Tratar de ver y valorar una película como Mr. Nobody desde el punto de vista convencional de un cinéfilo, es hacerle un flaco favor a la misma. Al visionarla, me venían a la cabeza algunas películas de Lynch o La fuente de la Vida, por el tipo de temas que tratan, la manera de hacerlo, y la clase de sensaciones -no emociones- que quieren provocar al espectador.

Como en aquellas, Mr. Nobody es tan especial visualmente que corre el riesgo de quedarse hueca. Y como en estas, su tesis no es lo que aparentemente podamos leer en el guión (historias de misterio/historias de amor), sino más bien una divagación, aproximación o estudio sobre la filosofía de la existencia, la influencia del destino y los grandes misterios de la humanidad.

Es por eso que Mr. Nobody no es una película fácil de asimilar: sus mayores virtudes son lo más complicado de la misma, las partes más técnicas de su trama y las menos emocionales. Pero son éstas (el futuro, el destino, el efecto mariposa, el Big Bang, la teoría de cuerdas, la causalidad y la casualidad) las que producen mayor fascinación. Hay en el trato a estas grandes incógnitas un halo de misterio, de preguntas sin resolver y de curiosidad por lo desconocido, que en la película se convierten sus grandes bazas, al no tratar de hacer convencionales y tópicos conceptos tan extraordinarios como estos.

Sin embargo, Mr. Nobody no alcanza la categoría de magistral que pudiera haber alcanzado precisamente porque no aspira a ser una cinta de narrativa, digamos, convencional. Su compleja estructura y las intenciones de su director, hacen que los personajes sean tan fríos y poéticos que resulta difícil identificarse con ellos, y por tanto, con su historia.

Pero es de agradecer una película tan original como esta en tiempos de tanta falta de imaginación. Sus juegos visuales, la manera en que la fotografía cuenta la historia, y el poder de la música y las imágenes, convierten la visión de Mr. Nobody en algo especial, diferente y sugerente.