Qué fácil es aplaudir una obra que refuerza nuestra idea del mundo: el rico es bueno y blanco, cuando el 'bien' aplasta al 'mal', cuando los finales son hollywoodenses y el protagonista termina vivo y levantado el trofeo del héroe que derrocó al malvado despótico, cuando los pobres son el decorado de una película, un sustrato, el fondo del estanque, el 'actor de reparto', pero claro, esta película tira abajo el sentido y la lógica de ese mundo de cartón marketinero, lo pisotea y se ríe de ello.

Cuantos espectadores desearon que el niño no abriera esa puerta al extraño de color? Y cuantos dijeron: ahora sí que se pudrió todo! Pero... como la vida no tiene nada que ver con lo que pensamos o nos dicen (de todos lados) de ella, se empecina en darnos golpes que no vemos porque no queremos verlos, que como los Papá y Mamá Sandin se esfuerzan en sostener hasta el límite de la vergüenza y el horror. Aquí se invierten los valores morales hasta el límite: la purga es el único sostén posible, creen los convencidos y los sostenedores. En definitiva es una película totalmente antiestadounidense por donde se la mire y es una dura advertencia sobre su (nuestro) presente.

Por eso y mucho más se entiende la poca valoración en los sujetos 'normales' apegados a su idea inamovible estructurada del mundo y a su superficial conocimiento del mismo sostenidos por un orden moral y espiritual quebrado por doquier, pero que sin embargo gasta fortunas en presentar bien maquillado el gran cadaver y nos hacer creer que 'las cosas son así' para nuestro propio beneficio... a pesar de todas las evidencias en contra.

Es dificil aceptar que todo el veneno que vamos acumulando por años y años de frustraciones, vejaciones, de hacer trabajos que no nos gustan para comprar cosas que no necesitamos, de rodearnos de gente que no queremos, de sostener la propia figura para demostrar hacia afuera lo fuerte e importantes que somos, hacen un hueco espiritual que nunca se cierra si no dejamos de sostener lo insostenible y si no imprimimos en el día a día el sello de nuestro propio ritmo que no es el ritmo que desde que nacemos nos imponen en la familia, la escuela, la universidad, el trabajo y todas las demás instituciones del orden total del mundo...

"(...) Me señaló que todo el que entra en contacto con un niño es un maestro que le describe incesantemente el mundo, hasta el momento en que el niño es capaz de percibir el mundo según se lo describen. De acuerdo con don Juan, no guardamos recuerdo de aquel momento portentoso, simplemente porque ninguno de nosotros podía haber tenido ningún punto de referencia para compararlo con cualquier otra cosa. Sin embargo, desde ese momento el niño es un miembro. Conoce la descripción del mundo, y su membrecía supongo, se hace definitiva cuando él mismo es capaz de llevar a cabo todas las interpretaciones perceptuales adecuadas, que validan dicha descripción ajustándose a ella." Del viaje a Ixtlan, de Carlos Castaneda