The Visitor es una de las pocas películas que han afrontado abiertamente el tema de la inmigración y la xenofobia de la Norteamérica post 11-S, y sólo por eso, ya merece una mención. Pero es que además, The Visitor es una emotivo y certero canto por la tolerancia y por las personas por encima de las razas, además de, por supuesto, un paso atrás para el racismo y la intolerancia tan latente en nuestras civilizadas sociedades.

Partiendo de una sencilla premisa, el director Thomas McCarthy, experto en su filmografía en distintos tipos de inadaptación, cuenta con The Visitor una historia de amistad inesperada, de redescubrimiento, y de los inesperados caminos que toma la vida de un hombre gris desde el momento en que conoce a sus nuevos inquilinos, unos inquilinos que desde la distancia inicial, serán capaces de cambiar el modo de ver la vida de nuestro héroe solitario, a la vez que éste podrá sacar a relucir, por fin, sentimientos verdaderos.

Pero pese a este tono de fábula luminosa, The Visitor es una película esencialmente triste, en la que se nos muestra los pocos caminos que tienen los individuos lastrados por los prejuicios raciales, las leyes preventivas, y el acoso paranoico. Todo ello en el país de las oportunidades, claro.

Como el personaje de Richard Jenkis (absolutamente redondo, conmovedor, sutil, intenso…), los espectadores asistimos a la tragedia romántica, familiar y social, de una madre y una pareja que se ama, pero cuyo amor no podrá evitarles su destino y su separación. Todo por los prejuicios, los malditos prejuicios.