Una vez puse mis pies cansados en las aguas casi árticas cercanas a Puerto Williams. Me habían comentado, que un velero de siete metros de eslora con bandera francesa, salía dirección a la isla de Estados. Aunque mi primer objetivo era llegar mucho más al sur, no partían por aquellas fechas, ningún barco para la Antártida. Llevaba una semana rondando y preguntando por diferentes puertos, y esta era la única oportunidad para seguir mi camino hacia el Sur. Subí al velero y la pequeña tripulación compuesta por tres personas, me mostraban la ruta a seguir, quizá ocho días, quizá diez, tal vez quince. Dependíamos del viento, del mar y de las estrellas que quisieran acompañarnos. Busqué en mi zurrón el poco dinero del que disponía. Suficiente para tal empresa, aunque la vuelta al norte se me antojara, me imagino, algo más dura. Y pasé esa noche en vela, sopesando como se dice, los pros y las contras, buscando mil excusas para no reconocer lo que realmente me pasaba: estaba muerto de miedo.

En el momento en que ese velero salió del puerto aprendí una durísima lección: en la aventura, no existen pros y contras. O lo haces o te arrepentirás de por vida. Yo, evidentemente, escogí la segunda opción.

Shackleton no meditó los pros y los contras de cada expedición. Lo que hizo, lo hizo porque la épica no puede morir, porque Homero debe seguir vivo y porque gracias a acciones como esta, yo puedo volver a poner los pies en ese mar casi ártico, mirar mi reflejo en el agua y jurarme que nunca volveré a pecar… aunque seguramente lo haga.

Dicen que la osadía del Endurance inspiró unos cuantos versos del poema “La tierra baldía”:

Who is the third who walks always beside you?
When I count, there are only you and I together
But when I look ahead up the white road
There is always another one walking beside you

T.S. Elliot