La historia de la vida de Amelia Earhart es apasionante. Una mujer pionera en su campo, la primera aviadora que atravesó el atlántico, mujer de espíritu aventurero sin igual, cuya única vocación y ambición era conocer el mundo desde el cielo, no con fines lucrativos, o por demostrarle algo a cualquier persona, sino por satisfacción y pasión propia. En su vida debió luchar con las limitaciones de género, con los intereses comerciales de aquellos que querían hacer negocio de sus aventuras; a la vez que estableció sus relaciones personales y amorosas sin regirse por los preceptos morales y religiosos de la época. Era una mujer diferente, fuerte, con una personalidad única.

La película sobre la historia de la vida de Amelia Earhart podría haber sido apasionante, pero no lo es. Su estrella principal, Hilary Swank, hace un trabajo excepcional de mímesis con la protagonista verdadera. Físicamente, parece que Amelia esté viva. Intelectualmente, pasionalmente, no. Y no porque Swank haga una mala labor, sino porque en el guión escrito para Amelia, la aventura brilla por su ausencia, no hay rastro de la pasión de esta aviadora, no hay una verdadera implicación emocional en sus relaciones, no hay rastro de esa vida atípica y especial que debió vivir Amelia.

Por eso esta blanda película no cala emocionalmente como debiera. Por eso el personaje de Richard Gere es tan cambiante, o el de Ewan McGregor tan fugaz e intrascendente. Por eso la sensación de aventura (como en The Way Back) o de espíritu independiente y asceta (como en Hacia Rutas Salvajes) no está presente como debiera.

Pero tampoco hay que ser injusto con Amelia. Es cierto que la película entretiene, que en su visionado no hay quejas, que su protagonista es una buena actriz y que su factura técnica, su fotografía y su música, son un verdadero placer a disfrutar, de una belleza, un detalle y una exactitud histórica que no se encuentra en todas las películas.