Habría que valorar esta película (todas las películas) de forma independiente a todo lo que se sabe de ella como proyecto cinematográfico. Pero es difícil abstraerse de que La desaparición de Eleanor Rigby es en realidad un díptico en dos películas que analiza las dos visiones que de las ruinas de su relación hacen dos amantes. He leído que quienes han visto las versiones separadas de esta historia, halagan el punto de vista que de un mismo suceso tiene cada personaje, y la incapacidad de entenderse en aquello que comparten.

Condensando ese interesante y arriesgado proyecto en una sola película, parece que lo más jugoso que tenía La desaparición de Eleanor Rigby, se ha quedado en la sala de montaje. Y es una verdadera pena, porque incluso en esta amalgama de las historias de Él y Ella, podríamos haber gozado de la imparcialidad en el estudio de esta pareja que se descompone, pero en su lugar asistimos a un moroso y arrítmico ejercicio de (muy buenos) actores, que además no es objetivo con sus personajes. Por minutos en pantalla, apertura y cierre de la historia, se nota a su director tan embelesado con la belleza y el talento de Jessica Chastain, que la historia de ella tiene mucho más peso dramático aquí.

Además de eso, la galería de secundarios (todos muy buenos actores) queda reducida a una mera anécdota que no aporta demasiado a la trama, exceptuando tal vez a una excelente Viola Davis, como siempre. El problema está en que Eleanor Rigby no cuenta nada nuevo (me recordó, por ejemplo, a Rabbit Hole o En la habitación, por el detonante de la trama), y era su estructura como filme lo que avalaba su interés.

Por supuesto, Jessica Chastain y James McAvoy hacen excelentes y hondas interpretaciones, compenetrados cuando tienen que estarlo y emotivos en sus soledades. Pero la tiránica ley de distribución ha cortado las alas a su historia de amor y la ha convertido en una de tantas de la que ya nos han contado en las salas de cine.