Siempre me han parecido ridículos esos largos vestidos de abombados miriñaques y asfixiantes corsés. Por no hablar del redingote masculino y demás tosca vestimenta de aquella época. Los veo así, todo monos con sus vestiditos de fiesta y me entra pavor. En los pisos de treinta metros cuadrados de hoy en día, una mujer vestida con sus enaguas, sus capas, y faldas de can-can tendrían adversas dificultades para poder moverse. En Washington Square, las casas son tan suntuosas como los vestidos de las personas que las habitan y quizá por todo ello me resulte tan extraño y lejano toda esta historia. O a lo mejor es que el polvo se le ha pegado un poco.

Wyler pudo ser el director que mejor supo rodar esos melodramas que hoy en día apestan sólo con mostrarte los traileres, y aunque este no es de los mejores, con sólo ver el impresionante papelón de Olivia de Havilland todo lo demás sobra. Clift, que tampoco es que lo haga mal, no puede con ese huracán de gestos, miradas y reflexiones que nos ofrece esta actriz. Es en cierta medida, esas grandes interpretaciones lo mejor que posee “La heredera”. Tanto principales, los tres, como secundarios deslumbran a nivel interpretativo, dejando esta soseta historia, en mero acompañamiento. Porque siendo justos diremos que la novela de Henry James en la que está basado el guión es un poco culebrón de tarde.