Dentro de la irregular filmografía de Lasse Hallström (capaz de maravillas como ¿A quién ama Gilbert Grape?, Las normas de la casa de la sidra o Chocolat; cintas fallidas como Atando Cabos o Una vida por delante; y soberanas estupideces como Algo de que hablar), su versión de Casanova me resulta ciertamente inclasificable.

Es tan inocente, con un humor tan simple, y se aleja tanto del corrupto personaje real, que quiero pensar que esas eran las intenciones del propio director en su visión del veneciano. Su propuesta se acerca más a la farsa al estilo de comedia de situación que a la posible visión social, pasional o incluso psicológica que promete semejante personaje.

Y ante esto, lo mejor que se puede hacer con Casanova es disfrutarla como el entretenimiento inocente que es. Ver Venecia siempre es un placer, y es cierto que “La Serenissima” está bella como sólo ella puede estarlo, su reparto parece disfrutar de lo lindo con sus estereotipados personajes (aunque me encantaría ver que hubieran hecho Heath Ledger y Jeremy Irons en una versión digamos “seria”), y en cuanto a fotografía, vestuario, y estilo en definitiva, Casanova es todo un goce.