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Voto de Pedro_Moraelche:
5
Drama. Intriga. Romance En un barroco hotel, un extraño, X, intenta persuadir a una mujer casada, A, de que abandone a su marido, M, y se fugue con él. Se basa en una promesa que ella le hizo cuando se conocieron el año anterior, en Marienbad, pero la mujer parece no recordar aquel encuentro. (FILMAFFINITY)
3 de abril de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El séptimo arte nació con su cámara bajo el brazo y despreciado como un espectáculo de feria visual entre dos viejos y respetables dioses como eran la literatura y el teatro. Tuvo que hallar su propio camino y lenguaje heredando rasgos de ambos, y a la vez construyendo su propia personalidad, en la que se ve el mundo no a través del pensamiento o de un escenario, sino a través del cuadro de una cámara. De la literatura tomó la narración de historias, la expresión poética o el diálogo; del teatro tomó la representación a través de la interpretación, el espacio, el sonido y la luz. Y, como todo arte, se debe a la expresión de un emisor que busca comunicar algo a un receptor, y es en esa comunicación cuando el receptor puede (o no) considerar el concepto de arte como una respuesta de su propia subjetividad ante la obra. Para el emisor, el artista, todo es arte en cuanto todo es una expresión que intenta comunicar; para el receptor, sólo es arte lo que realmente le comunica una expresión. Y ahí el debate.

Por eso, “El año pasado en Marienbad”, una película cuyo argumento es que un señor anónimo, en un palacio barroco lleno de enigmáticos personajes, busca sin descanso a una señora anónima casada a la que pretendió un año antes en Marienbad, y que se empeña en no recordar nada de lo que él le recuerda, puede mirarse como una exhibición de pedantería indigesta (que lo es), un ejercicio visual depurado y bello (que también lo es), y una obra lírica cuya intención (por definición de género literario), es transmitir la subjetividad y no contar una historia (intención propia de la narrativa).

El problema es querer que el séptimo arte, con su cámara bajo el brazo, se deba exclusivamente a lo que a nosotros nos gusta, o a lo que a la mayoría de la gente le gusta o, sencillamente, a ser un cuentacuentos, porque de todos es sabido que el género literario por excelencia es la narrativa. El entretenimiento (que es uno de los fines de la literatura, pero no el único), parece serlo todo: la gente consume y pide historias al libro, al escenario o a la película. Si no las obtiene, se aburre, se irrita, y empieza a ver con cierto rencor a los marisabidillos tertulianos que se entusiasman con lo que ellos no asimilan, y claro, si a un tipo culto le gusta algo que a mí no, ¿es que seré yo inculto? Pues, como en el cuento del traje nuevo del rey, o finjo ser culto yo también para no ser tildado de estúpido o (como Marc, el personaje de “Arte”, de Yasmina Reza), me cisco en lo que dice Paul Valéry.

¿Obra de arte, como lo que pensaron el guionista Alain Robbe-Grillet y el cineasta Alain Resnais, merecedora del león de oro de la Mostra de Venezia de 1961, o tomadura de pelo, como lo que pensaron los propios productores de la película y sigue pensando gran parte del público que se asoma a verla? Las dos cosas a la vez y ninguna de ellas. Todo depende de qué busque el espectador en una película y de qué espere del propio cine.

Si se busca una experiencia de lenguaje cinematográfico, en la composición de planos, travellings, escenografía, iluminaciones y sonido (aunque la música de órgano de Francis Seyrig sea un poco cargante), el resultado es satisfactorio.

Si se busca una experiencia visual puramente subjetiva, donde en un espacio onírico, como en un cuadro animado de Magritte o Delvaux, personajes abiertos al símbolo y a la evocación de cada uno (fascinante Delphine Syrig), provoquen un estado de ensoñación donde el tiempo se detenga y la memoria y la verdad se confundan, el resultado es satisfactorio.

Si se busca una experiencia literaria, donde la palabra (en este caso, las voces en off del pretendiente y del marido), despliegue su complejidad y su belleza, invitando a la reflexión, a la imaginación y al puro placer de escucharla, el resultado es satisfactorio.

Si se busca una experiencia narrativa de sumergirse en una historia emocionante y bien contada, una experiencia de entretenimiento televisivo o una experiencia de entendimiento lógico y cronológico de la realidad, absténganse de verla o huyan de la pantalla antes de que sea demasiado tarde: el aburrimiento mezclado con irritación es un peligroso cóctel que provoca todo tipo de execraciones y juramentos en arameo.

Porque cada uno busca lo que busca, y el arte busca a cada uno que lo busca, y eso quiere decir a todos, pero cada uno lo encuentra donde lo encuentra.
Pedro_Moraelche
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