabo, la compañía y muerte de su gato que termina fríamente en un bote de basura, van develando la fuerza contenida de una persona que vive maquinalmente cumpliendo requisitos, como metáfora de los papeles que tiene que checar diariamente en su puesto de trabajo. Poco a poco cederá, amagando entre vencer el miedo al agua para sumergirse en tibios acercamientos con quienes acuden a su oficina, y en permanecer indistinta ante la vida misma, aunque tiemble su existencia.

Un argumento que quizás puede quedar más claro si el espectador ya ha leído la novela de los hermanos Strugatski. Es una producción que colma hasta el más placentero hastío la idea de una representación del tiempo pasado visto como más bárbaro en escala evolutiva: ¿Puede haber Renacimiento? - se preguntan -, como si transformar esta sociedad similar a la terrestre fuera cuestión de revelar verdades ya vividas. El científico y sabio, que viaja dominando el tiempo, encuentra que aún en esta monocromática "edad media", su papel de deidad implica un reto cuasi imposible de manejar, donde el barro, la pertinaz y bucólica lluvia, lo amorfo de los cuerpos, la decadencia y lo visceral del abuso en una sociedad es un problema que se escapa a la simple tarea y mandato civilizatorio de un grupo de dioses-especialistas de otros tiempos, siendo desbordados por lo vomitivo de las circunstancias. Una obra que trasciende la visualidad del cine, y cala en sus imágenes, el rechazo de lo representado es coetáneo a la grandeza de su realización como producción.

Tras una primera parte soporífera, parece que la trama se embiste de cierta profundidad psicológica, delimitando a la protagonista que momentos antes parecía encarnar un personaje de hule, anhelando infructuosamente erotismo. Lo interesante radica en que el punto erótico de la obra se revela en su encuentro con Thanatos, lo que hace que la historia sea sólo una de las tantas adaptaciones de la romántica relación entre el sexo y la muerte. La fuerza de sus escenas en algunas partes, tiene el acierto de sublimar el placer en desconcierto.

Esta obra cuestiona el origen y la originalidad asociada a éste, de narrativas que por el desarrollo hegemónico de la industria cinematográfica han sido ligadas a marcas como Disney. Si bien, los referentes de la obra descansan precisamente en los anteriores modelos, aspectos entrecruzados bien logrados como la fantasía, lo gore, el terror, la crítica social y hasta el musical devuelven a trabajos latinoamericanos la posibilidad de situar tales elementos desde sus propias geografías, sin evocar a lo falso, a la copia o a lo mal armado. Aquí lo monstruoso es bello e inocente, la abnegación maternal un crimen y el placer se tiñe del color de la sangre, deliciosa y tentadora transgresión.

El grueso y a menudo políticamente compacto LGBTQ+ resulta deshilvanado en este documental, debido a la fuerza emotiva de los hechos que registra. Existen periferias en las periferias, construidas desde lo incómodo del tabú, que no sabe ni de izquierdas ni de progresismos. Un relato políticamente valioso, dada la amplitud de matices que entreteje dentro de la lucha Trans: derechos ligados al dolor y la esperanza.