No lo tenía fácil el equipo de Harry Potter a la hora de entregarse a la segunda película del mago. Después del descomunal éxito y del indiscutible logro artístico de La Piedra Filosofal, parecía complicado concebir una nueva aventura que además de ser fiel a las decisiones tomadas en el primer capítulo, tuviera la capacidad de innovar, de ofrecer algo nuevo.

Y lejos, muy lejos de ser una mala película, La Cámara Secreta se enfrenta con el clásico problema de las secuelas de algunas sagas de éxito. Todo es más grande, más lujoso, más espectacular, pero con el afán de no perder ni un sólo espectador del primer Harry Potter, las nuevas ideas no son el gran aliciente de esta segunda parte.

Más allá de alguna ocurrencia puntual (la llegada a Hogwarts, el personaje de Dobby, la exploración de los “puros e impuros”), la película sigue un esquema narrativo demasiado similar al de la anterior película, y pese a que se esfuerza en crear un misterio más compacto, descuida en parte los delicados detalles del guión que daban una personalidad única a La Piedra Filosofal. Como ejemplo perfecto está la incursión de Kenneth Branagh, que realizando un buen trabajo, se queda en lo meramente anecdótico; o ciertas decisiones fáciles y sin justificación.

A pesar de eso, La Cámara Secreta es tremendamente fiel a su original literario y por supuesto fiel al inicio de esta gran saga. Su estilo y tono sigue siendo igual de atractivo, e incluso mejorando la potencia de sus efectos visuales y el aprovechamiento de sus espectaculares decorados.

Chris Columbus sin duda tocó el cielo de su irregular carrera con estas dos espléndidas muestras de cine de aventuras, realizado con inteligencia, sentido estético intachable, y muy buen gusto.