Si un aficionado al cine de acción, va hacia End of Watch queriendo encontrarse con la nueva buddie movie, en la que primen las persecuciones, carreras, explosiones y lugares comunes del género de acción, la decepción será mayúscula. Por el contrario, si se es un poco abierto de miras, se encontrará en End of Watch una película tremendamente verosímil, que (al menos da) la sensación de que lo que se cuenta es real, como sustraído de unos días cualquiera de los patrulleros de Los Angeles.

No quiere decir eso que End of Watch sea la película definitiva sobre policías. A propósito, su narrativa es vaga, no trata de construir una historia desde términos aristotélicos, y eso, en cierta forma, hace que el interés, el ritmo y la conexión emocional, sea variable. Por otra parte, la decisión de incluir las cámaras de forma diegética, como si formaran parte de la historia y el atrezzo que está en plano, funciona en ocasiones (sobre todo, en las que envuelven a los protagonistas), mientras que otras veces parece más forzado (en cuanto a los criminales).

Pese a todo, End of Watch es una película interesante, desde el punto de vista antropológico y nunca compasivo hacia sus gentes, en el lenguaje, en la clase de cuerpos, en la clase de relaciones, y en los valores -o la falta de ellos- de los que hacen gala.

Si la película funciona en su totalidad, además de por su media hora final, filmada con un sentido climático que ya quisieran para sí muchas cintas de acción; es por las interpretaciones de Jake Gyllenhaal y Michael Peña, que consiguen eso tan difícil de hacer que es que casi nos hagan olvidar que se tratan de dos actuaciones. Ayuda el tono documental de la cinta en general, pero aún así, ambos actores realizan un excelente trabajo de mímesis con sus personajes y el mundo por el que se mueven, y además, ofrecen una química entre ellos esencial para la resolución emocional de esta historia, que finalmente, es un hermoso canto a la amistad.