Confieso que era remiso a ver La puerta del cielo. Me disuadía su legendaria mala fama (debida a su estrepitoso fracaso comercial y a los derroches megalómanos del director, que estuvieron a punto de llevar a la bancarota a la productora United Artists). En mi opinión, sin embargo, esta película no es ni mucho menos tan mala como dicen. Aunque tampoco es una obra maestra, como pretenden algunos revisionistas.

El principal problema es su larguísima duración. Tres horas y casi cuarenta minutos son capaces de cansar a cualquiera, por muy buena que sea la peli. Y si encima resulta que al director se le ha ido la olla recreándose de modo excesivo en interminables escenas de baile o en momentos contemplativos, ya la tenemos liada. Yo, sin embargo, decidí verla en cuatro partes, una por día, como si fuera una serie de Netflix; pero incluso así, en la segunda hora no tuve más remedio que darle al forward varias veces, porque me aburría. Pero, en fin, vista de ese modo la película no solo se soporta, sino que, en general, se disfruta moderadamente, e incluso entusiasma en ocasiones.

Hay que dejarlo claro: estamos, a pesar de todo, ante un peliculón. La fotografía, los paisajes, los decorados... son realmente impresionantes. Los actores también dan la talla, aunque Cristopher Walken parezca un chaval con un bigote postizo. Esta película podría describirse como un western hiperrealista y antropológico, un western más parecido a las fotos sepia de la época que se conservan, que a las estereotipadas visiones que nos ha ofrecido Hollywood o el spaghetti western. Me ha gustado su dimensión épica y lirica. Ese modo de mezclar gran espectáculo e intimismo al modo de las superproducciones de David Lean. Aunque también tiene un toque descarnado y deprimente, sobre todo al final. Lo cual tampoco juega a favor de su aceptación comercial.

Para resumir diré que es una pena que el director Michael Cimino no supiera refrenar su tendencia al exceso megalómano. Planificada como un conjunto de dos películas (como Novecento de Bertolucci) o como una serie de tres o cuatro episodios, esta película podría haber sido una obra maestra (como lo fue El Cazador, la anterior y aclamada película de Cimino). Pero se queda a medio camino debido a sus desequilibrios internos y a su incontrolada desmesura.