Esta es la tercera película de la saga Insidious, iniciada en 2009 por el dinrector estadounidense James Wan, fruto de un guión del australiano Leigh Whannel. La primera entrega se ha consolidado como película de terror paradigmática de la década, y la segunda le sigue la estela con avidez. Una tercera entrega podía parecer arriesgada, repetitiva y fuera de lugar, pero para mi alegría, ha resultado un acierto. Y es que hoy en día es sorprendente que una tercera entrega, y mucho menos de una saga de terror, resulte en algo decente.

Whannell, anteriormente el guionista, ahora el director, ha conseguido innovar manteniendo al esencia, algo muy complicado en el género, a base de contar una historia más sencilla, de relacionarla con las dos exitosas entregas anteriores y de añadir más elementos emocionales al filme, como es la historia de la madre de la protagonista y el deseo de ambas de contactar.

Vuelve Lin Shaye, en el papel de la médium Elise, un personaje carismático y ya consolidado en el género, y los geniales Tucker (Angus Sampson) y Specks (el propio Whannell). Se mantiene el mismo estilo angustiante, el minimalismo en la banda sonora (fundamental el silencio) los juegos de luces, el humo y la frialdad que rodean el "más allá" y lo configuran como una pesadilla macabra de la que parece no podemos despertar.

Stefanie Scott, (Quinn, la protagonista) hace un buen papel (puede tener un buen futuro en Hollywood) y Dermot Mulroney y el chico que hace de hermano están más que correctos.

Seguimos en el spoiler, con la advertencia de que hay referencias a Insidious capítulo 1 y capítulo 2: